A l debate presidencial hay que leerlo en dos niveles: uno es el de la discusión pública, de propuestas, de ideas, de diferencias y coincidencias; es lo que más tiene que ver con la práctica democrática de rendir cuentas por anticipado de lo que vas a hacer, de cómo lo vas a hacer y de cómo procesan las diferencias los candidatos. Pero hay otro nivel muy importante y menos visible: es el de la cooperación democrática para llegar al debate público, que en Argentina nos cuesta y por eso no tenemos una tradición de debate presidencial.
El debate presidencial, precisamente, es el resultado de un acuerdo al que llegan los candidatos, pero al que también arriban los medios de comunicación, universidades, organizaciones no gubernamentales.
Nuestra dificultad está en este punto, el de la cooperación, que no nos permite avanzar hacia el debate en sí. No se está dando entre los distintos sectores democráticos, esa cadena de coordinación necesaria para que se dé el debate. Un candidato que esté favorecido por las encuestas y esté ubicado primero tiene que tener la voluntad de participar, inclusive de correr riesgos, en beneficio de la población. Un debate presidencial es un bien público.
Quizás la dificultad de cooperar tenga que ver con la cultura democrática donde no se le da tanto valor a la conversación política, entendiendo por ello el intercambio de coincidencias o diferencias. Insisto: la voluntad de ir al debate tiene que ver con realizar un sacrificio por parte de los candidatos en beneficio de un bien superior. Los antecedentes de debate presidencial se remontan a la silla vacía que dejó Carlos Menem en el ‘89, en un frustrado debate con Angeloz; y también la silla vacía que dejó Menem en el ‘95, frente a Bordón y Massaccesi. Pero distinto ha sido el panorama provincial para las elecciones a gobernador: este año hubo debates en la Ciudad de Buenos Aires, Mendoza, Río Negro, Salta y Santa Fe. En todos estos lugares hubo esa cooperación necesaria entre los candidatos y el resto de los sectores para producir un ámbito de debate político. Falta que esa cultura democrática de debate llegue al nivel presidencial.
Pero a nivel nacional parecería que se privilegia una visión tacticista, que genera un cálculo inmediatista sobre el debate y el supuesto riesgo que se corre. Digo “supuesto riesgo” porque no hay evidencias sobre los “peligros” que pudiese correr un candidato en un debate. En general, los debates tienen a confirmar información sobre la que ya dispone la ciudadanía. Esperamos que haya cooperación y, entonces, debate: Por ahora no hemos recibido formalmente la renuncia al debate de parte de algún candidato.