La política también vive de gestos. El de ayer de Mauricio Macri hacia Alfredo Cornejo tiene un alcance inmenso. El explícito aval de la Nación a las pretensiones del gobernador en su pelea con La Pampa, se inscribe no sólo en la prédica desarrollista cuyo motor es la obra pública que recita el macrismo (y coincide el radicalismo), sino también en el intento de solidificar el acuerdo político que a uno y otro les permitió llegar a ocupar sus actuales responsabilidades.
En ese delicado equilibrio que todas las coaliciones de gobierno deben hacer para no herir a los socios, el vínculo con los radicales parece tensarse lentamente en los últimos tiempos.
La reciente queja por la venta de acciones en Transener puso en evidencia que el papel de convidado de piedra que el núcleo duro presidencial pretende de la UCR encontrará obstáculos, al exponer diferencias como hace a menudo la tercera en discordia de Cambiemos, Elisa Carrió; pero que también puede traer complicaciones en la ajustada sumatoria del Congreso, donde el oficialismo debe lidiar en cada ocasión para tomar cualquier decisión política. Un asunto que de cara a próximas peleas como la reforma laboral resulta crucial.
De alguna manera, el fallo favorable a Mendoza no sólo permitirá a Cornejo ser el gobernador en cuyo mandato se destrabe el trámite burocrático y la disputa técnica y legal por Portezuelo del Viento, tras los intentos fallidos de Cobos, Jaque y Pérez, sino también contribuir a descomprimir la incipiente tensión del oficialismo.
Tras la negativa del ministro de Energía, Juan José Aranguren al desestimar los argumentos que los radicales, con la firma de Cornejo como jefe partidario expusieron para frenar la privatización de Transener, los dos principales socios se recelan.
Una de cal y una de arena, parecen razonar en la Casa Rosada. Una estrategia que no alcanza para enamorar ni para romper, pero que sirve para seguir caminando juntos.