Un desastre redondo - Por Jorge Sosa

El revuelo tras el Superclásico suspendido mostró que la actuación de los que dirigen el fútbol fue y es lamentable.

Un desastre redondo - Por Jorge Sosa
Un desastre redondo - Por Jorge Sosa

Por un momento se olvidó todo: la inflación, el dólar, los precios tipo Aconcagua, los dolores personales y los del país para centrarnos en lo que ocurría alrededor de un partido de fútbol.

Todos sabemos lo que ocurrió y muchos hablan de lo mal que hemos quedado en el mundo entero. Por empezar, el mundo entero no estaba pendiente de lo que ocurría en Argentina; la mayoría de los habitantes de este cascotito cósmico no tenía la menor idea de lo que se estaba por jugar aquí y menos tenían interés en lo que acontecía. Es cierto que fue noticia mundial, pero no creo que un habitante de Nepal, que tiene que ir a ordeñar las cabras todos los días, tenga idea de quiénes son Boca y River.

Pero es muy cierto que estuvimos en casi todos los noticieros del mundo. Las responsabilidades fueron atribuidas a un grupo de inadaptados (de los que nunca faltan) que hicieron puntería (y acertaron) sobre el micro que transportaba a los jugadores xeneizes.

Pero la verdad, muchachos, es que la responsabilidad es de muchos: de los dirigentes que transan con las barras bravas, de las operaciones de seguridad, de los encargados de la organización. La lista es tan grande que uno, que no tuvo nada que ver en el asunto, tiene miedo de aparecer en ese listado.

Cuestión que jugadores de Boca que tenían como destino un cuadrilátero de pasto tuvieron que visitar consultorios de una clínica porque resultaron víctimas de la agresión.

Un amigo mío, demasiado optimista él, me dijo que el partido debería haberse jugado igual, siempre respetando la igualdad de condiciones.

Si el capitán de Boca terminó con un parche en el ojo pues que el capitán de River, aunque tuviera ileso, hubiera entrado a la cancha con un parche también, así se igualaban las posibilidades. Me dijo también que a Boca debieron dejarlo jugar con quince integrantes, que entrara a la cancha con once jugadores y cuatro enfermeros, entonces las cosas se emparejarían.

Pero no pudo ser. El partido se suspendió varias veces, lo que habla de lo criteriosos que son los de la organización y ahora puede que se juegue en otro país.

Pero es el Superclásico argentino ¿Cómo va a jugarse en Paraguay, o en Catar, o en Madrid, por ejemplo? No es lo mismo el otoño en Mendoza. Paraguay (o cualquier otro país) es el convidado de piedra que viene a tirarnos un salvavidas cuando nos estamos ahogando.

Pero hay muchas preguntas. ¿Cómo hacen para meter 60 mil espectadores (que es aproximadamente la capacidad del estadio de River) en estadios que no dan para más de 40 mil. ¿Adónde mandamos a los que sobran, a pescar surubíes en el Mediterráneo?
¿Serán locales los de River en otro país? ¿Y si algún madrileño quiere ir a ver el partido, lo dejarán entrar al estadio?

Son muchas las especulaciones y poca las seguridades. La seguridad es que la actuación de los que dirigen el fútbol argentino fue (y es) lamentable y los que dirigen el fútbol sudamericano, peor. El presidente de la Conmebol, el tal Dominguez, se hartó de hacer afirmaciones disparatadas y de tomar resoluciones que nada tenían que ver con la realidad.

Idas y venidas, dimes y diretes, directivas y contradirectivas, un muestrario de lo que no se debe hacer.

Y mientras tanto nos preparábamos para recibir a los grandes mandatarios del mundo en la cumbre del G20.

Decían que Putin, el presidente ruso, quería ir a ver la final. Menos mal porque podría haberse producido otra revolución bolchevique.

Todo por un partido de fútbol. En fin, la vida es redonda.

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