Ricardo Arabia ((78) dice que su meta es “disfrutar de la vida” a partir de ahora. Piensa viajar y dedicarse plenamente a su familia. Es que hace poco se retiró definitivamente de los ámbitos laborales tras trabajar desde muy chico; afirma que a los 14 ya era ayudante de albañil pero que antes participó, junto a su familia, en la crianza de chivos. Su vida fue simple como la de muchas personas pero marcada por el esfuerzo del trabajo. Hoy tras más de 58 años, dejó la empresa que lo vio crecer.
Locuaz y muy claro en sus relatos señala que nació “al pie del Nevado”, en Punta del Agua, distrito sanrafaelino que está en el límite con el departamento de General Alvear. “Vivíamos en un puesto. Muy chico mi padre falleció así que quedamos con mi mamá que empezó a trabajar como cocinera en una empresa”, dice.
Es hijo de David Arabia y Elina Pérez y está casado, (recién lo hice a los 28 años, sonríe), con Sara Moya con quien tuvo a Elba Elina, Sara Mabel y Ricardo Fabián. Tiene 5 nietos y 3 bisnietos.
Dice que a General Alvear llegó de la mano de un hombre que se hizo amigo de la familia, don Modesto Domínguez, albañil de una empresa.
“Un día le preguntó a mi mamá, ya viuda, si yo iba la escuela y ella le respondió que ahí no había ninguna y que no podía mandarme a Punta del Agua. Don modesto me quería mucho y yo era muy bicho y para caerle bien siempre que venía le traía algún piche porque sabía que le gustaban y mi madre se los preparaba”. Según recuerda este hombre lo llevó a su casa a Alvear y lo atendió como a un hijo. Él fue mi padrino, porque al hacerse cargo decidió bautizarme en la Iglesia Sagrado Corazón.
“Empecé a ir a la escuela que por ese entonces se llamaba “Capital Federal N° 2 (Hoy 70) y hasta 1952 cursó ahí para pasar luego al nuevo edificio donde se agregaron 5to y 6to grado. Con una sonrisa y frotando sus manos grafica que iba caminando a la escuela por la ahora ruta 143 conocida en ese entonces como “Ruta ancha”.
“En ese entonces trabajaba en albañilería. Hacía changas en la construcción, como “ayudante mezclero, mojar adobes, esas cosas”.
“Todos los años me mandaba a ver a mi mamá así que encargaba el pasaje (iba un vehículo del correo) y me dejaba en el paraje Los Menucos. Ahí me quedaba cerquita, a unas dos leguas” recuerda.
“Después de mucho andar por ahí trabajando un amigo me ofrece trabajar en la maderera de “Chichino” Oscar Di Paolo. Me era muy difícil decirle a mi patrón albañil, don Lorca, que quería ir a trabajar a otro lado y un día me armé de valor y le dije: ‘el lunes me voy’. Me daba mucho apuro porque se había portado muy bien siempre. Me preguntó con quién y le dije. ‘Ah, te vas a la madera...bueno que te vaya bien’, me dijo”.
Era 1958 y hacía unos cuatro años que esa maderera estaba trabajando. Era muy chiquita pero había mucho trabajo”. Según recuerda, también sonrisa por medio, que los primeros tiempos fueron muy duros.
“Luego vino el servicio militar que hice en Campo los Andes y don Chichino me dijo a la vuelta que tenía el trabajo si lo quería así que volví y ahí trabajé hasta el 1 de mayo de este año. Con el tiempo aprendí todo el manejo del trabajo y eso me permitió crecer y llegar a encargado hasta que me jubilé en 2003. Pero luego seguí hasta hace una semana cuando me despedí con una nota. Ahora hay que disfrutar”, asegura.