Un Cachorro suelto en el Bancario

El autor vivió su infancia, adolescencia y juventud en Godoy Cruz. Andar en bici, jugar al vóley y -obviamente- al fútbol eran sus pasatiempos habituales.

Un Cachorro suelto en el Bancario

Mi barrio es el  Bancario. Viví allí hasta que me casé, a los 27,  en calle Cabildo Abierto, a cuatro cuadras de las vías del tren, donde hoy está el paseo Alfonsín y la ciclovía. Vivimos la última etapa de los jóvenes del barrio, porque después pasó a ser una zona poblada por gente grande. Aunque ahora se ha renovado.

Tuve la suerte de tener muchos amigos en la cuadra y cerca. Teníamos la escuela Avelino Maure, la plaza, el destacamento policial. Por Vicente López, Malvinas Argentinas; por todos lados teníamos amigos. Nos juntábamos en la plaza. Disfrutábamos la calle. Eran otras épocas. Para festejar el Día del Amigo tomábamos el 10 (colectivo) que pasa por Malvinas, íbamos al Centro. Con 9 años fuimos con mi amigo Nicolás Bevacqua a Luzuriaga a probarnos por primera vez en una cancha de fútbol. Íbamos al cine al Centro cuando había doble función en el cine Opera, Lavalle.

Las locuras nuestras eran esas: andar en bicicleta, jugar al fútbol o a los autitos sobre los cordones de las veredas para hacer el rally por toda la manzana.

Fui a la escuela Avelino Maure y en la plaza todos los días jugábamos al fútbol. Por ahí creo que nació la vocación por el deporte porque en el grupo había muchos amigos que hacíamos deporte. Jugábamos al vóley en Cepada (en la escuela Maure), entre ellos Carina Gotte (que actualmente está en Italia), Nicolás Bevacqua, Javier y Jorge Lucero, Germán Anello y su hermano Flavio. También tenía otro amigo como el Tito Tisera, Daniel y Guillermo por calles O’Higgins. Con ellos y con el Tony, Claudio y Ricky, íbamos al club YPF a la pileta, también allí hacíamos atletismo en grupo.

A los 15 años hacía las dos cosas: fútbol y vóley. En un momento, tuve que tomar la decisión y me di cuenta que lo que más me gustaba era el fútbol. Y a partir de ahí cambió mucho mi vida, porque a los 16 debuté en primera y habían cosas que podía hacer y otras no. No me podía juntar tanto con los chicos. Fui perdiendo ciertas relaciones; las juntadas ya no eran las mismas.

Siempre me acuerdo de cuando jugábamos a las escondidas y tengo los mejores recuerdos. De los partidos en la plaza, que era nuestro estadio. El inconveniente era que nos sacaban los placeros. Nos perseguían hasta con el camión municipal. El Partido era contra los del monoblock Laprida. 
Me acuerdo que mi mamá me decía que andaba siempre callejeando y cuando me casé me costó quedarme en la casa.

En la actualidad, si hay que comprar pan, hay que hacer tal o cuál cosa, salgo yo. Uno se acostumbró a eso.  Hace 16 años que vivo en un barrio de Luzuriaga y la situación es similar, porque mis hijos pueden al menos jugar en la calle. Tranquilo. Y eso me da alegría.

Tenía una vecina que se llamaba Margarita, era una mujer grande. Vivía en Cabildo Abierto y López y Planes, y ella siempre le decía a mi mamá: “Ese chico va a ser jugador de fútbol”. También estaba el vecino de enfrente, que nos quitaba la pelota. Tenía la casa impecable, con rejas, macetas; era hermosa la casa. Por ahí tirábamos un pelotazo y volaba una planta y aprovechaba para destrozarte la pelota.

Doña Marta Cardozo era la abuela de mi vecino y ella nos llevaba al club YPF.

Mentirita piadosa
A 18 años, confieso que tuve que mentirles a mis padres.

Tenía una moto, un día me fui a entrenar y cuando volvía por calle Paraná (que en ese momento estaban construyendo el cruce sobre las vías), al bajar hacia García choqué contra un Rambler. Me acuerdo que veía cómo pasaban los árboles, iba de espalda, Caí en calle Paraná después de 200 vueltas  y justo un vecino que me conocía me ayudó. El auto se fue. Me hicieron curaciones. Luego me llevaron a un hospital porque tenía un corte en la muñeca.

Quedé de acuerdo con mi amigo que me había caído. A mi padre le dije que me había caído en la calle Paraná porque esa zona estaba en construcción, que estaba lleno de ripio y me resbalé. Y allá salió, se recalentó. Fue a ver el lugar. Se fue a la Municipalidad y quería pelearse con todo el mundo. Luego pasó y todo quedó ahí.

Ya casado, un día estábamos en casa de mis padres y mi mamá sacó el tema: “¿Te acordás cuando te caíste en la moto?” -Sí, le dije. Y me contestó:

“Qué te vas a caer chinito mentiroso, si yo un día fui a ponerme una inyección al inyectable de la calle Paraná y cuando le dije el apellido, el hombre me contó que te había atendido. “Ah, ¡cuando se cayó en la moto!”, le dijo ella. Y ahí el hombre le contó que no me había caído, había chocado y ahí recién se enteraron del accidente. Nos reímos todos. Ése fue el problema más grande que llevé a la casa.

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