Unas con un pincel, otras con rodillo y las manos manchadas de azul pintan la cancha que es su casa y bromean sobre las cualidades de cada una. Y hasta se chicanean cuando alguien no pone manos a la obra. Así encontramos a las chicas de la U Maza.
Junto a Ujemvi son las punteras del torneo con puntaje ideal y están felices por eso, pero no dejan que el exitismo las haga confundirse. Tienen la humildad que acompaña a los que terminan consiguiendo objetivos. Los grandes se miden en los pequeños detalles y ese grupo lo sabe.
“Todos los equipos son difíciles. Sabemos que todavía no hemos conseguido nada. Ya aprendimos que el verdadero torneo empieza en los play off”, dicen casi al unísono en una charla distendida de esas que permiten conocer el backstage del equipo que uno ve todos los sábados dibujando fantasías y sustentando un sueño.
“No hay nada más lindo que saber todo el sacrificio que significa llegar a conseguir algo. El futsal tiene esa característica que perderá el día que se profesionalice. Todo es a pulmón”, dice el técnico Ignacio Luvello, un hombre que se tuteó con la gloria como jugador de aquel Talleres campeón sudamericano, dando una definición romántica de lo que todos conocemos como pasión. Esa palabrita mágica que es la que te hace hacer cosas que la razón no permitiría.
Tras ganar el Vendimia, las chicas cuentan que encontraron el envión anímico necesario para aspirar a más. “A ser la tercera fuerza”, cómo define Nacho, que pueda cortar con esa dualidad que ha dominado el futsal femenino de los últimos años: Pacífico y Cementista.
Y lo hacen con una filosofía que la destacan todas, la unión. “Somos una familia”, es la frase que más se repite en la charla y en la que hace hincapié Sabrina Quevedo, sindicada por todas cómo la mamá del grupo. “Es mamá pato. Dónde va ellas, salen todas atrás”, cuenta entre risas Luvello.
Y como tal, cuando los pesos no alcanzan todos tienen que salir a poner el hombro. Claro que en este caso ellas cuentan con. La ventaja de que son una familia numerosa, ya que son 22 las que integran el plantel, casi como un equipo de fútbol. Es así que repasan todo lo que hizo que hoy tengan la cabeza en el Nacional de Clubes de Paraná.
“Vendimos empanadas, hicimos un bingo y varias rifas”, hace memoria Melisa Schulze, una de las más activas a la hora de contar. "Y también vendemos maples de huevos" agregan desde la otra punta.
Dicen que la receta de la buena convivencia que ha llevado a que nadie quiera abandonar el grupo y que haya muchas que quieran sumarse está en la solidaridad que hay, aunque no falta quien destaca, claro que jocosamente, a los asados después de cada partido. Una cita impostergable.
Esa hermandad hace que aquellas que no podrán integrar la lista de 15 que permite el reglamento para el torneo de Paraná viaje igual. “Una de las chicas va de ayudante de campo, hay otra que va de profe y alguna va como hincha”, nos cuenta Nacho.
Confiesan que se hacen cargadas constantemente en la intimidad y todas ríen recordando en solitario alguna de las cargadas de las que han sido destinatarias. Y adelantan que cinco o seis de ellas volverán con otro color de pelo de Paraná tras el bautismo prometido.
Las luces que se apagaban cortaron la charla que daba para seguir un largo rato. Fuimos a hablar de juego, terminamos conociendo la intimidad de un plantel que crece a diario y, lo mejor, con bases sólidas.
Confirmamos así que las victorias y las derrotas siguen siendo secundarias y caprichosas. Lo importante está en cómo se transita el camino.