Un rockero, “rata” del centro mendocino

El autor describe sus primeros años en San Rafael y cuenta la pasión que le despertaron el ruido y los edificios de la capital cuando se mudó.

Un rockero, “rata” del centro mendocino

Nací en San Rafael en 1957.  Fui “el hijo del Dotor” (sic), nací en cunita de oro, teniendo teléfono, coche. La gente siempre dice “Uy, yo he tenido un pasado muy pobre”. A mí me pasó al revés, después me vine a pobre. En mi casa siempre habían dos empleadas, estaba a dos cuadras de la plaza de San Rafael, en Buenos Aires y Belgrano, en pleno centro de la San Rafael bella, limpia y con amplias veredas.

Tengo un recuerdo muy bello de los años 65-66. Había pocos vehículos, de los eternos amigos que todavía charlamos por Facebook. Vivían en la cuadra, en la misma vereda o enfrente. Con mis amigos Carlos Lardone, Dardo Álvarez, Daniel Montoro, mi primo José Luis Mátar, Gustavo Calí, entre otros, andábamos en bicicleta,  hacíamos los picaditos de fútbol en la vereda o en la calle. Mi ídolo era Antonio Roma, el arquero de Boca; yo tenía el buzo negro de Roma con coderas.

Me acuerdo que mi papá tenía un Chevrolet 400 flamante y venía con su chaquetilla blanca de médico del Sanatorio Modelo. Se bajaba a almorzar y dejaba el auto estacionado con las llaves puestas, los vidrios bajos en la calle. Almorzaba, se acostaba una horita y a las 4 vos lo veías que se tomaba unos mates, se subía al Chevrolet y volvía al Sanatorio. Eso lo viví; hoy no lo puedo creer.

El padre del Dardo Álvarez, creo que se llamaba Hipólito. Dormía la siesta y teníamos que hacer silencio porque estábamos en la vereda y la ventana de su habitación daba a la calle. Dormía con la ventana toda abierta. Pasábamos y lo veíamos apolillar al viejo y hoy hay que poner 25 rejas a las puertas y ventanas.

Era una vida sin límites. Mi vieja, divina, se iba con la hermana y algunas amigas y tipo 10-11 de la noche estaban tomando mate en la calle. A esa hora, pedíamos plata a nuestras madres para ir a tomar un helado. Tres pibes que iban a la heladería a las 12 de la noche; hoy eso no se puede creer.

En San Rafael se puede decir que estuve hasta los 10 años,  porque mi padre quería que estudiáramos acá en Mendoza. Nos anotó a mi hermano y a mí en ‘los Maristas’, nos compró un departamento y se vino mi mamá. Fue una manera medio rara de separarse, me parece. Los viejos  jamás se separaron. Él estaba 5 días en San Rafael y 2 en Mendoza. Vivíamos en un departamento muy grosso, de 5 dormitorios, acá en Rivadavia 75. Pero como era buen alumno, se terminaban las clases y me iba a San Rafael hasta febrero. Es decir que nunca la corté con San Rafael, hasta que murió mi papá en 1977. Se puede decir que me vine de San Rafael ese año.

Mi carrera musical la hice toda aquí en el Centro. Mis amigos, el colegio, amaba los Maristas. Vivíamos a una cuadra y media (Rivadavia y 9 de Julio) hasta Alem y San Martín. Nunca fui de los “maristones” conchetos. Nosotros teníamos un grupete: jugábamos al truco y todavía somos amigos. Por eso, me siento muy honrado de haber ido a Maristas.

Yo sufrí un poco en mi adolescencia, porque tenía problemas de sobrepeso, a los 11, 12, 13. Por la bendita gordura que sufría, no me compraba ropa de marca. El dinero me lo gastaba en música y tuve la suerte, la bendición de vivir la época más grossa de la música. A inicios de los ‘70 se separaban los Beatles y aparecían todos los grandes grupos (Pink Floyd, Led Zeppelin, King Crimson, Génesis, Emerson Lake and Palmer, Dep Purple). Tenía 13 años y un conocimiento de la música tremendo. Y el rock nacional, ni hablar.

A los 14 años pude ver a Pescado Rabioso en Mar del Plata, porque mi papá también compró un departamento en la Costa y nos mandaban a Mar del Plata todos los veranos. Los recitales se hacían en los cines de la avenida Luro. Vi tocar a Invisible, a Pappo, a Sui Generis. Tenía 15 años y ya había visto todo. Hoy de viejo pienso que es un tesoro que tengo: haber escuchado tan buena música tan jovencito.

Tenía cientos de discos. Mi papá me regaló una camioneta, cuando aprobé el ingreso a Ingeniería. En ese entonces era un gordito que tenía una F 100 cero kilómetro. Después bajé de peso y me comprometí con mis grupos de música y por fin fui ganador con las minas.

En ese momento, mis mejores amigos eran: Natalio Faingold, Javier Segura. En 1979, llegamos a la fama con Alta Blanca y escribimos la primera gran página del rock de Mendoza. Tocábamos y dejábamos gente afuera.

Hoy me considero una rata del Centro. Mi barrio fue el Centro, Rivadavia y 9 de Julio. Ascensores, semáforos, incineradores, terrazas, no habían macetas ni perros y ni las churrasqueras de San Rafael. ¡Pero era genial mi barrio!

Siempre hablamos con mi amigo, Duilio Soppelsa, de los lugares del barrio: del Peter John, la Librería Argentina, mi amigo el Humberto, de la Casa del Dibujante, enfrente estaba el Cap Polonio, que hacían unos tremendos panchos, en 1968. Y la gloriosa, donde compraba todos los discos: Dimensión 33, en la galería Piazza. Era la disquería top, a media cuadra de casa.

Allí habían unas minas lindísimas con un galán en una Harley. Siempre con los amigos comprábamos los discos y nos íbamos a los cafecitos de calle Sarmiento, hoy Peatonal. Era mi barrio. Hoy me acuerdo de los Carrusel, las Vía Blanca. Las veía todas desde mi casa. Hoy mi hija me dice: “Vamos allá... no, ya los vi todos”...

Tengo un gran amigo, el Pato Damond, un gran músico que vive en Canadá y él también es una rata de la ciudad. Tiene una supercasa en Rioja y Alem. Un bajista impresionante y viene muy seguido. Mi barrio eran los bares también.  Mi papá se copaba con Pollolandia, también sobre Rivadavia. Compraba los pollos al spiedo, que se habían puesto de moda. La famosa confitería Tívoli. Era un barrio de portero eléctrico y ascensores y terrazas con ropa colgada.

También me acuerdo que desde el colegio nos veníamos caminando con Zaldívar, el médico. Veníamos juntos pero no nos saludábamos; era un año más grande que yo. Después cuando lo vi, dije: “Pero si con ese muchacho veníamos siempre caminado”.

En calle Rivadavia vivimos de 1968 a 1991. Después, (cuando me casé, nació mi hija), nos mudamos al barrio Trapiche. Me reencontré con un patio, macetas, con un perro.

Pero volviendo a calle Rivadavia, siempre recuerdo al portero del edificio, Don Ángel, con quien charlábamos todos los días unos minutos sobre las noticias de la calle. Toda la gente era conocida para nosotros.

Me encanta hablar de mi barrio y me gustaría que mi amigo Duilio Soppelsa tuviera también la posibilidad de contar su historia porque es un gran conocedor y un apasionado de su barrio, el Centro de Mendoza.

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