Luego de tres trimestres consecutivos en recesión, la economía argentina no parece encontrar el rumbo, agravado ahora por el problema del juicio de los holdouts y el fallo de la justicia de EEUU que el Gobierno ha decidido no acatar.
En esa falta de rumbo aparece la situación de la abrupta caída de las inversiones, las cuales, en el contexto actual, no parecen en condiciones de recuperarse.
Es que antes del fallo del juez la economía ya enfrentaba las graves consecuencias de la elevada inflación, que no permite proyectar y mucho menos tener claridad respecto del panorama a seguir.
Lo cierto es que entre las situaciones generadas y las medidas proyectadas, se puede hacer un código completo de incoherencias destinadas a espantar las inversiones.
El problema estructural
Uno de los problemas estructurales más grave que no pudo resolver el ciclo kirchnerista ha sido la falta de inversión productiva.
Siguiendo la evolución de los datos oficiales, se puede ver que desde 2003 la inversión fue muy baja ya que la reactivación se hizo aprovechando capacidad instalada ociosa.
Cuando la mayor demanda requirió inversiones no había fábricas nacionales que pudieran abastecer el grueso de la maquinaria productiva, la cual fue importada desde Brasil o China.
Claramente, estas inversiones no eran de la mejor calidad ni de la más alta tecnología. No hay que olvidar que la devaluación había sido muy fuerte y afectaba la capacidad de compra.
Además, es bueno recordar que la reactivación se debió al crecimiento del mercado interno.
Es que a partir de algunos rubros que pudieron ser exportados, sumado a la suba de los valores de las materias primas, hubo un crecimiento del empleo y más gente con trabajo, que generó más demanda interna en muchos rubros.
Vinculado al comercio exterior, las inversiones estuvieron destinadas al equipamiento de maquinarias agrícolas y para la fabricación de automóviles. El resto de las inversiones con destino productivo eran de baja calidad.
El resto de las inversiones que figuran en las cuentas nacionales, estuvieron destinadas a la construcción.
Para esto, contribuyó la liberación de fondos del corralito y el reciclaje de las utilidades que generaban las exportaciones del sector agropecuario y de las economías regionales.
Tanto fue así, que habiendo salido de una crisis profunda, con bancos sin fondeo, tuvimos una revolución inmobiliaria al contado, sin crédito, algo que no ocurre en ningún lugar del mundo.
Pero tarde o temprano la escasez de inversiones se hace sentir. Y las inversiones no llegaron porque, en cuanto comenzó la recuperación el Gobierno comenzó a poner medidas restrictivas para las exportaciones de trigo, maíz, girasol, leche y carne. Zafaron con el precio de la soja que creció hasta el año pasado, pero ahora está a un a 40% menos.
Tampoco hubo inversiones en los sectores productores de energía, petróleo y gas, debido a los congelamientos de precio, que quedaron desalineados de los precios internacionales.
Dado que, además, había restricciones para exportar, se armó un combo explosivo que estalló en 2010. El precio subsidiado alentaba el consumo, pero el precio congelado a los productores desalentó la inversión y ese año comenzó la importación.
Este año las importaciones obligarán a gastar 20.000 millones de dólares y se llevarán 100.000 millones de pesos en subsidios.
Esta falta de inversiones hoy se siente en todos los sectores de la economía porque, además la creciente inflación generó recesión con una fuerte pérdida de poder adquisitivo y una pérdida de competitividad de las exportaciones.
Caminos equivocados
El Gobierno ha decidido enfrentar la actual situación con nuevos incentivos fiscales, mayor gasto público, mayor obra pública y una controvertida rebaja en las tasas de interés.
Todo ello destinado a sostener el consumo, mantener y hacer crecer los puestos de trabajo que vienen en tendencia descendente.
Dado que los incentivos (mayor gasto y emisión monetaria y baja de tasas de interés) no son una combinación idónea para alcanzar el objetivo buscado, hay que espera con ellos más inflación y mayor presión en los mercados formales e informales del dólar, pero difícilmente se pueda esperar una reactivación de la economía porque no alcanza con la inversión pública.
Y por el lado de la inversión privada el panorama se complica más ante el proyecto presentado para modificar la ley de abastecimiento, dentro de un paquete que busca, por una parte, modificar la ley de defensa del consumidor, y por otra parte, prácticamente, la derogación de la ley de Defensa de la Competencia.
El referido a la Ley de Abastecimiento resulta ser el más controvertido, ya que tiende a darle al secretario de Comercio actual, Augusto Costa, más poderes y facultades de los que tenía Guillermo Moreno, pero genera situaciones que atentan contra el derecho de propiedad y el derecho de defensa.
El nuevo proyecto atribuye al secretario de Comercio tantas atribuciones que puede, entre otras cosas, fijar los controles de precios en toda la cadena de producción y distribución, incluyendo facultades para “obligar a recuperar actividades productivas”, como también “obligar a las empresas a fabricar determinados bienes dentro de los niveles o cuotas mínimas que se establecieran”.
Básicamente, los empresarios perderían la autonomía sobre su empresa y estarían sujetos a los caprichos de la autoridad de aplicación o a las definiciones de los políticos sin posibilidad de quejarse.
Es que se elimina la posibilidad de recurrir ante juez competente, sino que hay que ir directamente a una Cámara de Apelaciones, quedando casi sin instancias.
Los empresarios estarán obligados a poner a disposición del Gobierno la totalidad de la documentación empresaria, incluso la correspondencia. Todo esto puede ser secuestrado si así lo dispone el secretario de Comercio.
El modelo se puede calificar como socialista, si uno es generoso, pero se parece más a un sistema soviético, por el grado de autoritarismo.
Hoy no bastan los incentivos fiscales. Hace falta recuperar la confianza, algo que el Gobierno se encarga de despilfarrar todos los días, con decisiones como las que hemos visto. Así, el rumbo recesivo está asegurado y la recuperación deberá esperar bastante tiempo.
Por Rodolfo Cavagnaro - Especial para Los Andes