Por primera vez, desde que asumió, el ministro de Economía, Axel Kicillof, hizo un diagnóstico acertado acerca del futuro de la economía y este reconocimiento, realista, puede ser utilizado como excusa para justificar otras cosas.
En su discurso en el Consejo de las Américas, el jueves pasado, el ministro alertó acerca de las consecuencias que pueden traer a futuro la suba de las tasas de interés en EEUU como efecto del fin de los programas de estímulo de la Reserva Federal.
Este proceso, reconoció Kicillof, puede revertir el flujo de capitales hacia los países desarrollados y generar alteraciones en los tipos de cambio en los países emergentes.
El ministro reconoció que Argentina tuvo viento de cola desde 2003 hasta 2008, pero que desde ese año las circunstancias se complicaron en el plano del comercio.
También afirmó que la crisis de los últimos dos años fue por efecto de la falta de demanda mundial y que la Argentina poco puede hacer al respecto y no puede hacer muchas correcciones con políticas activas. También mostró preocupación por el precio de la soja.
Un poco de historia
Justo después de la crisis argentina en 2001 y la brutal devaluación de la moneda en 2002, la economía de EEUU comenzó a revertir su ciclo positivo y la Reserva Federal comenzó a bajar la tasa de interés, que en 2003 llegó al 1% y se mantuvo más de un año en ese nivel.
El dólar, a nivel internacional se devaluó hasta llegar a una paridad de 1,50 frente al euro.
Esta devaluación de la moneda norteamericana hizo que aumentaran los precios en dólares de todas las materias primas, a lo cual se sumó el fenómeno que significó el peso que comenzó a tener China, tanto en la demanda de alimentos, como en otras materias primas, como cobre y petróleo.
Basta recordar que cuando se dio el conflicto con la resolución 125, el precio de la soja había llegado a 250 dólares la tonelada. Hoy estamos preocupados porque bajó de 600 a menos de 400.
A pesar de estar en default, la Argentina recibió flujos de inversiones directas, aumentaron las exportaciones, esto generó empleo que aumentó la demanda interna y el ritmo de la economía.
También hay que sumar la recuperación de fondos del “corralito” de mucha gente que no quiso volver a los bancos. Mucha de esta plata fue a comprar inmuebles o a fondear fideicomisos, sobre todo para plantar soja.
Hasta ese momento, todo era viento a favor para Argentina porque no había inflación y porque no se pagaba el grueso de la deuda externa en default, que recién se arregló parcialmente en 2005.
No obstante, los problemas de Argentina no arrancan en 2008, con la crisis bancaria en EEUU, sino que lo hacen en 2007, cuando el gobierno decide aumentar el gasto público y comienza la escalada inflacionaria, mientras se comienzan a manipular los indicadores del Indec.
Para ese entonces comienzan a aparecer problemas de caja, que llevan al Gobierno a decidir la estatización del sistema jubilatorio, que hasta ese momento administraban las AFJP y más tarde, agotados estos recursos, deciden, escándalo mediante, modificar la carta orgánica del Banco Central para poder financiarse libremente mediante la emisión monetaria.
La crisis de 2008 se sintió en nuestra economía en 2009, pero en 2010 hubo una recuperación de la demanda, hasta que en 2011 la crisis se extendió a Europa.
Pero la crisis internacional explica solo una parte del problema argentino, porque la raíz del problema está en la inflación y el dólar congelado. Sin inflación, aunque con menos demanda, muchos productos seguirían siendo competitivos.
El plan de Kirchner era sustentable solo sin inflación. En los primeros tiempos el ex presidente fue respetuoso de esa regla, pero luego la tentación de más poder lo venció y se dio cuenta de que necesitaba más plata, de ahí la decisión de aumentar el gasto público.
El diagnóstico y el momento
Hasta ahora el ministro nunca había hablado de la situación de la política monetaria de EEUU, su implicancia en el valor del dólar en el mundo y el impacto en los precios de las materias primas, algo de lo que ya hemos alertado muchos meses atrás en esta columna.
La definición echa por el ministro, conociendo los antecedentes, se parece más a una forma de abrir el paraguas por una situación que ciertamente ocurrirá casi con seguridad y, por lo tanto, se transformará en la excusa perfecta para justificar la crisis que se desatará, pero no por los temas internacionales sino por la política interna.
De seguir en estas condiciones de elevado gasto, emisión, inflación y recesión y sin solucionar el problema con los houldouts, la Argentina corre serios riesgos de quedarse rápidamente sin divisas, lo que obligaría a tener que devaluar nuevamente la moneda.
Solo que esta vez tendrán la excusa de los cambios internacionales, sobre los cuales “no podemos hacer nada para corregir”, como advirtió.
La advertencia acerca del impacto negativo sobre el precio de las materias primas, como los granos, también es un adelanto de que la baja de los precios deberá ser corregida con una devaluación, para adaptar el tipo de cambio a los nuevos tiempos de la economía global.
Está claro que el ministro sabe claramente cómo sigue la película, pero también está claro que está preparando el escenario para introducir un nuevo culpable de los males que nos aquejarán a futuro. De no ser así, no habría recurrido a un diagnóstico tan claro como el que dio.
Rodolfo Cavagnaro - Especial para Los Andes