Hace pocas semanas nos alegrábamos del acuerdo alcanzado entre el Mercosur y la Unión Europea para firmar un Tratado de Libre Comercio, que abriría las puertas a miles de productos de nuestra región a una de las zonas de mayor poder adquisitivo del mundo.
El bloque sudamericano, bajo la presidencia del mandatario brasileño Jair Bolsonaro, avanzó en otro acuerdo con el grupo EFTA, que comprende a Suiza, Noruega, Islandia y Liechtenstein.
También se avanza en un acuerdo similar con Canadá y hay varios más en carpeta.
No obstante, cuando la campaña electoral se desarrollaba, el candidato opositor, Alberto Fernández, manifestó su opinión contraria al acuerdo con el grupo europeo argumentando que podría significar la desindustrialización de la Argentina, mientras el diputado Máximo Kirchner dijo que “estos acuerdos se firman porque Argentina y Brasil tiene presidentes dispuestos a entregar la soberanía de su países”.
Varios dirigentes del Frente de Todos también dijeron que no se sabía la letra del acuerdo pero que igual le harían modificaciones.
A partir de estas manifestaciones de Fernández y sus dirigentes, el presidente Bolsonaro respondió violentamente afirmando que “si Argentina volvía a prácticas proteccionistas, Brasil se va del Mercosur “, a la vez que descalificó a los dirigentes argentinos con términos como “zurdaje”, “bandidos de izquierda” y planteó el riesgo de que estos dirigentes lleven a la Argentina a la situación de Venezuela”.
Fernández le contestó tratándolo de “misógino” y “racista”.
Un intercambio poco propicio para una buena relación de socios.
La amenaza de Bolsonaro fue luego confirmada por dos altos funcionarios de su gobierno unos días después. En efecto, fue el ministro de economía, Pablo Guedes, quien advirtió “si Cristina Kirchner entra y cierra la economía argentina, saldremos del bloque” y más tarde el ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, dijo que el kirchnerismo siempre había usado al Mercosur con fines políticos y no comerciales y que, de repetirse esta actitud, Brasil no dudaría en dejar el acuerdo.
Más allá de todas estas bengalas que se han tirado, hay quienes confían en que funcionarios de carrera, que son los que han llevado adelante las tratativas, podrían tranquilizar las relaciones, siempre que un eventual gobierno de Fernández no recurra a las viejas prácticas de antaño.
En el caso del acuerdo con la Unión Europea, que debe ser traducido a los idiomas de todos los países y luego ser aprobado por los Congresos, no es posible generarle modificaciones porque implicaría echar atrás costosas negociaciones.
Por lo tanto, el futuro del acuerdo luce con muy mal pronóstico.
Bolsonaro, en el ejercicio de la presidencia pro-tempore del Mercosur consiguió coronar varias negociaciones y si Brasil da un portazo el más perjudicado será Argentina.
El resto de los países no quieren seguir aguantando los cambios de rumbo cíclicos y las crisis recurrentes de la Argentina.
Brasil ya había planteado revisar el Mercosur para salir del formato de Unión Aduanera Imperfecta, algo que también conviene a Uruguay y Paraguay, para poder negociar acuerdos con terceros países.
Una ruptura significaría para Argentina perder los beneficios actuales con Brasil y aunque este país también perdería los que tiene con Argentina, para los brasileños las exportaciones hacia nuestro país son muy pequeñas en comparación con el volumen de su comercio exterior, mientras que para Argentina sería una pérdida muy significativa ya que es el único grupo de países con el que tenemos algunos productos con liberación de aranceles.
En conclusión, las consecuencias que está dejando la actual campaña electoral son muy serias porque no se habla de futuro sino de volver al pasado y con eso Argentina retrocedería muchísimo.
No está de más recordar que no vivimos solos en el mundo y tampoco tenemos el peso suficiente como para ponerle condiciones al resto de los países.
Por lo tanto, esperamos que prime la cordura y la inteligencia, cosas que hasta ahora no han abundado.