Uber: te llevo para que me lleves

Uber: te llevo  para que me lleves

Claudio Barros - Especial para Los Andes

No sé manejar. Es triste pero es cierto. En mis 40 años de vida he sido un peatón constante y la noticia de la llegada de Uber a la Argentina me alegra un poco la movilidad vital. Uso colectivos y taxis pero Uber ofrece una alternativa de transporte público en combinación con innovación tecnológica y eso siempre es bienvenido.

Para los que no saben de qué se trata, les cuento que Uber es una empresa que arma una red de transporte a través de una aplicación. ¿Cómo funciona? Conecta a personas que quieren moverse por la ciudad con choferes dispuestos a llevarlos con tarifa competitiva. Así, a través de la app, uno pide un auto, informa adonde viaja, la empresa envía el auto más cercano a la ubicación y el costo se debita de la tarjeta de crédito que el pasajero ha precargado en la app.

Sencillo, ¿no? Uber tiene sede en Estados Unidos pero funciona en varios países, incluidos Chile, Brasil, Colombia y México.

El servicio no para de crecer y no fue magia: en casi todas las ciudades donde funciona su costo es entre 20% y 35% más bajo que la tarifa de un taxi y, en consecuencia, en cada país los gremios del transporte salieron a poner el grito en el cielo.

Pero el foco de la discusión se desdibuja cuando se limita a debatir si Uber le quita trabajo a los taxistas, si deben pagar impuestos o cómo regularlo. No minimizo sus responsabilidades pero no quiero centrarme (sólo) en eso.

Uber, en esencia, nació para dar lo que las empresas de transporte público se están olvidando de brindar: innovación, facilidad de pago, uso y calidad de servicio.

Tomemos este pedazo de suelo en el que vivimos llamado Mendoza como ejemplo y veamos: los propietarios de taxis han hecho reclamos más que válidos para mejorar la seguridad pero se han movilizado muy poco para garantizar la del pasajero. Las promesas políticas de pago con tarjeta, blindex en los autos o control formal de GPS se diluyeron después de cada protesta.

Si observamos bien, Uber de alguna forma ya existe en versión criolla: se llama remis trucho. Los autos particulares funcionando como taxis buscan a las personas que están cerca de su radio, les pone una tarifa de antemano y busca fidelizar al cliente utilizando WhatsApp para mantener el contacto. Tiene su contracara en la informalidad, la inseguridad y la ilegalidad pero no nace por casualidad, surge porque había una necesidad que el servicio de transporte no satisfacía.

Quizá por eso necesitábamos que Uber anunciara su llegada al país, para sacudir un poco los cimientos de un sistema que no mejoró ni evolucionó. 
Pero tomemos un ejemplo de otro ámbito que muestra bien el caso: las películas. Durante años la queja creciente fue contra la piratería y los vendedores callejeros. Los acusan de quebrar el negocio del alquiler de DVD y el cierre de las salas de cine.

Sin embargo la llegada de servicios como Netflix muestra que los usuarios no querían robar ni que todo fuera gratis sino que priorizaban que el consumo fuera actualizado, cómodo y rápido.

Lo mismo sucede aquí: Uber brinda a través del smartphone lo que el servicio tradicional no ofrece. Parece un avance tecno pero ha generado un cambio social que nos muestra que idea simple puede tener un potencial inesperado.

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