Los Jardines de Kensington, en Hyde Park (Londres), reciben cada verano a estos pabellones efímeros, cuyo diseño se encarga a un arquitecto de renombre cada año. En 2003 el encargo fue para el prolífico y revolucionario Oscar Niemeyer, que sucedió a Toyo Ito (2002), Daniel Libeskind (2001) y Zaha Hadid (2000).
El pabellón de Oscar Niemeyer se organizó en dos plantas, un semisótano y una planta transparente sobre éste. Una estructura de acero rápida de desmontar y unir, apta de ser reubicada en otro sitio.
El pabellón, sobreelevado del piso, era accesible mediante una larga rampa roja que cruzaba el parque, típico de la arquitectura brutalista de Niemeyer. El techo, revestido de aluminio blanco, estaba compuesto por dos pronunciadas pendientes y una parte central curva, haciendo que el pabellón pareciera una carpa de luz con formas suaves.
La planta baja, de 70 m2, estuvo destinada a un auditorio con vistas al parque. En cambio, la planta alta se abría al exterior mediante grandes ventanales. El espacio de planta alta fue destinado a una cafetería y una exposición que muestra obras de Niemeyer a través de fotografías y videos. La característica de este pabellón es que la planta enterrada (sótano) elevaba la planta superior aproximadamente un metro y medio, lo que daba la sensación de que el mismo parecía flotar.
Oscar Niemeyer definió su obra como “diferente, libre y audaz”. Cuando le encargaron el proyecto el arquitecto dudó porque, tal y como él mismo dijo, “Yo solo uso hormigón y solo diseño construcciones permanentes”.
El resultado: un pabellón proyectado con una estructura de acero y aluminio, respondiendo a premisas indiscutibles de su impronta arquitectónica como la asimetría, la línea curva de la cubierta que daba protección a los visitantes y una liviandad imponente. El sótano del pabellón: una caja de hormigón donde se evidenciaba el empleo habitual de este material, con el cual el arquitecto brasilero plasmó su expresión brutalista en sus proyectos o, quizá, podría ser considerada como una alusión a un trabajo pensado para perdurar en el tiempo.
Las vigas en la cubierta inclinada, conectadas por una viga central curva, soportaban los extremos de la plataforma elevada y trabajaban para compensar las fuerzas producidas por los voladizos opuestos. Los detalles de la gran pared de vidrio y la ventana oval abierta al parque fueron diseñados de tal forma que no los tapara ningún elemento estructural visible.
Al ver la materialidad de la obra, podemos apreciar como el hormigón contrastaba con la estructura de acero, que podría hacer referencia a la fugacidad del pabellón. El pabellón también tomó conceptos neoplásticos con su pared roja y la gran rampa de acceso al modo le corbusierano, también de este impactante color cálido; además de las mesas y bancos de la confitería de carácter sesentoso de color amarillo. El pabellón Serpentine de Niemeyer era apacible y apropiado para el contexto relajado de un parque londinense.
El mismo se conformó siguiendo uno de los principios de Niemeyer, en el que cada proyecto debe ser capaz de ser resumido en un boceto simple y, una vez terminada la estructura, debe responder a la arquitectura planteada en dicho trazo.