Nos ocurre a diario hablar, y escuchar hablar, de la "economía de un país" o, de modo más específico, de nuestra provincia, como si en ambos casos se tratara de una realidad uniforme, homogénea. Razonamos como si los participantes de la economía nacional estuvieran en similar situación.
Pero se advierte que cuando acercamos la lente para ver mejor, como ocurre con la vitivinicultura, comienzan a percibirse diferenciaciones interesantes. Entonces hablamos del tamaño de los productores, de las variedades de uva que cultivan, de la forma en que lo hacen y de la localización de la propiedad.
La conclusión de esta perspectiva es que aparece un concepto, que ya había incorporado el análisis económico de los países subdesarrollados en los '60. Se trata del concepto de heterogeneidad estructural, útil para describir la realidad de una economía, sea de la nación, una región o un sector de actividad. El concepto se refiere a que esas realidades no son homogéneas. A esto refiere se el concepto de heterogeneidad estructural.
Estas consideraciones resultan útiles para analizar un informe publicado en "Economía" de este diario el domingo 14 de mayo, elaborado por la reconocida Consultora Abeceb, referido a la competitividad de 22 sectores de la industria argentina. El concepto de competitividad se ha difundido ampliamente en nuestro país en los últimos años. Refiere a la capacidad de un sector económico (o de una empresa) de competir en los mercados internacionales. La competitividad de una empresa o de un sector está relacionada directamente a dos variables determinantes. Por un lado, lo que ocurre dentro de la propia empresa, lo que depende de ella. Se trata de la productividad de esa empresa, es decir cuán eficiente es en el uso o combinación de los factores productivos (capital, trabajo, recursos naturales, organización). Por otro lado, el ambiente externo, esto es esencialmente la política económica del país, tipo de cambio, presión fiscal, inflación. En estos dos aspectos se asienta el informe de Abeceb para construir un ranking de competitividad de 22 sectores industriales, con una metodología que determina un índice 1 de máxima productividad y así ordena lo sectores en forma descendente. Esta clasificación no hace más que confirmar, desde el punto de vista técnico, lo que un atento observador de la economía conoce. A la cabeza de la competitividad se encuentran dos sectores clave de la economía argentina, alimentos con una puntuación de 0,76 y bebidas con 0,73 (sobre uno ambas). En el otro extremo se encuentran indumentaria con 0,49 y calzado con 0,42, que implica que ambos sectores apenas logran poco más de la mitad de los dos primeros. Dado que estos sectores están dentro de un contexto macroeconómico similar, las diferencias tienen que ver con la eficiencia del uso de los factores productivos en cada sector y empresas, y en las distintas formas que el contexto las afecta. No hay dudas que alimentos y bebidas son más eficientes que indumentaria y calzado, y se benefician de una economía más abierta; las últimas necesitan protecciones especiales frente a la competencia externa y los consumidores deben pagar precios más elevados que si los productos se importaran. Está claro que los alimentos se han beneficiado con la política del actual gobierno (rebaja y eliminación de retenciones, desregulaciones). Es llamativo que el PEN haya dado beneficios específicos a los dos sectores menos eficientes y no lo haya hecho (hasta ahora) con uno eficiente como el vino, que lo necesita. En resumen un país varias economías.
