La noche que el Lobo cumplió 100 años, me dijo "ya me puedo morir tranquilo" y falleció nueve días después. Ahora, a veinte días de haber cumplido 80 años, Don Carlos Salgado debe estar festejando como loco y más que nada porque sus cenizas descansan en el Legrotaglie. Para él, Gimnasia estaba por encima de todo y su amor por esos colores grafican lo que siente cualquier hincha blanquinegro. Son sanguíneos, sufridos, pero lo más importante es que son fieles. Además, disfrutan más de un buen juego que de un mal triunfo. Son capaces de aplaudir a su equipo aunque se vaya derrotado, siempre que este haya plasmado en la cancha la escuela del toque.
Esa hinchada supo tocar el Olimpo, cuando en los '70 el Víctor y su ballet patentaron un estilo de juego único, y el infierno, con varios descensos y hasta un juicio que amagaba con dejarlos sin club. Pero al verdadero gimnasista nada le quitó su pasión, su orgullo de sentirse parte de esa institución. Acusados, muchas veces, de vivir de glorias pasadas, se bancaron las gastadas y digirieron las alegrías ajenas. Sabían a ciencia cierta que tarde o temprano la historia los pondría en su lugar. Es por eso que hoy merecen desatar toda su alegría. Señores y señoras, Gimnasia está de vuelta y como dijo Don Carlos, se puede morir tranquilo.