Alemania se vio sacudida por un terremoto político llamado Alternativa para Alemania (AfD), que irrumpió en el Parlamento como tercera fuerza política con alrededor de un 13 por ciento de los votos en las elecciones legislativas celebradas ayer.
Pero no sólo eso: en unos comicios que vieron ganar, si bien con grandes pérdidas, a la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Angela Merkel y hundirse a los socialdemócratas del SPD, la AfD se convirtió en el primer partido ultraderechista en sentarse en la Cámara baja de la potencia europea en más de 50 años.
El éxito electoral de la AfD le ha dado una lección a las formaciones tradicionales comandadas por la conservadora Merkel y el socialdemócrata Martin Schulz: En una Alemania de economía pujante la solución no pasa por ignorar a un movimiento de académicos de discurso mordaz que surgió hace tan solo cuatro años como catalizador del descontento popular por los millonarios rescates económicos de Grecia consensuados por la Unión Europea (UE) en Bruselas.
“Que se vayan preparando para la que les espera. Vamos a recuperar nuestro país y a nuestra gente”, advertía el lenguaraz cabeza de cartel de AfD, Alexander Gauland, al futuro Gobierno nada más conocidos los primeros resultados. Toda una declaración de intenciones que resquebraja los cimientos sobre los que tradicionalmente se ha asentado el tablero político germano.
Porque el desembarco de la AfD en el Bundestag no solo pone en riesgo la cultura del consenso, sino que aniquila el dogma que sentenciaba que la sociedad alemana estaba vacunada contra la ultraderecha por su pasado histórico.