Maipú pegó el grito sagrado del fútbol. Gritó campeón con todo derecho. Y campeón es sinónimo de felicidad. Esa felicidad que se repartió entre las dos mil personas que coparon la cancha y los eufóricos jugadores, unidos en los cantos, en los gestos, en las contorsiones.
Entre los protagonistas y los militantes del aliento. Con ese calor tan popular, que define a los festejos del Cruzado, a sus hinchas. Y con una campaña brillante que quedará en la historia precisamente por eso, por lo impecable.
De punta en blanco. Ganó doce partidos de trece, empató el otro y configuró un invicto que, para un campeón autóctono, no es lo más común. Consiguió casi el 95 por ciento de los puntos en juego y jamás fue superado por ningún rival.
Este Maipú, asombroso en números, fue elaborando matemáticamente el camino hacia este título, que logró tras golear 4-0 a Independiente.