A pocas horas de conocerse los resultados del balotaje, un triunfal Mauricio Macri, en su primera alocución frente a la prensa, definió como prioritaria la necesidad de avanzar en el proceso de integración sub-regional con Chile. Estas palabras fueron apoyadas, pocos días después, con la visita que hiciera al país trasandino, en lo que fuera su primera salida al exterior ya como Presidente electo.
Estos gestos marcan un horizonte en cuanto a la agenda de política exterior, la necesidad de retomar y fortalecer los lazos subregionales y regionales, en el marco de una estrategia de inserción internacional más amplia, caracterizada por la ruptura con el eje bolivariano y el acercamiento a la Unión Europea y los Estados Unidos. Un claro contraste con los años kirchneristas.
Nuevamente, el péndulo vuelve a moverse para dar inicio a otro capítulo de la oscilante historia de la política exterior argentina.
De hecho, históricamente, la relación bilateral con nuestro vecino estuvo marcada por ciclos de tensión / distensión. Esta lógica se vio interrumpida con la firma del Tratado de Paz y Amistad de 1984 y el fin de los contenciosos territoriales a comienzos de la década del ’90. A partir de ese momento se inauguró una senda de amistad y cooperación entre ambos países, más allá de alguna intermitencia aislada.
El 2009, con la firma del Tratado de Maipú, supuso un hito en la relación entre ambos países. De este Tratado y sus Protocolos Complementarios derivan una serie de compromisos que van desde la conectividad física y la facilitación fronteriza, hasta temas comerciales, de defensa y asuntos laborales, entre otras áreas temáticas.
Más allá de las buenas intenciones y los esfuerzos por relanzar la relación bilateral, lo cierto es que a casi siete años de la firma de este tratado, el proceso de integración avanza a paso cansino.
Un buen parámetro para medir el compás al que se mueve el proceso de integración es el Túnel de Baja Altura – Ferrocarril Trasandino Central. Este proyecto, al día de la fecha, acumula más expectativas que avances concretos. Recién en febrero del año pasado el Congreso de la Nación otorgó la personería jurídica al Ente Binacional del Ferrocarril Trasandino (Ebifetra).
La postergación de esta obra no es gratuita. Más bien supone un enorme costo de oportunidad tanto económico como geopolítico. No sólo porque la capacidad de transporte de carga anual se incrementaría en un mil por ciento, pasaría de 7 a 72 millones de toneladas, o porque Mendoza se posicionaría como uno de los centros logísticos más importantes de la región, o por la cantidad de puestos de trabajo genuino que se crearían, o por tal o cual cosa, sino porque la materialización de esta obra representa la llave para abrir la puerta al Pacífico.
Por otro lado, en materia laboral, del Tratado de Maipú deriva un conjunto de compromisos e instrumentos para avanzar en temas tales como seguridad social, políticas activas de empleo, certificación de competencias laborales y fiscalización del trabajo. Esta dimensión sociolaboral de la integración resulta muy atractiva en un contexto marcado por el progresivo incremento de la circulación de trabajadores entre ambos países.
Finalmente, los últimos quince años fueron testigos del fenomenal incremento del intercambio comercial bilateral.
Pasamos de U$S 615 millones de intercambio comercial anual, en 1990, a U$S 838 millones sólo durante el primer trimestre de 2015. Si bien nuestras economías son competitivas también tienen rasgos que las hacen complementarias. Cabe recordar que Chile es la quinta plaza de colocación de exportaciones argentinas.
Hasta aquí di tan sólo tres argumentos, explicados de forma escueta, somera e, inclusive, torpe, que hablan de la potencialidad y del profundo sentido estratégico que supone profundizar la integración con Chile.
Volviendo al inicio de esta columna, los primeros gestos dados por el Presidente Mauricio Macri hacia nuestro vecino son alentadores e indicarían, a priori, que navegamos en el sentido correcto.
Intuyo, estimado lector, que a esta altura se habrá preguntado, al igual que yo, sobre cómo podemos avanzar en estos temas tan lejanos, propios de las esferas de la alta política, si, en principio, no podemos resolver cuestiones más inmediatas y, acaso, terrenales, como las infinitas horas de espera que deben padecer aquellos que buscan llegar a la costa chilena en cada temporada estival o la cantidad de días que durante el invierno el transporte de carga queda varado a su suerte. La respuesta no podría ser más simple. La tibieza para avanzar en los temas estratégicos termina afectando a aquellas cuestiones más urgentes. El sistema de conectividad transfronteriza es el mejor ejemplo.
Como siempre, en todo aquello que se refiere a la política internacional, el hecho de no avanzar en una agenda propositiva que descanse en acciones y plazos concretos, lleva consigo el riesgo de caer en el estancamiento que suponen aquellas cuestiones meramente declamativas y, cuando no, de naufragar en un mar de buenas intenciones.
* Maestrando en Relac. Económicas Internacionales