Un cuento de Navidad

Un cuento de Navidad

Jorge Sosa  -  Especial para Los Andes

Hoy me voy a desprender del estilo que usamos para estas notas. Porque creo que es un día que tiene una pátina de encanto, de fantasía, de fe, de emoción. Entonces aparece como más adecuado algo que tenga esa sustancia. Por eso va este “cuento de Navidad”

La ayuda

Ya era la madrugada del 25 de diciembre, cuando Carlos decidió acostarse. La nueva Navidad ya llevaba cuatro horas de existencia. Carlos estaba cansado, pero muy feliz. En su casa se habían reunido todos sus seres queridos y la cena había servido para impulsar reencuentros, demostrar cariños, respetar y ser respetado.

Mientras apagaba las luces y revisaba puertas y ventanas, iba recorriendo los momentos vividos con una decidida sonrisa en sus labios.

El resto de la familia dormía. Carlos se acostó en silencio. Antes de cerrar los ojos volvió a mirar con el recuerdo las gratas presencias que habían colmado esa noche. De pronto, un ruido lo sacó de sus pensamientos. Era ruido de pasos y por su tamaño no podían ser más que los pasos de Gabriel, el más pequeño de sus niños. ¿Qué buscaría a esas horas de la noche? Carlos se levantó con el mismo silencio con que se había acostado. Descalzo siguió el camino que le indicaban los pequeños ruidos y ese camino lo llevó hasta el comedor.

Desde la puerta lo vio a Gabriel. Estaba parado frente al pesebre que los dos habían armado días antes. La tenue luz del pesebre resaltaba los embelesados ojos del muchachito. El primer impulso de Carlos fue hablarle, decirle que volviera a su camita, que ya tendría tiempo por la mañana para jugar con las diminutas imágenes, pero descubrió en el niño un gesto de ternura que lo conmovió. Decidió entonces presenciar la escena en silencio desde la puerta del comedor.

Gabriel, con toda la dulzura que seis años pueden poner en las manos, acariciaba la imagen del niñito Jesús. Al poco tiempo comenzó a hablarle.

-Yo sé que sos un recién nacido y no vas a entender mucho de lo que te digo, pero tengo que contarte a dónde has venido. Antes quise hablar con vos, pero había mucha gente y hablaban mucho, por eso me levanté ahora que hay silencio, para que puedas escucharme sin problemas. Has venido a un mundo que es redondo como una pelota y tiene sol y tiene luna y tiene estrellas. Acá hay cosas muy lindas como las flores, los pajaritos, la calesita, los chocolatines, los amigos, los hermanos y los papis. Pero también hay cosas feas. Hay gente que se pega, que mata, que destruye ciudades y países, que inventa cosas para hacer doler. También hay eso que yo todavía no sé cómo es, pero sé que se llama odio. Hay gente que sufre mucho y niñitos como vos y como yo que no tienen qué comer. Yo sé que vos viniste a trabajar por el amor. ¡Difícil trabajo te agarraste! Pero bueno, yo quería decirte que te quiero mucho y soy tu amigo. Me levanté pare decirte esto, para que sepás que si necesitás una ayuda podés contar conmigo, ¿sabés?

Y Gabriel acercó su carita a la imagen y la besó con toda la dulzura que seis años pueden poner en los labios.

Apenas tuvo tiempo Carlos de esconderse en la cocina, cuando Gabriel pasó de regreso a su camita. Después se acercó lentamente al pesebre. El corazón del hombre latía de una forma muy especial y en sus ojos brillaban dos lagrimitas a punto de saltar.

Miró la imagen del niño en el pesebre y dijo en voz baja.

-Y conmigo también.

Después durmieron felices. Los tres.

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