La depresión está creciendo en el mundo de manera alarmante, y más allá de la manera en que afecta la calidad de vida de las personas que la sufren, desde hace tiempo preocupa como causa de discapacidad y de ausentismo laboral. La Organización Mundial de la Salud sitúa a la Argentina en el medio de la tabla en cuanto a la tasa de prevalencia de esta enfermedad, con algo más de un 5%: uno de cada 20 argentinos sufre depresión.
Hay tratamientos psicológicos y psiquiátricos eficaces, pero lo cierto es que hay varios motivos por los que se está mirando a la depresión mucho más que como un problema mental. En el marco de este Día Mundial de la Salud, la Federación Argentina de Cardiología (FAC) concientiza a la población sobre un aspecto no tan conocido pero muy relevante sobre el cuidado de la salud integral, como es la estrecha relación que existe entre el corazón, la mente y el cerebro.
“Definitivamente, la depresión es un factor de riesgo cardiovascular independiente, tan importante como los demás factores de riesgo conocidos”, advierte el Dr. Gustavo Cerezo, médico cardiólogo (MN 66.559), ex presidente de la FAC. Y agrega, “la relación de mutua afectación entre depresión y enfermedades cardiovasculares es bidireccional”. Esto significa que así como las personas con depresión son más propensas que el resto a padecer un infarto de miocardio o un ACV, también las personas con enfermedad cardiovascular o que han sufrido un infarto o un ACV son más propensas a desarrollar un cuadro depresivo.
Esta mutua interdependencia viene suscitando particular interés entre los especialistas desde hace alrededor de 15 años. Ya en 2014 la Asociación Estadounidense del Corazón (AHA) sentó posición, mostrando las evidencias. “La tasa de depresión es más alta en las mujeres, donde alcanza a un 6% de la población total –corrobora el Dr. Cerezo–, pero según relevamientos que hemos realizado, vemos que entre la población de pacientes que atendemos con diversas enfermedades cardiovasculares, la tasa de depresión es sensiblemente mayor, y eso coincide con las cifras obtenidas en estudios de referencia internacional”.
Corazón, mente y cerebro
La mente (actividad del cerebro), el cerebro y el corazón están íntimamente relacionados, cosa que en la antigüedad se intuía, pero hoy se conoce más claramente. “Una persona que atraviesa un momento de tensión, que sufre estrés, va liberando cortisol, una hormona relacionada con el aumento de la frecuencia cardíaca y la aceleración de algunas funciones fisiológicas”, explica el médico psiquiatra Roberto Ré (MN 43.935), quien participa activamente en la campaña de concientización del mes de abril de FAC “Construyamos un mundo saludable”.
De esta manera, resulta más fácil entender cómo un estado de estrés sostenido en el tiempo aparentemente sin causa o aunque haya desaparecido aquello que lo originó, como puede ser la depresión, resulta en una afectación mutua y multisistémica en todo el organismo, donde se manifiesta, además, en forma de una serie de fenómenos de carácter inflamatorio: “La depresión afecta desde luego a la mente y al cerebro, pero no hay que olvidar que se da en un profundo estado de estrés patológico, con lo que la acción del cortisol y otras hormonas alteran, primero, la actividad de la glándula tiroides, y luego casi todos los órganos sienten el impacto de esa alteración”, explica el psiquiatra, fundador de la red SANAR.
Este especialista recuerda que, según publicó la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés) las probabilidades de sufrir un infarto agudo de miocardio son cinco veces mayores en personas con depresión respecto de quienes comparten el resto de los factores de riesgo menos la depresión, y esa misma probabilidad es aún mayor (6 a 1) en el caso del accidente cerebrovascular (ACV).
Depresión y deterioro cognitivo
La depresión va mucho más allá de la tristeza. La forma más habitual de la depresión como enfermedad crónica es la que se manifiesta por primera vez alrededor de la adolescencia y puede presentar diversos episodios en las etapas subsiguientes de la vida, incrementando el riesgo cardiovascular en personas jóvenes además de afectar su calidad de vida. Pero los demás factores de riesgo, como la hipertensión arterial, obesidad, diabetes, colesterol alto, sedentarismo o tabaquismo, afectan la circulación arterial del cerebro y van deteriorando progresiva y silenciosamente el cerebro, minando las capacidades cognitivas y aumentando el riesgo de demencias en la edad adulta. “Esto ocurre mucho antes de que se presenten daños más groseros y hasta de carácter devastador, como un ACV”, indicó el Dr. Alejandro De Cerchio (MP 2740), especialista en hipertensión arterial e integrante del Comité de Hipertensión Arterial de la FAC.
“Ese mismo proceso incrementa el riesgo de un tipo de depresión que es más frecuente a edades avanzadas, y que es de origen vascular, explica el Dr. Cerezo. En esos casos, lo que debe hacerse primero es tratar la depresión, porque eso puede ayudar a revertir la afectación de las capacidades cognitivas”.
Las alteraciones cognitivas y el desarrollo de una demencia con el tiempo aumentan mucho en presencia de los factores de riesgo, entre los cuales la depresión es uno más. “Hoy sabemos que si no se logran los objetivos en la edad media de la vida, cuando los daños están establecidos puede ser tarde”, señala el Dr. De Cerchio. En tal sentido, las evidencias muestran hoy que el cuidado de la salud mental es un factor más de prevención –tan importante como dejar de fumar mantener una alimentación saludable, controlar periódicamente la presión arterial y la glucosa y realizar ejercicio físico– que permite más chances de disfrutar de una larga vida y de un envejecimiento saludable.
Fuente: www.consensosalud.com.ar