Todas las voces todas. Todas se escucharon en el despoblado Malvinas Argentinas. Pero el desahogo triunfal quedó para otro día. En Godoy Cruz esto se está haciendo esperar porque ya suma tres partidos sin ganar.
Cada indicación de los jugadores y los técnicos retumbaba en todos los rincones del estadio. Casi como una práctica de fútbol oficial. Resultó más atractivo escuchar lo que se decía en el campo de juego, que lo que sucedía alrededor, en la periferia, sin gente ni color.
El silencio que provoca jugar a puertas cerradas sólo se rompía con el rugir de los protagonistas. Y no defraudaron con cuatro conquistas.
El primer alarido se tiñó de Rojo, en frío apenas salido del vestuario, cuando ninguno se había acomodado ni había hecho la lectura habitual de su rival. Un zurdazo pleno a la mandíbula.
Otra vez a remar de atrás para el conjunto de Oldrá, otra vez todo a cuesta arriba producto de su propia inocencia para defenderse cerca del arco comandado por Moyano. ¡Con qué facilidad le convierten al equipo!, algo que por ahora no tiene solución.
¿El golpe inicial podía derrumbar al elenco de Oldrá? De ninguna manera. Acusó la cachetada, se sacudió la pilcha y salió de nuevo al ruedo con más fuerza e inteligencia que nunca. Y la respuesta llegó rápido, siendo muy incisivo y abriendo grietas en el fondo visitante. Toda una señal.
Se veía venir, se olía que algo podía ocurrir en el área de Rodríguez ante cada ataque profundo. Al final lo que pasó -el gol de Garro- fue lo que mejor le cabía al desarrollo. Sin dudas.
El Bodeguero entendió que la presión alta y tener la paciencia necesaria para desdoblarse en ofensiva era la mejor fórmula, y más ante este Independiente que no da garantía a la hora de encontrar los mecanismos para sostenerse atrás.
Un calco se dio en el complemento, dormido en el arranque y con personalidad para reponerse y no claudicar, aún con desequilibrio y muchas dudas.
Nada más pasó. Y la voz de la victoria sigue sin agigantarse en la Bodega . Sin hacer el ruido que haga cambiar las cosas.