Un país ensimismado, de espaldas al mundo

Hoy, en un mundo globalizado, la mejor forma de vivir con lo nuestro es vivir con lo de todos, y aprovechando las ventajas competitivas para que los demás valoren aquello en lo que nosotros nos vamos constituyendo en especialistas principales. Es un cambi

Un país ensimismado, de espaldas  al mundo

Cuando la Argentina debió contemplar su desarrollo industrial lo hizo bajo la concepción muy famosa en otros tiempos pero hoy en franca decadencia de la “sustitución de importaciones”.

Con esa política las naciones buscaban producir dentro de sí mismas la mayor cantidad posible de productos para lograr independencia o autonomía, en particular de los países más poderosos que trataban de monopolizar los mayores avances tecnológicos, industrializarlos y venderlos con evidentes ventajas para ellos.

Con el tiempo, cada país fue viendo aquello que era más capaz de producir y aquellas otras cosas que era mucho más conveniente importar por los altos costos de la elaboración nacional no preparada para fabricar todo.

Se pasó de la teoría de las ventajas comparativas, con lo cual se valoraba principalmente aquello que un país tenía de ventaja por su propia naturaleza física, a la teoría de las ventajas competitivas mediante la cual lo importante ya no era tanto el recurso físico sino aquellos factores en que a las ventajas naturales de cada país se agregaba la inteligencia de su gente y las especificidades industriales donde podía sobresalir, en cantidad o calidad, sobre otros países.

Se fueron construyendo nichos de crecimiento en los que la especialización devino en el nuevo signo de la autonomía, por encima de la sustitución de importaciones con la cual queríamos producir todo, y así, a la postre, no produciríamos nada frente a los que ya habían definido lo que mejor andaba con sus aptitudes integrales.

La Argentina todavía sigue queriendo vivir con lo nuestro y por eso apoya a industrias inviables mientras a la vez combate o discrimina a aquellas otras que, sumándoles tecnología y decisión política estratégica, podrían definir nuestra personalidad productiva en el mundo, tal como las industrias y los servicios relacionados con nuestra producción agraria.

En una lógica perversa se supone que los más competitivos deben subsidiar a los menos competitivos, con lo cual se termina haciendo inviable lo viable y se intenta vanamente hacer viable lo que estructuralmente nunca lo podrá ser sin ayudas especiales y permanentes.

El vivir con lo nuestro, que quizá alguna vez nos relacionó con el mundo cuando nos estábamos constituyendo como nación industrial, hoy nos aleja del mismo, nos hace entrar en un estado de ensimismamiento en el que nos creemos capaces de todo y a la vez cada vez más nos convencemos de que debemos mirar con desconfianza a todo lo extranjero.

Una mirada grandilocuente y soberbia que en vez de buscar el camino para ver de qué manera producir para todo el mundo lo mejor de nosotros mismos y del mismo modo recibir lo mejor de los otros, nos encerramos en nuestras propias mediocridades, nos resignamos a crecer menos de lo que estamos destinados y nos atrasamos tecnológicamente por una cerrazón ideológica que no nos deja entender lo que pasa en realidad fuera de nosotros mismos.

Si la Argentina quiere retomar de una vez por todas y para siempre una senda de desarrollo propio que la potencie en el mundo deberá dejar de lado todas estas pretensiones de encerramiento cultural y de autosuficiencia industrial y sentirse parte del nuevo mundo a partir de su propia identidad y de sus propias capacidades, pero con una mirada abierta a todos los aportes que podamos recibir desde afuera; porque estamos viviendo el tiempo de la complementariedad y la integración, no el de la autosuficiencia y del conflicto comercial entre las naciones.

Se hace imprescindible, entonces, dejar de lado los preconceptos con los cuales hemos adoptado las políticas económicas de la última década, ya que todas encierran estas esclerosadas ideas que nos alejan de la competitividad global y, por ende, del desarrollo integral.

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