El gobierno de Mauricio Macri logró este año poner la relación con la Iglesia en el cauce justo de la autonomía, cercanía y colaboración, mientras intentó equilibrar un vínculo con el papa Francisco marcado por la distancia y las desconfianzas mutuas.
Atrás quedaron dos audiencias del primer mandatario con el Pontífice argentino. Una protocolar y oficial en febrero, en la que el gesto adusto de Jorge Bergoglio motivó un sinnúmero de interpretaciones y lecturas políticas.
Otra privada y familiar en octubre, en víspera de la canonización del Cura Brochero, a la que se llegó después de una estrategia cuidada de la Casa Rosada, y en la que Macri consiguió una frase del Papa que se leyó como un aliciente para su gestión: “Fuerza y adelante”.
En este camino de mejoramiento de la relación entre Buenos Aires y la Santa Sede fueron clave las gestiones reservadas de la canciller Susana Malcorra y del embajador argentino ante el Vaticano, Rogelio Pfirter, ex alumno de Bergoglio en los ‘60 en Santa Fe.
El correr de los meses también licuó el malhumor de los funcionarios de la Casa Rosada por el rosario bendecido que el Papa le hizo llegar a Milagro Sala, la dirigente social detenida desde enero en Jujuy, y cuya “inmediata liberación” reclaman organizaciones internacionales de derechos humanos y grupos locales que la consideran una “presa política”.
Tampoco quedaron rencores, reconocieron en Balcarce 50, por la decisión del Papa de rechazar una donación del Estado nacional de 16.666.000 pesos para su red educativa Scholas Occurrentes.
En un primer momento se atribuyó esa medida a “un nuevo desplante” del Pontífice a Macri, pero después surgió a la luz que en realidad se trató de una interna eclesiástica en el más alto nivel del Vaticano, sumada a la sospecha de Francisco de que los directores mundiales de esa fundación pontificia podían “resbalar” hacia el camino de la corrupción.
Para el Gobierno también fue música celestial la aparición ayer de la edición argentina del periódico vaticano L'Osservatore Romano, que aspira a convertirse en un vehículo para difundir la palabra del Papa de una manera oficial, directa, completa y “sin voceros”.
Es que en ambientes gubernamentales atribuyeron el “ruido” en la comunicación entre Macri y Francisco a “interlocutores informales” en Buenos Aires que “hablan en nombre de” o “interpretan las palabras y gestos del pontífice”.
Los residentes de la Casa Rosada apuntan, entre otros, al diputado porteño Gustavo Vera, el amigo trosko de Bergoglio que alienta una corriente de pensamiento laudatista en la política y la economía, y no se calla a la hora de cuestionar las políticas de Cambiemos.
Por otra parte, no generó malestar en la Conferencia Episcopal Argentina la decisión del Gobierno de modificar el Presupuesto y quitar fondos a la Iglesia para poner en valor y refaccionar la basílica de Luján, la catedral de Mercedes y la parroquia porteña de San Pedro Telmo.
La mayoría de los referentes eclesiásticos consultados consideró "lógica" la redistribución de fondos en un contexto de dificultades en las provincias, hacia donde se reorientaron los fondos, aunque unos pocos dijeron tener sospechas de "algún trasfondo político" en la decisión.
Una alusión a la quita de fondos para las remodelaciones en la basílica de Luján, que supo ser el primer proyecto firmado por Néstor Kirchner, y la catedral de Mercedes.
Dos templos bajo la órbita de monseñor Agustín Radrizzani, cuya jurisdicción eclesiástica quedó en la mira por sus supuestos vínculos con el kirchnerismo, tras el escándalo de corrupción en torno al monasterio donde el ex secretario de Obras, José López, intentó esconder casi U$S 9 millones.
En tanto, la tarea de acercamiento del Gobierno a la Iglesia vernácula estuvo a cargo del secretario de Culto, Santiago de Estrada, a quien en ambientes eclesiásticos llaman “el obispo”, y del subsecretario del área, Alfredo Abriani.
Ambos mantuvieron contactos con obispos, sobre todo del conurbano bonaerense, para conocer de primera mano las preocupaciones de la Iglesia por la pobreza, la desocupación, el narcotráfico y más recientemente la inseguridad. Un trabajo fino y silencioso que contribuyó a que se declarara tanto la emergencia social como la emergencia nacional en adicciones.