Un tren, un walkman prestado y Signos

“Persiana americana” abría el lado B y rompía esquemas. Era un hit. Signos, Sin sobresaltos, Prófugos, No existes, completaban un gran disco y sonaban mágicos en esos auriculares...

Un tren, un walkman prestado y Signos
Un tren, un walkman prestado y Signos

Febrero. 1988. El tiempo transcurre lento, muy lento, en un vagón del tren Buenos Aires-Mendoza. No hace mucho salimos de Retiro y el sol pega fuerte en el final de la siesta. No hay aire acondicionado, sólo unos ventiladores de techo que no dan abasto. Las butacas de cuerina, verde, tampoco ayudan. Y quedan más de 15 horas de viaje aún, si nada se rompe. Mucho para un adolescente de 15. Mi hermano, más chico, se entretiene con alguna revista que compramos. A mi ya no me basta.

Miro el caserío chato que se levanta a las orillas de las vías en territorio bonaerense y espero no sé bien qué. Mientras, una chica de unos 18 en la butaca de enfrente (así eran los coches de "primera", había cada tanto asientos enfrentados) escucha su walkman, una maravilla de la tecnología con la que ni soñaba. De pronto, se saca los auriculares y me lo ofrece.

-¿Estás segura?

-Sí, yo ya lo escuché dos veces -me dice remarcando las "ye".

Tenía un solo casete: Signos, el "último" de Soda Stereo, aunque ya estaba algo viejo. Por entonces yo prefería el "rock internacional", como se le decía: U2, A-Ha, The Police, Genesis. De los nacionales, apenas Charly y lo que habían grabado algunos años antes Los Abuelos. A Cerati y su banda los escuchaba en las fiestas, los cumpleaños de 15 y las pocas FM de entonces, pero nada más.

"Persiana americana" abría el lado B y rompía esquemas. Era un hit. Signos, Sin sobresaltos, Prófugos, No existes, completaban un gran disco y sonaban mágicos en esos auriculares. El casete pasó completo dos veces; por la ventanilla ya sólo se veía campo. La chica me miró ansiosa y el walkman volvió a sus oídos. No importaba. Ya había entrado al planeta Soda.

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