El comercio internacional ha cambiado de naturaleza en el siglo XXI, y ha dejado de ser una cuestión de oferta y demanda. Más de 70% del intercambio global está constituido hoy por bienes intermedios (partes y componentes), además de servicios y equipos de capital, que se venden como integrantes del comercio intraindustrial ejercido por las empresas transnacionales.
En este nuevo sistema, los problemas del proteccionismo y el nivel tarifario, que caracterizaron al comercio mundial durante décadas, han perdido relevancia.
Ahora, la condición para participar en él es convertirse en una gran empresa transnacional, capaz de integrarse competitivamente en las cadenas globales de producción, ante todo en la innovación y el desarrollo científico y tecnológico.
El sistema integrado transnacional de producción -núcleo estructural del capitalismo en el siglo XXI- está compuesto por 88.000 empresas globales –unas 3.500 son agroalimentarias-, con 600.000 asociadas o afiliadas en el mundo entero.
Su rasgo común es la fragmentación de la producción, que implica una extraordinaria especialización, y por ende productividad, de sus segmentos productivos.
Estos conglomerados integran en una sola estructura de creación de valor las actividades tecnológicas, científicas y productivas, y disponen de un acceso sin límites a los recursos del sistema financiero internacional.
La producción integrada transnacional es 15% de la economía mundial, pero en ella se despliega casi 100% del incremento de la productividad. Es responsable de más de 80% de las patentes del mundo y ocupa sólo 3% de la fuerza de trabajo global.
Más de 42% del total de las empresas transnacionales son norteamericanas; y este porcentaje es mayor en las compañías agroalimentarias, como Cargill, ADM, Bunge, entre muchos otros ejemplos.
Hay una vinculación directa entre las condiciones de vanguardia de la producción primaria estadounidense y el papel decisivo de sus grandes corporaciones agroalimentarias que sustentan su excepcional productividad.
Los 10.000 productores de punta de la Argentina, encabezados por los 1.500 de un nivel superior a los del Medio Oeste, tienen niveles de formación equivalentes o superiores a los farmers, con menor edad promedio.
El próximo paso de la revolución agrícola de la Argentina de los últimos 20 años es crear dos, tres o cinco “Cargills” de capital nacional, capaces de disputar el liderazgo en las grandes cadenas de producción de agroalimentos del mundo.
Sería trepar un escalón más en la secuencia que empezó en 1880, cuando convergieron los inmigrantes italianos que crearon la producción agrícola de la Pampa Húmeda con los hacendados notablemente innovadores y progresistas de la Sociedad Rural Argentina, encabezados por Eduardo Olivera.
Es imprescindible comprender que el nuevo sistema de comercio internacional provoca una disminución sistemática de los costos del intercambio global, que han caído más de 15 puntos entre 1995 y 2009, según OCDE, Banco Mundial y OMC.
La cadena agroalimentaria tiene un valor estimado de U$S 5 billones, y ganancias líquidas globales por U$S 600.000 millones por año.
La cuestión es cómo participa la Argentina en una posición de vanguardia de este núcleo central de la producción en el siglo XXI. Para posicionarse en este nuevo orden global es clave dar un nuevo paso y generar las condiciones para que surjan los “Cargill” de capital nacional.