Un Mundial bipolar en las calles de Río

La cita ecuménica y sus dos caras: los festejos, la alegría y las luces por un lado. Por el otro, el malestar y el temor de aquellos que avizoran el gran costo social que dejará para el país.

Un Mundial bipolar en las calles de Río
Un Mundial bipolar en las calles de Río

El inicio del Mundial en Brasil ha sido cualquier cosa menos silencioso.

y una huelga del sindicato de trabajadores del aeropuerto Galeâo, de Río de Janeiro, que fue desconvocada horas después ante la amenaza de una multa millonaria por parte de la Agencia Nacional de Aviación Civil.

Las redes sociales hervían de críticas a la actuación de las fuerzas del orden: en las doce sedes mundialistas se han desplegado más de 150.000 agentes (entre policías, soldados y agentes de seguridad privada) y puede decirse, como bromeaba ayer un asesor de seguridad de la FIFA, “que este será el mes con menos inseguridad callejera en la historia reciente del país”.

Mientras tanto, en la playa de Copacabana se vivía la otra cara de la fiesta: turistas extranjeros ataviados con camisetas de sus selecciones bebían ‘caipirinhas’ desde primera hora de la mañana, estratégicamente situados junto a la Fan Fest de la FIFA, que abriría poco después, tras una noche entera de trabajos para terminar los flecos pendientes.

El acento argentino era evidente a lo largo de toda la playa. La cantidad de gente hacía casi imposible circular por el carril asfaltado que discurre en paralelo a la arena, habitualmente utilizado por corredores y ciclistas.

Vendedores ambulantes descargaban mercancías y colocaban sus puestos. “Los precios suben un poco durante la Copa, es normal”, decía Diego, un artesano de Buenos Aires que se mudó a la ‘cidade maravilhosa’ hace seis meses y sobrevive de vender anillos y marihuana en los puestos de la playa.

Una silla en la playa que hace quince días costaba 3 reales (1,3 dólares) cuesta ahora el triple.

Después de meses de protestas, acusaciones de corrupción, accidentes y escandalosos retrasos en las obras, millones de brasileños celebran la llegada del Mundial mientras un sector de la sociedad sigue repitiendo que ellos ‘tuercen’ para que Brasil pierda.

“Yo esta vez apoyo a Argentina”, decía hace dos días Federico, un taxista carioca de 55 años, para estupor de los pasajeros: “Me encanta el fútbol, pero quiero que Brasil sea eliminado… No quiero escuchar a la presidenta decir que somos los campeones del fútbol y que ahora seremos los campeones de la igualdad y la justicia”.

Las autoridades decretaron ayer medio día feriado en atención al partido, y la ciudad, que empezó a decorarse hace sólo tres semanas, sacó sus banderas y camisetas ‘verde-amarelhas’ a la calle.

Los trompetazos eran constantes, tanto en las favelas como en el llano. A las cuatro de la tarde, poco antes del inicio del partido inaugural, el recinto de la Fan Fest estaba desbordado de gente y parecía, con su enorme escenario y sus puestos de bebidas, un festival de rock en el que cientos de personas se quedan al otro lado de la valla, escuchando la música.

Hasta los policías apostados en cada esquina relajaban su rutina para mirar de reojo las televisiones de los bares.

Pero las señales del malestar no han desaparecido. Anteayer, justo enfrente del hotel más señorial de Copacabana, a cien metros de la Fan Fest, un sector de la playa amaneció con doce pelotas gigantes fijadas a la arena.

Habían sido usadas recientemente en una protesta en Brasilia; tienen pintadas unas cruces rojas. Delante de ellas, un cartel reza: “Una Copa del Mundo en un país de miseria, financiada con dinero público, es un problema moral”.

Los responsables de la manifestación querían presentar seis reivindicaciones a las autoridades, la FIFA y los candidatos a las elecciones presidenciales de octubre: entre ellas, que en el partido inaugural se guardase un minuto de silencio (Brasil-Croacia) en memoria de los ocho obreros fallecidos en la construcción de los estadios mundialistas y que las prioridades para la próxima Legislatura sean la mejoría de la salud, la educación y la seguridad.

Muchos turistas se detienen a sacar fotos, guardan unos instantes de silencio y regresan al bullicio.

Hay un segundo cartel colocado junto a las doce pelotas que invita a un cierto optimismo: “Respeto por el ‘torcedor’ de la selección brasileña, hospitalidad con el turista extranjero y libertad para quien protesta pacíficamente”.

Pero nadie es capaz de predecir qué pasará si Brasil es eliminada antes de tiempo o la policía comete algún exceso en el uso de la fuerza.

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