Es creencia generalizada que la inflación no es un fenómeno grave ni muy perjudicial en materia económica, que se puede combatir gradualmente y por métodos distintos de atacar su causa: la emisión monetaria.
Para verificar tal criterio, aprovechamos las enseñanzas de Renato Descartes (1596-1650) de no creer en nada que no se considere claro y cierto y analicemos el fenómeno económico con el método del filósofo y matemático: desde lo más simple a lo más complejo.
Lo más simple es el origen de la economía, que no puede ser otra cosa que la necesidad humana, que es la locomotora que mueve todas las acciones económicas. A punto tal que si el hombre no tuviera necesidades, no existiría economía; simplemente, porque no tendría nada que satisfacer. No habrían transacciones, no existiría intercambio de nada por nada. No habría economía.
Eureka, hemos encontrado un principio cierto, en el que se basa todo el fenómeno económico, compatible con el punto de apoyo de Arquímedes de Siracusa para mover el mundo, en este caso para mover la economía.
Las necesidades humanas se satisfacen, por lo general, con los bienes y servicios de otros a cambio de los nuestros.
La primera forma de intercambio, aún vigente, fue el trueque, cuyos problemas y trabas motivaron la creación de un bien que evite la dificultad de que quien disponga lo que necesitamos esté dispuesto a transar por lo que tenemos.
Tal elemento debe ser imparcial, es decir, no beneficiar ni perjudicar a ninguna de las partes, por cuanto en caso contrario la parte afectada evitará el intercambio. Además, debe mantener dicha imparcialidad o neutralidad para asegurar a quien lo recibe su posterior uso en idénticas condiciones.
Dicho bien se denomina moneda y ha evolucionado en la búsqueda de su función esencial, desde hace tiempo y a lo lejos. Según Herodoto, las primeras monedas surgen en el Asia Menor en el siglo VII a.C.; al principio, un bien aceptado por la comunidad, tales como barras de sal, piezas de coral, barras de metales, trigo y animales; luego metales preciosos (oro y plata) por la condición de mantener su valor económico; después papel moneda, por la simplicidad de uso, moneda papel, tarjetas bancarias y simples anotaciones contables.
El papel moneda es un billete que sustituye y representa piezas de oro y/o plata. El respaldo de los billetes por el oro, conocido como patrón oro, dejó de existir internacionalmente en la década de 1970 dando lugar a la moneda de papel, es decir, billetes sin respaldo, cuyo valor económico es la confianza de poder utilizarlo en las mismas condiciones.
El primer signo monetario argentino fue el peso moneda nacional (m$n), creado en 1881 que perduró hasta 1969. Originalmente un peso moneda nacional era convertido a un peso oro sellado. En 1885 se suspende la convertibilidad que se restablece en 1899 con una menor relación: un peso oro igual a 2,2727 m$n; dura hasta 1914. En 1927 se restablece con la misma paridad hasta 1929, año que se abandona práctica y definitivamente.
Desde 1881 hasta 1929 transcurren 49 años, en cuyo transcurso la moneda argentina (m$n) se devaluó (inflación) el 4,64% anual, en promedio menos del 0,4 % mensual. Esto sucede en la declamada época de oro económica argentina. La estabilidad monetaria, indudablemente, facilitó el auge económico.
En el año 1978, conforme todas las encuestas realizadas, la mayoría de los norteamericanos consideraban que la inflación era el problema más importante que enfrentaba la nación.
Los erróneos intentos de combatir la inflación mediante control de precios y salarios se registran en casi toda la historia, desde los tiempos de Hammurabi y el Antiguo Egipto, hace 4.000 años, y muchos no aprenden todavía.
La paradoja de los intercambios es que solo se realizan cuando ambas partes lo creen ventajoso, situación que sucede en economía simplemente porque el valor es subjetivo.
En consecuencia, si el valor de la moneda no se mantiene constante, favorece y perjudica a unos y otros y evita la transacción por incertidumbre y temor.
La paralización de los intercambios paraliza inclusive la actividad laboral y su consecuencia, los intercambios que originan tales recursos.
El objeto de la moneda, indudablemente, es cumplir con la importante función de servir de nexo entre las partes contratantes, es decir, facilitar los intercambios, para lo cual debe ser neutral.
Por otra parte, como todos los bienes y servicios se relacionan con la moneda, ésta adquiere también la condición de común denominador y unidad de medida.
La unidad de medida no puede ser variable en ningún sentido, por cuanto en dicho caso no sirve para medir. Si la longitud del metro variara sería imposible acordar la longitud de los elementos, no serviría.
El aumento continuo de los precios generales de bienes y servicios es el indicador de que la unidad de medida está cambiando. Y cuando esto sucede, el elemento creado para facilitar las transacciones no es un bien, es un mal, que traba los intercambios, incluido ocupación laboral, y en consecuencia origina recesión económica.
Otra importante función de la moneda es servir de instrumento de ahorro e inversión, que solamente puede suceder cuando la moneda mantiene su valor, por cuanto en caso contrario nadie está dispuesto a perder.
La simple emisión de moneda jamás podrá aumentar las maquinarias, las herramientas, los alimentos, los albergues, ni cualquier otro bien. Por el contrario, solo servirá para solventar presupuestos desequilibrados, sostener trabajos improductivos, mantener empresas deficitarias, contribuir al mayor empobrecimiento de los pobres, acrecentar el desequilibrio económico y demás efectos sociales, consecuencias de una precaria situación económica.
Si no se evita la inflación atacando su causa se renuncia al bienestar social, al desarrollo, al crecimiento, a la disminución de la pobreza y al pleno empleo.