A ese hombre de buena presencia, buenos modales, tonos bajos y aspecto eternamente prolijo que se sentará desde mañana en el banco de Boca lo avala un prestigio.
Aunque su rechazo por el exhibicionismo, sus pudores, tal vez le signifiquen alguna desventaja dentro de la actual subversión de valores.
Rodolfo Martín Arruabarrena, nacido el 20 de julio de 1975 en Marcos Paz, por si lo anterior fuera poco tiene prosapia de Boca, toda un historia en el club que se inició en los tiempos pibes, cuando la vieja Candela cobijaba los sueños de tantos chicos llegados de todo el país.
Buen jugador, lateral de buen manejo, correcto en la marca, criterio para subir y para elegir el destino de la jugada, buen cabezazo y buena pegada con zurda.
Oscar Tabárez fue quien le dio sus minutos inaugurales en primera, allá por 1993, pero fue César Menotti quien le dio rodaje al año siguiente y llegó a privilegiarlo por sobre un nombre pesado, Carlos Mac Allister.
En el desorden que era Boca por esos años le costó afirmarse, se fue a Rosario Central en el segundo semestre de 1996, volvió y siguió acumulando bagaje, ya titular firme desde los tiempos de Héctor Veira.
Claro que no fue sino Carlos Bianchi quien le dio el espaldarazo en un equipo ganador, campeón, récord, inolvidable, inolvidado. Apertura 1998, Clausura 1999, Libertadores 2000 con participación fundamental (dos goles en la final de ida ante Palmeiras) fueron el trampolín para la meca dorada: Europa.
Por ser quien es, no cabía esperar que su paso por el Viejo Mundo fuera de esos que se interrumpen rápidamente porque el protagonista extraña el barrio, el mate y el dulce de leche: él se quedó ocho años, en Villarreal de España (donde llegó a ser capitán y símbolo) y después en AEK de Grecia.
El regreso a Tigre, en 2008, lo vio subcampeón ese mismo año. Colgó los botines en 2010, en Universidad Católica y el propio Tigre le permitió estrenar la condición de técnico.
Otro subcampeonato, ahora del otro lado de la raya, con un equipo al que tomó con el muy difícil objetivo de evitar el descenso y después, una caída abrupta.
A continuación, Nacional de Uruguay y otro subcampeonato, frustrante porque el título se escapó de manera impensada. Desde entonces, un paréntesis que ya lleva un año.
Ahora, Boca. El club que más lo identifica, sin duda. El que le dio identidad. Una herencia pesada, la necesidad de sacar a flote un barco que se está hundiendo y a sabiendas de que lo fueron a buscar más por falta de opciones que por convicción.
Habrá que ver si logra hacer funcionar a un grupo de jugadores que acaba de cargarse al entrenador más exitoso de la historia del club. Si doma un vestuario siempre complicado, si absorbe la exposición pública de todos los días.
Sabe que es la oportunidad de su vida, por eso acordó su llegada en menos de 24 horas. Desde su manera de ser sin estridencias, es un hombre fuerte, seguro de sí. A su favor cuenta que no tiene enemigos. Es tan buena gente que nadie se atrevería a llamarse enemigo del Vasco Arruabarrena.