Como dice Aníbal Troilo, Yo nunca me fui de mi barrio, de mi querida Quinta Sección, de Arístides Villanueva y Paso de los Andes. Mi casa estaba en el callejón Ortiz, y por varios años fue la única de tierra de toda esta zona. Después se transformó en la diagonal Dag Hammarskjöld.
Ahí nací en 1943, crecí y tuve mis primeros amigos. Con muchos de ellos fui a la primaria. Cursábamos en la escuela Daniel Videla Correas, de Paso de los Andes y Manuel A. Sáez.
Tengo recuerdos preciosos de mi maestra de 3° grado, la señorita Marta Coll. Fue una especie de hada para mí y hasta nos visitó cuando nos casamos con Pochi Zimmerman.
Mis amigos de la infancia eran Carlos Del Favero (‘El Chato’), Carlos Banchini, Gerardo Poblet y Carlos Perlino, periodista. Con él formamos el primer grupo de música, Los Huarpeños.
Éramos pseudoamateurs. Muy originales no éramos con el nombre, porque en realidad le pusimos ése porque ensayábamos en una casa que estaba en la calle Huarpes.
Ya en la secundaria cada uno tomó para distintas escuelas: Perlino se fue al Liceo (Militar General Espejo); Del Favero y Poblet al Martín Zapata en la mañana; y yo en el Zapata pero en el turno tarde.
Allí nos fuimos separando, pero cada vez que nos vemos siempre existe el abrazo del corazón que une todos los años que estuvimos ausentes.
Como decía don Atahualpa: “Tengo tantos amigos (NdeR: hermanos) que no los puedo contar”. He tenido la suerte de que casi todos vivimos, pero también tengo la mala suerte de haber perdido a amigos muy jóvenes, como Pepete Bértiz, hijo de don Santiago Bértiz, guitarrista de Hilario Cuadros.
Pepete fue guitarrista de Mercedes Sosa y era un hermano; se fue a los 33 años. También Caro Herrada, Cacho Mussuto... gente muy querida que uno la ha perdido muy pronto.
En el barrio vivían reconocidas familias, como los Decúrgez, Sesano y don Juan Draghi Lucero, que era vecino nuestro.
La Lepra y Elvis Presley
Yo me hice artista en la adolescencia, de casualidad, porque mi verdadera pasión era el fútbol. Vivíamos casi pegados al club Independiente Rivadavia. Somos todos ‘leprosos’.
Estamos hablando del ‘52-53. Paso de los Andes y Huarpes, allí jugábamos todo el día a la pelota porque la calle era de tierra y era la canchita del barrio. La calle Granaderos, entre Rufino Ortega y Arístides Villanueva, tampoco estaba asfaltada y la usábamos de canchita.
También teníamos la “Bombonera”, que era el sector del Parque (San Martín) que está entre el Mendoza Tenis Club y la calle lateral de Independiente. Allí jugábamos las finales, con los otros equipos de las cuadras vecinas.
En Paso de los Andes y Villanueva estaban además los mercados del barrio: la carnicería de don Raimundo; Cacho Flores, el verdulero; Mundín, el almacenero.
Entrar a la cancha de Independiente era como un River-Boca. Mi papá nos llevaba porque era amigo íntimo del canchero, Evaristo Torres.
Todavía está la casita de los Torres sobre el ingreso por Boulogne Sur Mer.
A los 14, una tía me hizo socio de Regatas y en ese entonces la pileta era el lago del Parque. Eran épocas de “los asaltos”, reuniones entre chicas y chicos en una casa.
Las chicas llevaban las tortas y nosotros las bebidas y poníamos música y bailábamos. Yo era fanático de Elvis Presley y de Bill Haley.
Hasta los 16 años no había cantado ni en la ducha. No sabía que tenía ese don que Dios me dio. Me enfermé de hepatitis. El Dr. Nacif, que era el médico del barrio, me descubrió la enfermedad y me mandó 45 días a la cama en reposo absoluto, comiendo un bifecito a la plancha con purecito, verdurita y nada más.
Y bueno, a la semana, mis padres María Isabel y Miguel ya no sabían qué hacer conmigo. Mi viejo, que fue guitarrero no guitarrista, me bajó la guitarra del ropero, como dice el tango, la encordó y me dijo: “Mirá, esto es fa, sol..” y ahí me volví loco.
Con los años, me reencontré con mis amigos de la primaria, como Gerardo Poblet y del barrio, como Quito Lima y Eduardo Ocaranza, y formamos el grupo Huanta, inspirados, al menos en lo personal, en otros grupos como Los Chalchaleros y los Huanca-Huá.
Nuestro padrino era nada menos que Eduardo ‘Mamadera’ Aragón, que tenía 5 años más que nosotros pero en esa época lo tratábamos de usted. Vivía en la casa donde hasta hace poco funcionó un histórico bar de Arístides Villanueva: Juan Sebastián Bar. En 1965 éramos amigos de Damián Sánchez, entre otros destacados artistas.
Ya trabajaba en el Banco de Previsión Social, luego en el Mendoza, como muchos de mis amigos. En 1971, ya casado con mi primera esposa, nos fuimos a Buenos Aires. Estábamos viviendo en Dorrego.
Gracias a las gestiones de Facet, gerente general del Banco Mendoza, pude conservar mi puesto en la sucursal en Buenos Aires. Pero duró poco mi residencia allí, hasta 1974, porque me traicionó una enfermedad: el asma, y tuve que volver a un lugar seco como Mendoza.
Volví y tuve como compañeros en el banco a Martín ‘Tino’ Neglia (actor) y a Franklin Henríquez (Los Cumpas).
Junto a Poblet y a Beto Quiroga armamos Canto Trío, que en 1982 ganó el premio del jurado técnico, todo un honor para nosotros. Dejé el banco en 1982 y ya me había picado el bichito del solista. Me acordé que mi viejo me decía: “Vos tenés que cantar tango”.
Junto al Polaco Krisak y Don Tito Francia empezamos con el tango. Luego nos conocimos con Jorge Sosa y comenzamos a trabajar en un café concert famoso que teníamos con Miguel Falcioni y Daniel Mangione.
Poesía, canciones y humor en el histórico local Florentino, que estaba frente a la Legislatura, sobre la todavía calle Sarmiento. Luego se unió Héctor Fernández Leal y llegamos a hacer tres funciones un sábado.
A partir de allí empecé a trascender en el ambiente artístico local: en 1985 grabé mi primer long play (LP) “Tonada de Otoño”.
Me llamo Carlos Alberto, pero mi primo Eduardo Becerra me puso ‘Pocho’ -Pochi en realidad- cuando era muy chico. Pero para los del barrio yo era ‘El Negro Sosa’.
Mi hermano se llama Miguel Ángel y tuvimos una hermanita, Norma, que falleció a los 3 años. Le diagnosticaron laringitis aguda o falso crup.
Del barrio, en realidad del Parque, me acuerdo que mi papá nos contaba que en 1922 él integró las cuadrillas del Parque General San Martín.
Tenía 12 años y junto a un montón de chicos eran los encargados de regar uno por uno los maravillosos árboles que hoy dan vida a este pulmón de la ciudad. Con los años hizo una gran carrera allí y terminó como secretario general de Parques, Bosques y Paseos.
Hoy hace 27 años que estamos en el mismo hogar, siempre en la ciudad, más en el Centro, pero a menos de 10 cuadras de aquella casa donde nací. Si Dios me diera la suerte de ganar la lotería no dudaría en comprarla.