Como un caleidoscopio cuyos cristales toman nuevas formas con cada giro, “Luca Prodan. Libertad divino tesoro”, la biografía coral de más de 500 páginas acerca del italiano que revolucionó nuestro rock, parte de testimonios en primera persona de más de ochenta personas del círculo íntimo de Luca, relatos que permiten intuir verdades paralelas que se reconstruyen en constante movimiento a través de las diferentes versiones y percepciones que cada uno de los narradores tiene acerca de una misma historia o anécdota, todo en breves fragmentos que, a la manera de “Los detectives salvajes” de Roberto Bolaño, cuentan tanto del biografiado como de los que lo cuentan y su contexto, una época refundacional para la sociedad de nuestro país: los primeros años ochenta.
Escrito por el periodista Oscar Jalil luego de una investigación de dos años que incluyó viajes a Europa, el libro comienza con la fascinante historia de la familia Prodan durante la segunda guerra mundial para luego seguir a Luca a través de sus viajes, rayes y amores tanto en su infancia en Italia como en su adolescencia en Escocia, su paso por Inglaterra y su llegada a nuestro país, donde de la mano de su amigo y compañero de la infancia Timmy McKern lograría enfocar su búsqueda hacia la historia que todos conocemos.
Hoy que las artes atraviesan una particular época de autopromoción descarada, con tácticas marketineras a la orden del día para músicos cada vez más parecidos a empresarios o escritores más preocupados en publicar que en escribir, la figura de Luca Prodan –con su manera espontánea alejada de poses marketineras, su antimoda de entrecasa y su cabeza rapada en plena adoración de los raros peinados nuevos– cobra especial trascendencia.
Sin embargo, “Libertad divino tesoro” se aleja de la idealización para encontrar al hombre detrás del mito, logrando a su vez en sus más de quinientas páginas una lectura ágil y atrapante con capítulos en cuya introducción el autor brinda breves ensayos donde la música cruza caminos con el cine, la historia y la literatura. Oriundo de Mendoza (“De chico viví en la calle Montecaseros, muy cerca de la escuela Bombal, pero cuando tenía seis años mis viejos se vinieron para Buenos Aires”), Jalil charló con Cultura acerca de su reciente libro.
–¿En qué momento de la investigación surgió la idea de esta estructura coral?
–Eso fue tres o cuatro meses antes de terminarlo. La forma de laburarlo fue bastante caótica, costó mucho acceder a algunas personas cercanas a Luca, por distancia o porque no querían hablar. Al final la mayoría accedió, así que armamos un plan de cuarenta o cincuenta entrevistas para hacer en ocho meses.
Fui acumulando mucho material y en un momento me di cuenta de que la única manera que tenía para que no se perdieran todas esas historias era que estuvieran contadas en primera persona, es decir, entrelazar una historia de Luca a partir de esos testimonios. Fue fundamental también en el armado Nicolás Miguelez, quien me ayudó a ordenar las entrevistas.
Otra forma en que podía utilizarlas era contando de manera indirecta esas historias que había grabado, pero me pareció que le iba a quitar autenticidad al libro. Así que lo hice de esa manera contextualizando todo con pequeños ensayos que abrieran los capítulos, como una especie de enlace. Me interesaba que se conociese bien la historia, no ponerme yo en un rol protagónico.
–Eso queda claro desde la primera línea del libro: "Juro que nunca tomé una ginebra con Luca Prodan"…
–Es que es así, yo no conocí a Luca. Sí lo vi en vivo, me compraba sus discos, siempre me encantó Sumo, pero no podía quedarme con ese lugar que sí tienen quienes lo conocieron muy de cerca. Pero fue muy placentero buscar y enterarte de que en el mismo barrio donde vivió Luca estuvo exiliado Simón Bolívar, o que en esa misma cárcel de Roma donde estuvo había estado el turco que quiso asesinar a Juan Pablo II… También una de mis películas favoritas siempre fue “Vacaciones en Roma”, de William Wyler, que me gusta por mi vieja, desde antes de escuchar por primera vez a Sumo, y buscando películas que mostraran la infancia de Luca caí en que esa mostraba Roma como nunca antes… Eso formó parte de la historia, más allá de tratar de contar cómo era Luca…
–¿Y en ese sentido, cómo creés que era?
–Creo que Luca tenía una necesidad grande de comunicación, por eso también estaba muy cercano a los que lo abordaban. También me parece que había algo de… no sé si de complejos, pero sí había algo de chico criado en familia acomodada, aunque sus padres en realidad pasaron por muchos altibajos, un chico que estudió en un muy buen colegio de Escocia y que sentía que todo eso, a la hora de hacer rock, sobre todo durante la época del punk en Inglaterra, lo dejaba vulnerable a ser criticado… Creo que estaba buscando un poco de autenticidad rockera, que se supiera que no era un nene de mamá.
Después se fue al otro extremo, exageradamente. Pero no creo que fuera una pose, porque quienes lo conocieron dicen que Luca aparecía y se sentaba en el cordón de la vereda a fumar un pucho con la gente que los iba a ver…
–Hilda Lizarazu cuenta que cuando lo conoció estaba colgado de un caño, moviéndose como un mono mientras veía el recital de una banda que tocaba antes que Sumo…
–Él siempre tuvo esa actitud de no esconderse en su camerino sino de salir y compartir, antes y después de los recitales. Capaz había alguno que no podía entrar porque era chico y él salía y se quedaba hablando con ellos… Y como eso, también tenía amigos en Retiro que dormían en la calle y no sabían que era un cantante de rock que acababa de tocar en Obras, salir en Clarín o en la tele en Feliz Domingo, y pasaba Luca y se alegraban de verlo, porque él siempre paraba con ellos y se tomaban un trago juntos.… Sabían que era un italiano que tenía buena onda y estaba ahí con ellos, nada más.
–Siempre es atrapante la manera en que los entrevistados cuentan su primer recital de Sumo como una experiencia que los atravesó. ¿Cómo fue la tuya?
–El tiempo siempre amplifica esas cosas… En ese momento sentí que nunca había visto algo así: el sonido, la manera de tocar, de moverse, era todo como de otro planeta. Y con el paso del tiempo sigo pensando que no volví a ver algo igual. Sobre todo por cómo sonaba, cómo te atrapaba, no podías dejar de mirar, con Luca al frente y esa forma de moverse que tenía sobre el escenario, el gusto que daba verlo tocar a Arnedo, Pettinatto con su mameluco naranja, era todo muy inusual.
Estamos hablando de mediados de los ochenta, mientras estaban muy de moda los raros peinados nuevos y un montón de cosas, el de Sumo era un show pelado, una explosión envolvente que te absorbía como un imán. No me olvido más que estuve la mayor parte del recital parado sobre los apoyabrazos del cine de Mar del Plata, eso era ver a Sumo: no podías estar sentado ni mantenerte ajeno, todo se transformaba en algo más compartido, como un ritual de energía, de placer, que contagiaba. Pero bueno, digo esto con el libro de por medio y después de muchos años.
–Justamente, son interesantes en el libro las contradicciones entre las diferentes versiones, con voces muchas veces críticas, como la de Melero…
–Yo ya sabía que él no tenía una gran opinión, igual que con Los Redondos. Sabía que tenía otra forma de ver a Luca, y me parecía muy honesta y también que respondía a esos modos que tiene Melero para opinar acerca de un montón de cosas, saliendo de la corrección política pero con fundamentos. No es que dice “Era un pelado que me caía mal…”, él dice por qué Sumo no le interesaba, como así tampoco le interesaban otros artistas.
Es algo que me parece saludable, por ahí acá lo decís y parece que se acabó el mundo, mientras que leés la biografía de Morrissey y ahí dicen directamente barbaridades de él… Me interesaba Melero para describir esa escena inicial del underground argentino y además porque era pareja de Vivi Tellas, que era una de las mejores amigas de Luca, entonces también puede que haya habido algo de celos… Al final él mismo dice “Bueno, tal vez no lo entendí”, reconoce como que en ese momento era imposible que le gustara Sumo por un montón de razones, más allá de esto que siempre tuvo eso de ir en contra de la corriente.
–En cuanto a eso, el libro es también una historia acerca de esa escena de los '80…
–Me parece que esa época tiene algo parecido al del momento inicial del rock en Argentina cuando aparecen Los Gatos, Almendra, Manal, Moris, Tanguito, con un grupo de gente en los ochenta compartiendo espacios, bares, salas de arte, lugares para tocar que en los setenta no existían. Se empiezan a instalar este tipo de espacios y toda esa generación conectada con pintores, fotógrafos, y sobre todo con el teatro independiente, artistas de varieté que hacían desde mimos a personajes diversos, todo un corte con el discurso solemne que imperaba en ese momento.
Esto era mucho más humorístico, paródico, y así fueron apareciendo las Gambas al Ajillo, Vivi Tellas, las Bay Biscuits, los Mellis, Batato, Urdapilleta, un teatro de humor que formó a comediantes actuales como Capusotto o Casero y que promovía una manera de expresarse totalmente distinta a lo que hasta entonces teníamos como humor, que era la idea de Olmedo, Porcel, algo que venía más del teatro de revista. Esto nació en los sótanos, una cuestión mucho más genuina que estaba por fuera de la cultura permitida…
–¿Cambió la visión que tenías de Luca antes de empezar el libro?
–Yo tenía bastante información, y siempre me gustó esa idea de una especie de marciano que cae en la Argentina y transforma un montón de cosas, pero no sabía que era tanto. Y en sí esa visión como que se volvió más expansiva, me sorprendió aún más. Y en medio de todas esas cuestiones aparecieron muchas otras que bajan el mito y ponen al frente al tipo sensible, el buen escucha de sus amigos, de las mujeres, muy afectivo con los suyos, todas cuestiones humanas que aparecen mucho en el libro. Y sorprende su historia, su padre, su familia, sus hermanas.
Toda la historia de los Prodan, desde los padres hasta sus hermanos, parece una novela decimonónica, o “El cuarteto de Alejandría”, una familia aventurera que vive en esa etapa entre la primera y la segunda guerra… Te quedás con ganas de más, solamente el padre ya merece un libro. Todo eso me parece que también lo formó, delineó su personalidad a través de vidas que parecen sacadas de un libro de aventuras.