Un centro cultural para recrearse y aprender oficios

En el paraje maipucino Los Álamos -conocido popularmente como ‘Ruta 31’-, los lugareños trabajaron para hacerse de un espacio y generar actividades.

Un centro cultural para recrearse y aprender oficios

En ruta 31 hay más de 50 familias que viven y trabajan en las distintas fincas diseminadas en la zona. No es un distrito en sí, sino que se trata de un sector rural de Fray Luis Beltrán (Maipú) que recibe ese nombre justamente porque los campos se encuentran a la vera de esa ruta. Incluso, dentro de Beltrán este sector ya tiene su propia denominación (Los Álamos), por lo que ‘Ruta 31’ es el nombre “popular” que ellos se han dado.

Todas estas familias viven en y del campo, haciendo lo que sea que haga falta: sembrando, cosechando y desmalezando, y lo hacen desde que sale el sol hasta que se oculta (y a veces más).

Desde hace casi 4 años, cuentan con un espacio propio para reunirse, ya sea a coordinar acciones como unión vecinal -espacio desde el que lograron que se instalara luminaria pública, por ejemplo- o bien para lo que la ocasión amerite. En este mismo establecimiento, ubicado en la intersección entre la ruta y la calle 2 de Abril, desde el domingo 24 comenzará a funcionar oficialmente el Centro Cultural “Esperanza Creativa”, hito que los llena de orgullo.

“Va a ser un espacio más que necesario para despejarnos del trabajo y poder traer a los chicos. Muchos talleres ya están funcionando desde el año pasado, pero ahora va a empezar a trabajar todo como centro cultural formalmente. Lo más interesante es que nosotros mismos, las familias que aquí vivimos, fuimos las que nos unimos para lograr el progreso de Ruta 31”, destaca Isabel Alcón (42), una de las vecinas que más activamente ha participado del proyecto.

Más allá de estos “pequeños grandes logros” que han conseguido desde 2011 (cuando las reuniones las hacían de forma itinerante, en las distintas fincas y bajo los árboles), el sueño que desvela a los habitantes del lugar es uno solo: poder tener su barrio propio.

Incansable
Isabel y Graciela Chaile (40) viven y trabajan en una de las fincas de Ruta 31. Preguntarles qué es exactamente lo que hacen abre un listado de incontables actividades y roles referidos a la siembra y cosecha de ajo y cebolla que podría ocupar toda esta crónica y quedar inconclusa de la misma manera en que ocupó casi toda una mañana de charla y mates. Quizás por esto mismo es que lo resumen como "obreras al día" o "peones rurales". "Trabajamos de lo que se te ocurra", agregan con orgullo.

Viven junto a sus familias en el mismo sitio en que trabajan (sus empleadores les dan un techo bajo el cual dormir) y, junto a sus esposos, trabajan la tierra desde antes del amanecer hasta entrada la noche. “Somos como 30 familias que vivimos y trabajamos en ese lugar”, destacan.

Graciela lleva una década en el lugar viviendo/trabajando junto a su esposo, mientras que su hija está estudiando en Jujuy (“una vez al año tratamos de viajar para visitarla”, agrega la mujer). Isabel, en tanto, está en el lugar hace 9 años -también trabaja junto a su marido- y tiene 3 hijos que estudian en la Escuela “Policía de Mendoza”, ubicada a 2 kilómetros de la unión vecinal.

Es precisamente este establecimiento el que grafica la evolución del vecindario y donde funcionará el centro cultural. “En 2011 empezamos a organizarnos con varias familias del lugar porque queríamos formar la unión vecinal. En ese momento, nos íbamos juntando en las distintas fincas y cada uno explicaba cuáles eran sus necesidades. Así logramos que se pusieran las luces, especialmente en las zonas donde están las dos escuelas”, comienza Isabel, quien -al igual que sus compañeras- optó por resignar algunas horas de trabajo para revivir con Los Andes cómo ha ido evolucionando el vecindario de Ruta 31.

En 2012, por medio del proyecto municipal PAR (Participación Activa y Responsable) consiguieron tener su edificio propio y desde entonces las reuniones del último viernes de cada mes se celebran en el lugar. Además, desde hace 2 años, los chicos del lugar tienen la posibilidad de ir a la escuela de verano y aprovechan la pileta y las actividades que se dictan en el establecimiento.

“Al principio éramos 24 familias las que estábamos en la unión vecinal pero hay mucha rotación en la zona, porque cuando una familia se queda sin trabajo se va del lugar. Lo mismo que cuando, en temporada, vienen los trabajadores golondrinas”, coinciden las mujeres.

Talleres y oficios
Si bien desde su construcción el espacio ha sido aprovechado para dictar talleres y ser la sede de distintos eventos, la oficialización como centro cultural será dentro de dos domingos. Fueron los propios vecinos quienes impulsaron esta iniciativa y quienes se presentaron a otro PAR, en el que quedaron seleccionados.

Gracias a este programa, recibirán algunas máquinas de coser industriales para poder aprender el oficio de costureros por medio de talleres. Como contraprestación, en tanto, las mujeres confeccionaron los pintorcitos para los alumnos de jardín de las dos escuelas del lugar y las prendas serán entregadas el mismo día de la inauguración.

“Los talleres y actividades que se vienen haciendo van a seguir. El año pasado hicimos sobre violencia de género y prevención de cáncer de mama, y nos sirvieron un montón. Hemos aprendido mucho sobre nuestros derechos como mujeres y como trabajadoras, cosas de las que antes no sabíamos nada”, agrega Isabel.

Corte y confección, gimnasia femenina y para niños, taller de manualidades, sonrisa saludable (revisión y atención odontológica para los lugareños) y danzas folclóricas, son los talleres que continuarán dictándose, aunque ya en el ámbito del centro cultural.

“El año pasado hicimos tejido, reciclado de ropa y hubo clases de taekwondo y escuela de verano también. Son muy útiles, porque no sólo aprovechamos para despejarnos del trabajo y podemos traer a los chicos, sino que aprendemos a usar máquinas de coser industriales y es una salida laboral a futuro. Con todo esto que estamos logrando por habernos juntado, algún día vamos a poder salir de la finca y hacer otras cosas, tener nuestros emprendimientos, posibilidades que son muy comunes en otros lugares, pero que acá no llegan”, sueña en voz alta Alcón.

Otilia Condorí (43) vive y trabaja hace 17 años en una finca del lugar y también se emociona con el hecho de que el centro cultural sea una realidad. “Vamos a aprender oficios, vamos a poder salir adelante. Pero esto no tiene que terminar en nosotros, sino que vamos a ser quienes continuemos enseñando”, destaca tímidamente la mujer.

“El año pasado yo hice el taller de alfabetización, y en la medida en que vayamos aprendiendo vamos a ser nosotras mismas las docentes”, acota por su parte Graciela, complementando la idea.

Por el barrio propio

Detrás de todos estos avances y todo el progreso que han conseguido los vecinos de Ruta 31 con sólo unirse -y gracias al acompañamiento de la Municipalidad de Maipú- hay un objetivo superador: el de poder tener su barrio propio.

“La unión vecinal, el SUM, la pileta y el centro cultural son todos grandes avances, pero tienen que ser los pasos previos al barrio. Poder tener un barrio y una casa propia nos permitiría salir de la ‘esclavitud’ que te produce no tener techo propio. Hoy estamos viviendo en una finca y no deja de ser una casa prestada. Y si mañana nos quedamos sin trabajo, tenemos que irnos y empezar de nuevo en otro lado. Sería algo que me dolería muchísimo”, destaca Isabel Alcón, vecina de Ruta 31 y una de las impulsoras de la unión vecinal y el centro cultural.

“La realidad es que hoy las fincas están una al lado de la otra pero, para venir al centro cultural, las familias tienen que caminar varios kilómetros. Tenemos la problemática de cualquier zona, y a eso se le suma que no somos trabajadores fijos por lo que hay mucha incertidumbre”, destacan las mujeres.

Desde hace dos años, las familias están manteniendo reuniones y trabajando en el tema con la dirección municipal de vivienda. “Sería lo más hermoso de la vida tener nuestra casa. Queremos pagar por ella y trabajar, que no nos regalen nada”, cierran.

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