Un país de dos velocidades

Un país de dos velocidades

“No deje de visitar la fábrica de acero cerrada en West Virginia donde trabajaba cuando era joven, ganaba el doble en aquel tiempo” sugiere Debbie, una empleada de hotel. Asimismo, una pareja muy simpática de cincuentones me invitó a hacer una recorrida por la costanera que ocupaban las acerías y donde hoy solo queda el rastro de algunas chimeneas. “Estábamos contaminados pero teníamos buena plata en el bolsillo, las noches de luna salíamos al patio a ver los deshechos metálicos titilando sobre el pasto como estrellas, esos terrenos hoy los compró la Universidad Carnegie Mellon”, agregan Les y Pat. Mejor imagen imposible. En Pittsburgh hoy coexiste el pasado glorioso de la industria del acero con el mundo del futuro y la tecnología.

El Instituto de Robótica de Carnegie Mellon aloja, entre varios, un proyecto millonario auspiciado por Uber para el desarrollo de vehículos sin conductor humano. En términos de ingresos, ello implica salarios promedio de U$S 100 mil anuales, similares al Silicon Valley. En paralelo, trabajadores como Debbie, Les y Pat, quienes perdieron el tren de los altos ingresos y hoy navegan por el andarivel de los salarios que no superan los U$S 50 mil anuales. No son dos países aparte, pero sí es evidente que no funcionan a la misma velocidad.

Este es uno de los debates centrales de las próximas elecciones, es el núcleo de la campaña de Trump apuntada a seducir a la vieja clase media conectada a lo queda en pie del cinturón industrial con base en los estados de Pensilvania, Ohio, Michigan, Iowa y Wisconsin.

Esa base de soporte, que hoy no supera a un tercio del electorado, no alcanza por sí sola para ganar una elección. Por ello, además de obtener un resultado contundente en el medio oeste, Trump necesita ganar Florida, el principal Estado del sur, cuyo peso en delegados le permitiría neutralizar una parte del gran poderío demócrata de California y Nueva York.

Una competencia atípica

Al día de hoy, la mayoría de las encuestas ponen en tela de juicio la efectividad de la estrategia de Trump de capturar el voto de los estados del rust belt mediante la agitación de la bandera del empleo y la inmigración en el caso de Florida. Y muchos analistas lo dan por muerto tras los debates con Hillary.

Sin embargo, la configuración de esta elección sugiere tener cautela. La única realidad palpable es que Trump llegó hasta acá siendo un candidato sin afiliación partidaria y nulo respaldo de los jerarcas del Partido Republicano. “Sabemos hace treinta años que Trump es un playboy” dice el intendente demócrata de un pequeño suburbio de Cleveland. “Pero también sabemos cómo están recibiendo su mensaje los pequeños empresarios que afrontan la pesada carga de Obamacare” agrega.

Asimismo, el intendente también demócrata de Youngstown, en Ohio, ciudad muy castigada por el retroceso industrial de los años ’70/’80, suma otra perspectiva: “La gente no ve a Trump como un político y eso hoy tiene un valor, su mensaje llega fácil al trabajador, más allá de que uno no tenga claro cómo haría las cosas de las que habla”.

En tal sentido, la próxima elección será una competencia sin precedentes entre una candidata natural del sistema versus un outsider dedicado toda su vida a los negocios, a la noche y con apoyo de gente que entiende que está enfrentando a la política con dinero de su bolsillo.

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