Un gobernador en la búsqueda y construcción de su futuro - Por Carlos Salvador La Rosa

Un gobernador en la búsqueda y construcción de su futuro - Por Carlos Salvador La Rosa
Un gobernador en la búsqueda y construcción de su futuro - Por Carlos Salvador La Rosa

Esta fue la semana bisagra de Alfredo Cornejo, en la que una etapa crucial de su vida, la provincial, comienza a ser reemplazada por otra más crucial.

El gobernador enciende el motor del auto que lo trasladará en la larga marcha hacia su destino nacional.

El hombre de tres reinos (gobernador de Mendoza, jefe político de la UCR y cuadro político esencial de Cambiemos) dio dos discursos que, pese a que aún le queda año y medio en Mendoza, tuvieron todo el espíritu de quien está dejando su legado político, su herencia en manos de sus herederos.

En el primero, la asunción del nuevo juez supremo, Dalmiro Garay, ofreció una alocución muy conciliadora con esa Corte contra la cual batalló duramente estos dos años y medio, en particular contra el miembro jubilado que ahora es reemplazado por ese “brazo” (como llamó a Garay) que se cortó para mejorar la Justicia poniendo en su vértice al hombre con quien encontró una identidad política sustancial.

Tanto que Cornejo, el hombre que hace política desde que adquirió uso de razón y hasta cuando duerme pero que casi no habla de política con nadie, con el único que la hablaba era con el ahora juez.

Que “nunca como hoy había coincidido tanto con él” le dijo Cornejo a un sorprendido Jorge Nanclares (el presidente de la Corte que nunca se cansó de criticar) luego de que éste diera la bienvenida al nuevo miembro. Con ello el gobernador daba por concluida la pelea con la Justicia y ponía a su hombre políticamente más valioso para que implementara la reforma que se jacta de haber gestado.

El otro discurso fue en la asunción de los nuevos ministros de Gobierno y Hacienda. Pese a que su público era sólo su staff político y los familiares de los nuevos funcionarios, Cornejo habló tal como si estuviera frente a la Asamblea Legislativa, haciendo un amplio balance de gestión, como explicando el gobierno que les dejaba a ellos, su gente de confianza.

El meollo de su alocución fue la palabra “institucional”. El gobernador con más personalidad de caudillo que ha tenido la renovada democracia mendocina, les proponía a los suyos “institucionalizar” la obra construida bajo su conducción.

El político radical con más genes peronistas se inspiraba en el General Perón cuando éste decía que toda revolución tiene cuatro etapas: la doctrinaria, cuando se divulgan las ideas con las que se quiere gobernar.

La de la toma del poder, cuando se alcanza el gobierno. La dogmática cuando la doctrina se introduce desde el Estado en toda la sociedad.

Y la institucional, cuando se logra que las ideas del nuevo grupo gobernante sean hechas suyas por todos, aun cuando los gobernantes sean otros.

O sea, cuando no quede ni un solo ladrillo que no sea peronista.

Cornejo les expuso su sueño de quedar en la historia mendocina como un caudillo sui generis que lograra que las instituciones fueran la continuidad de su personalidad política. Quisiera entregar a su sucesor un gobierno “llave en mano”.

Que lo único que deba hacer es proseguirlo con apenas leves modificaciones de nombres. No dijo que quiere que no quede ni un solo ladrillo que no sea cornejista, pero es inevitable que lo haya pensado.

Así como Macri, un empresario, cubrió su gobierno de gerentes privados que condicen con su modo de entender y vivir la realidad, Cornejo, que no es abogado ni ingeniero, quiere dejar la impronta de su formación académica de administrador público.

Por eso sus ministros son casi todos técnicos que conocen a fondo las entrañas de la burocracia pública, alejados de la política partidaria para dedicarse sólo a gestionar. O, en todo caso, meter al cornejismo en el corazón del Estado.

Por eso fue tan duro en su lucha contra sindicatos estatales y jueces, las dos burocracias que, según él, habían colonizado el Estado con sus concepciones corporativas y que ahora él viene a liberar para ponerlo al servicio de todos. El cornejismo como razón de Estado introducido por técnicos eficientes sin visión política pero como fieles brazos ejecutores del caudillo institucional.

El único ministro que no responde a esa lógica es Martín Kerchner, al cual le dio un superministerio que le quitó a quien creía ser su sucesor, Enrique Vaquié (quien cuando se dio cuenta de que Cornejo lo había desheredado huyó a las filas macristas) para poner al que quiere dejar como su heredero a fin de que le cuide al caudillo la institucionalidad cornejista.

En fin, aunque seguirá gobernando, Cornejo ya comenzó la nueva etapa doctrinaria para la nueva toma del poder, ahora en Buenos Aires.

Para llegar a la gobernación, en vez de pegarse al establishment radical que siempre lo menospreció (Vaquié, al revés, era hijo dilecto de ese establishment, por eso Cornejo jamás lo quiso), lo que hizo fue crear cornejismo por toda la provincia con radicales segundones, mientras ganaba prestigio como buen intendente.

Ahora, además de venderse como buen gobernador, tiene al partido radical nacional como su instrumento de poder. Y para ello necesita mantener un equilibrio delicadísimo que no lo enfrente con el macrismo pero que a la vez lo muestre lo suficientemente despegado de éste para calmar a los radicales que se sienten ninguneados.

Eso es lo que hace al bancar a Macri en los temas centrales, pero diferenciándose siempre que puede de la gobernadora Vidal (que representaría al centralismo mientras que la UCR por él conducida, al país federal). Y criticando al gobierno nacional por eliminar las asignaciones en el Sur, por no ser más razonable con las tarifas o por ser tan complaciente en la baja de retenciones a la Pampa Húmeda.

Pero así como en la provincia apostó al primer puesto, al de gobernador, con lo que tiene en la Nación no le alcanza para apostar a la presidencia, aunque alguno le proponga esta misión hoy mucho más imposible que las de Tom Cruise. Entonces vienen otros radichetas y le sugieren cosas más factibles. Como ser la cabeza del oficialismo en la Cámara de Diputados. O vicepresidente. O ministro de Obras como fuera Emilio Civit de Roca (hacer a nivel nacional para él, lo que en Mendoza busca para Kerchner).

Cornejo los mira pero se aburre, porque quien viene haciendo política desde la cuna sabe que en cualquiera de esos cargos sería apenas una espada del presidente, con lo cual terminaría alejado de los radicales que jamás, les den lo que le den, se sentirán conformes con que los del Pro los conduzcan. Pero lamentablemente, un lugar para compartir la conducción no hay... A menos que se lo intente construir desde un sitio que hoy no es pero puede ser.

A quienes vienen con esta propuesta es a los únicos que Cornejo les presta atención, aunque no esté seguro que sea posible, pero su instinto político le dice que quizá, que tal vez.

Ocurre que cuando se sancionó la reforma constitucional de 1994 a través de un pacto entre Menem y Alfonsín, lo que quería este último era dotar a la Carta Magna de un espíritu parlamentario, o al menos semiparlamentario.

Lo principal que obtuvo para ello fue la figura de jefe de Gabinete, a quien Alfonsín imaginaba como una especie de primer ministro que sin poseer todas las atribuciones que éste tiene en un régimen parlamentario, tuviera cierta independencia del Presidente para mediar con poder propio frente a una crisis política de envergadura.

Sin embargo, hasta ahora, todos los presidentes hicieron lo contrario: pusieron de jefe de Gabinete a su hombre de mayor confianza, con lo cual frente a cualquier desgaste presidencial el jefe de Gabinete se desgastaba aún más, en vez de ser una opción de negociación con la oposición con poder propio suficiente como para recomponer el orden en crisis.

Que eso es lo que hoy le pasa a Marcos Peña (como le pasó a Bauzá con Menem y a Alberto Fernández con los Kirchner), quien difícilmente se podrá recuperar del desgaste sufrido en estos meses aunque Macri y su gobierno lo logren.

Entonces, intentar construir para el jefe de Gabinete el espíritu que pretendió Alfonsín es algo que Cornejo    -dicen los que lo hablan con él- se animaría a encarar.

Que fuera nombrado no por su lealtad e identidad con el presidente, sino por sus antecedentes de buena gestión y en tanto representante de otro sector de la Alianza. Que fuera el primer ministro posible dentro de lo que tolera una república presidencialista.

Que le permitiera al radicalismo ocupar un espacio de poder en serio dentro de la coalición gobernante, donde se pudiera institucionalizar una visión interna crítica desde dentro del Poder Ejecutivo, en vez de seguir pataleando en los pasillos amagando con irse para seguir quedándose con bronca contenida.

Cornejo por ahora escucha estas ideas, sólo escucha. Pero le gustan.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA