Un cambio que en un año tendrá su primer examen

Un cambio que en un año tendrá su primer examen

“Hay un contundente triunfo de Daniel Scioli y Aníbal Fernández es el nuevo gobernador de la provincia de Buenos Aires”, proclamaba, exultante, el jefe de campaña del Frente para la Victoria (FpV), Alberto Pérez, desde el búnker del oficialismo, el Luna Park.

Al mismo tiempo, pasadas las 19, después de una hora y pico de cerrados los comicios, y a una veintena de cuadras de allí, en el salón vip del complejo Costa Salguero, la euforia fundía a los estrategas de la coalición Cambiemos: “Hay balotaje, hay balotaje…”, gritaban, saltaban y se abrazaban los macristas de pedigrí Emilio Monzó y Marcos Peña y sus aliados Elisa Carrió y Ernesto Sanz. Al tercero en cuestión, Sergio Massa, desde su búnker de Tigre, le costaba disimular la envidia por la extraordinaria, imprevista, performance de Cambiemos.

Un trío de postales de una misma tarde-noche, la del domingo 25 de octubre de 2015, suficientes para ponerle más que imágenes a ese cambio de escenario electoral que, un mes después, confirmó el hecho político significativo: el final de un ciclo de más de doce años, que había empezado a asomar en las legislativas de 2013.

Hace, de ese cambio, un año; es un año también lo que falta para que ese cambio, y los cambios que insinuó, sean, en un todo o en parte, revalidados; tanto para el caso del oficialismo, sus aliados y circunstanciales aliados, como de la oposición.

Aires nuevos

Desde su segundo puesto (de hecho, primero, por aquello del envión que acompaña a los “aires de cambio” de oposición, cuando el oficialista no ha sido consagrado y la diferencia, además, ha sido muchísimo menor que la esperada), Mauricio Macri se permitió esa noche anticipar el festejo del balotaje que un mes después lo convertiría en Presidente.

“En el día de hoy cambia la política de este país”, dijo sobre la medianoche de ese domingo. Hasta se permitió pedir el voto para un mes después de los votantes de Daniel Scioli, en nombre de la “revolución de la alegría”; la misma que lo había puesto dos veces en la jefatura del Gobierno porteño al frente de su Pro, una suerte de ave Fénix de las cenizas de la antipolítica del “que se vayan todos”, del incendio de 2001, pretencioso de darle finiquito al histórico bipartidismo argentino.

Por esas horas, Scioli, en cambio, buscaba remontar la cuesta. Hacía llamados al voto de radicales refractarios de la alianza de la UCR con el macrismo producto de la conducción de Sanz, como también de los socialistas. También marcaba las diferencias de modelos y de propuestas con el “modelo de ajuste” de Macri, en nombre del modelo de “desarrollo con inclusión social” del último largo decenio kirchnerista, como días después lo hizo en el debate mano a mano pre balotaje. (A propósito: fue Macri el primer presidente electo en segunda vuelta en la historia argentina; en 2003, Carlos Menem había defeccionado ante Néstor Kirchner.)

Fueron dos resultados sorprendentes respecto de las previsiones oficialistas y de los encuestadores los que ese día embalaron a Macri hacia la Rosada. Por un lado, no sólo el triunfo sino también la amplitud del mismo, de María Eugenia Vidal sobre el candidato cristinista-jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, blanco de una campaña que lo ligó al narcotráfico y que en algo incidió en el voto.

Y, de otro, el impensado aluvión de votos que recibió en todo el país, sobre todo en las provincias económicamente más prósperas (Córdoba anticipó la diferencia que en el segundo round sería decisiva a nivel país) y en los centros urbanos más populosos; incluso en bastiones históricos de históricos caudillos peronistas en el Gran Buenos Aires.

En tanto nueva fuerza, la UNA de Massa, que después del contundente triunfo en las legislativas de dos años antes en territorio bonaerense, buscaba no haber sido sólo una golondrina estival en la política argentina, logró su objetivo de consolidar a parte de su electorado. Pero ello no le alcanzó para siquiera morderle la retaguardia a Cambiemos en la pelea por el balotaje, aunque sí para hacer su aporte a que el FpV tuviera que ir a esa inesperada segunda instancia, es decir, a la derrota.

El resto está más o menos presente en la memoria colectiva. Macri terminó por consagrarse presidente en el balotaje con 51% contra 49% de Scioli. Y desde el 10 de diciembre inició un proceso de bruscos cambios de orientación promercado, en lo económico y en lo político, enfrentados con las dominantes de los anteriores doce años. También caracterizado por el mérito de la muñeca política de hacer de la debilidad, fortaleza, desde su condición de minoría en el campo legislativo.

Dentro de alrededor de un año, cuando los argentinos tengamos que votar para renovar la mitad de Diputados y un tercio del Senado, sabremos si ese cambio de escenario  se habrá consolidado, con una fuerza que terció en el bipartidismo, abrevando en uno y otro partido histórico. O si se trató de un interregno hacia otro gobierno peronista, habrá que ver con qué orientación, en 2019.

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