Hacia principios de 1811, de los 41 obispos de América, todos salvo 1, se pronunciaron enérgicamente en contra del movimiento emancipador. El enorme poder que encarnaban estuvo al servicio de la Corona Española. Aún así hubo miembros de la Iglesia católica que se alistaron en las filas libertadoras, como Fray Luis Beltrán nacido un día como hoy de 1784 en San Juan.
Se cree que su nacimiento se produjo camino a Mendoza, donde la familia se estableció. Con 16 años ingresó a la orden franciscana. Por entonces la Iglesia era el único camino para que los jóvenes de origen humilde tuviesen una educación privilegiada. Aunque pasó su infancia en nuestra provincia estudió en Buenos Aires, luego en Córdoba y se consagró sacerdote en Chile.
En el país trasandino comenzó los trabajos de maestranza. Su interés por la carpintería y la realización de material bélico lo llevó a perfeccionarse en ambos oficios, así como a estudiar química y otras ciencias afines. Le gustaba realizar fuegos artificiales para sus hermanos de claustro. Al producirse la revolución chilena Beltrán colaboró con el gobierno patrio y creó las Fábricas y Maestranzas del Ejército de Chile.
El violento regreso de los españoles al poder lo trajo de nuevo a Mendoza. Aquel fraile arrojó entonces el sayal por la casaca del soldado, y cambió el silencio del claustro por la ruidosa actividad de los campamentos del General San Martín.
La mayoría de los materiales bélicos del ejército se elaboraron en Mendoza, bajo sus órdenes “en medio del ruido de los martillos que golpeaban los yunques y de las limas y sierras que chirriaban; dirigiendo centenas de hombres, a cada uno de los cuales enseñaba el oficio, a gritos para hacerse oír en medio del estruendo del taller, mientras su voz se iba apagando en el continuo esfuerzo cotidiano y así fue como quedó ronco para el resto de sus días”, explica el historiador Rimondi.
A esto agrega Ricardo Rojas que con las campanas de las iglesias “fundió cañones y balas; con los cuernos de las reses hizo chifles, ya que no había cantimploras; manufacturó cureñas, mochilas, tamangos, monturas, bayonetas, sables. En su taller oyó durante meses resonar día y noche el martillo y la sierra a la luz de las fraguas. San Martín quería que los cañones pudieran salvar los ríos y barrancos. ‘Quiere alas para los cañones, pues las tendrán’ -dijo fray Luis- y fabricó unos puentes colgantes e inventó unos aparejos portátiles de cabéstrales y cables, que después se usaron con buena fortuna”.
Beltrán acompañó al Libertador hasta Lima y luego siguió luchando bajo órdenes de Bolívar. Lamentablemente, el venezolano lo explotó y maltrató a diario. Llegó a amenazar con fusilarlo. Afectado enormemente el ex franciscano intentó suicidarse.
Para esto obstruyó las salidas de su habitación y se expuso a un brasero encendido, agregándole plantas cuya combustión generaba gases tóxicos. Rescatado a tiempo, deambuló delirante durante días por las calles. Gracias al apoyo de una familia amiga logró recuperarse. En 1825 estaba en Buenos Aires cuando se declaró la guerra con Brasil, sin dudarlo se incorporó a las tropas nacionales y llegó a participar en Ituzaingó.
Lamentablemente su organismo desmejorado dijo basta y regresó a la capital porteña.
Desde entonces vivió consagrado a la Iglesia. Murió a los 43 años, el 8 de diciembre de 1827.