Mario Fiore - Corresponsalía Buenos Aires
La larga puja en torno a la ley antidespidos expuso cabalmente la dinámica vertiginosa de la política argentina. Esto último es aplicable no sólo al Congreso nacional, aunque sin dudas el Poder Legislativo se convirtió en uno de los principales escenarios de la disputa entre las diferentes fuerzas.
El peronismo, entendido en su conjunto, decidió usar el parlamento como un laboratorio donde sus referentes buscan dirimir el liderazgo partidario, a la vez que intentan condicionar al Gobierno nacional para obtener financiamiento y obras para las provincias comandadas por el PJ.
El experimento no tiene nada de malo en sí. Al fin y al cabo, la convivencia entre oficialismo y oposición nunca se ha asentado sobre el imperio de la ley moral sino casi exclusivamente sobre el aprovechamiento de las oportunidades que se presentan.
Si se observa con detenimiento la foto actual, con una ley sancionada por amplia mayoría pero con una vida útil inexistente ya que hoy el presidente Mauricio Macri cumplirá su promesa de vetarla, se puede colegir que tanto el PJ como el Gobierno salieron igualmente perdidosos e igualmente ganadores. Fue una lucha cuerpo a cuerpo, que insumió un mes y medio, pero no tendrá efectos concretos en la realidad de los argentinos.
La norma no se aplicará no porque la oposición no cuente con los números para retrotraer los efectos del veto, ya que tanto en el Senado como en Diputados se aprobó con más de dos tercios de los presentes, sino porque el tema quedó agotado. La unidad que el peronismo intentó ensayar salió mal, por más que tanto en el Senado como en Diputados los distintos bloques de extracción justicialista hayan coincidido forzosamente a la hora de votar.
Massa, ¿de socio a rival?
Los enconos entre el Frente para la Victoria (FpV) y el Frente Renovador (FR) son hoy mayores que hace 45 días, en buena medida porque el Gobierno actuó inteligentemente en las últimas dos semanas -antes se mostró flojo de reflejos- y logró fomentar la división. La novedad fue que esta vez operó sobre el kirchnerismo indirectamente, porque en el intento de acordar con los renovadores se topó con la ambición de Sergio Massa de querer co-gobernar y, a la vez, posicionarse como líder de todo el peronismo y de la oposición.
Massa cometió varios errores, no uno. Intentó que todo el justicialismo -Gioja, Pichetto, Bossio y hasta los kirchneristas- apoyaran su proyecto de ley, que implicaba agregarle a la doble indemnización sancionada un paquete de medidas para ayudar a las micro y pequeñas y medianas empresas.
También buscó que Cambiemos se sumara a su idea, con el gancho de que el proyecto regresaría al Senado y entonces Macri accedería a la posibilidad de vetar sólo prohibición de los despidos y no las medidas pro-pymes. Pero el costo fiscal de las mismas era excesivo para las arcas flacas del Gobierno, imposible de afrontar.
“Sergio es de esos mozos que atienden todas las mesas y de tanto correr de un lado a otro cada tanto se le caen algunos vasos”, explica un viejo dirigente del PJ bonaerense que lo asesora. La metáfora funciona. La frenética lucha en el Congreso desnudó tanto las virtudes como las carencias de un joven dirigente que creyó que era posible ganarle a Dios y al Diablo en el mismo partido.
La avenida del medio a la que el jefe del Frente Renovador apuesta para diferenciarse de Macri y de Cristina Kirchner terminó siendo menos ancha de lo que él imaginaba. No entiende que por la 9 de Julio hicimos un carril exclusivo para colectivos”, se jacta el macrista Nicolás Massot cuando habla de Massa.
Bastó con que el oficialismo decidiera dar por finalizado el debate parlamentario absteniéndose, para permitir que la iniciativa K se sancionara de una vez por todas para que Massa estallara de bronca. Las chicanas que le largó delante de la prensa a Mario Negri, el jefe del interbloque Cambiemos, demostraron su carácter poco templado.
Esta primera pelea entre Macri y el justicialismo sirvió para evidenciar el poder de fuego de cada uno. El Presidente pudo empatar un partido con la vieja herramienta de la chequera. Tuvo que apurar la devolución de la coparticipación a las provincias -con una yapa- y descongelar la obra pública. Eran los dos principales pedidos de los caciques territoriales. Además, logró meter ruido entre las tres CGT con promesas de fondos para las obras sociales, el envío de ley de Ganancias y atendiendo reclamos varios.
La foto de ayer en el Consejo del Salario confirmó que los ánimos están aplacados.