La presidenta argentina tuitea furiosamente contra la prensa internacional que pronostica una probable crisis en los BRICS, dentro de los cuales se encuentra Brasil, y por ende América Latina.
Ella cree que todavía vivimos bajo los efectos de la crisis de 2008, cuando los principales países de Occidente sufrieron un cataclismo económico de proporciones.
Pero la señora Cristina Fernández de Kirchner se equivoca estratégicamente, porque en su afán por echarles la culpa de todos los males del mundo a las naciones desarrolladas, en particular a EEUU y Europa, se ciega para observar que el tiempo de auge económico y de crecimiento acelerado de nuestros países está cediendo el paso a otro tiempo, en el que el desarrollo ya no estará dado por los buenos precios de nuestras materias primas sino por los esfuerzos que sepamos hacer para construirlo con laboriosidad y tesón.
En esta nueva gesta, los países latinoamericanos con mayores oportunidades de avanzar en primer lugar serán aquellos que utilizaron los momentos de bonanza para ahorrar los recursos para tiempos más duros y quienes supieron crear un soporte institucional lo suficientemente sólido, a fin de que las inversiones mundiales encuentren las condiciones atractivas con las cuales acercarse hacia estos lares.
Por el contrario, aquellos que quedaron pegados al consumo presente, sin mayores perspectivas de inversión y ahorro, serán los que más sufrirán las consecuencias.
Lo que se hará aún mucho más dificultoso donde las excepcionales condiciones de intercambio que nos acompañaron durante la década pasada gestaron una élite política y empresarial facilista, más propensa a vivir de los goces del Estado que del esfuerzo individual y colectivo.
Una élite que fue cediendo a las tentaciones de la corrupción hasta convertir a esta enfermedad en algo estructural de sus países. Así, los que sólo gastaron los recursos económicos en consumismo, corrupción y clientelismo, son los que estarán en las peores condiciones para hacer frente a los desafíos del nuevo tiempo.
Brasil significó en el siglo XXI la posibilidad de que nuestro continente fuera empujado hacia el desarrollo y la modernidad plena por este gran vecino que comenzaba a competir en las primera ligas mundiales.
Sin embargo, su dirigencia no pudo evitar la tentación de la corrupción que hoy estalla por todos lados y si bien económicamente supo tener la habilidad para no atarse a esquemas preconcebidos, ahora deberá ser muy cuidadoso y aplicar dolorosos ajustes si quiere que todo el esfuerzo realizado no sucumba. Brasil sigue siendo una esperanza pero deberá adaptarse rotundamente a las nuevas situaciones.
Venezuela, que se vendió mundialmente como un proyecto socialista que se ofrecía como alternativa a la globalización capitalista, hoy no es ni siquiera defendida por aquellos intelectuales que quisieron imaginarse lo que nunca fue.
Allí, la combinación brutal de estatismo desaforado, incompetencia plena, autoritarismo brutal y corrupción desenfrenada están llevando a dicho país al peor de los mundos, donde la democracia va muriendo. Y algo parecido parece comenzar a ocurrir en Ecuador, donde la intolerancia estatal está siendo respondida con reacción popular.
La Argentina no llegó a ser Venezuela porque su sociedad se resistió a tamaña ridiculez, pero comparte con Brasil la corrupción creciente. Económicamente supo aprovechar muy poco las oportunidades internacionales que se le ofrecieron y que ya no serán iguales. Por eso es fundamental que con el cambio de gobierno surja un barajar y dar de nuevo que nos permita encontrar el rumbo cierto que tuvimos al alcance de la mano y que por deserción de nuestra clase dirigencial dejamos escapar.