"El primer intelectual fue Sócrates y decía que él era como el tábano que no deja tranquilo al caballo", ejemplificaba Todorov un año antes de morir, para dejar bien claro que, ante todo, los intelectuales deberían mantenerse siempre inconformistas. Eso es lo que desplegó en las páginas de su último libro, "Insumisos".
Tzvetan, que creció en una Europa dividida por el muro, que abominó de los totalitarismos, que se mudó a París donde trabó amistad con los estructuralistas y desarrolló su desconfianza en las democracias funcionales a los poderosos. "No basta con decir que la democracia es mejor que el totalitarismo. Todo el mundo está de acuerdo en esto. Hay que criticar también los fallos de nuestro sistema".
Humanista, defensor de la ética, en sus últimos tiempos Todorov vio cómo la ultraderecha encarnaba el fundamentalismo pero se despidió de este planeta con un volumen esperanzador.
¿Qué significa ser un insumiso? Lo explica a través de ocho casos. Ocho personalidades que, en contextos distintos -el nazismo, el apartheid, el estalinismo- demostraron “amor hacia los seres humanos y la verdad”.
Germaine Tillion -una de las protagonistas de “Insumisos”, integró las filas de la resistencia francesa durante la II Guerra Mundial. “Para mí la resistencia consiste en decir no. Pero decir no es una afirmación. Es muy positivo, es decir no al asesinato y al delito. No hay nada más creativo que decir no al asesinato, a la crueldad y a la pena de muerte”, sostuvo.
Germaine es una de las dos mujeres que rescata el libro de Todorov, - la otra es Etty Hillesum- y la lista de rebeldes se completa con siete hombres: Borís Pasternak, Aleksandr Solzhenitsyn, Nelson Mandela, Malcolm X, David Shulman y Edward Snowden.
Lo que el filósofo destacó en sus ensayos y múltiples entrevistas es la crítica a las políticas actuales orientadas a limitar las libertades civiles y a legalizar la tortura en nombre de la lucha “contra un enemigo implacable”.
La insumisión denuncia: "Nuestro pueblo es un apasionado de la libertad y defiende la dignidad humana, dicen los dirigentes de los países que causan la guerra, pero nuestros enemigos sólo saben sembrar la muerte, violar y decapitar. Nuestros muertos tienen una familia que llora por ellos, pero los suyos son cifras y abstracciones. Pero ¿estamos seguros de que "nosotros" nos comportamos siempre de manera civilizada, mientras que "ellos" representan la barbarie? Las víctimas no desaparecen por el hecho de que las describamos como consecuencia de "atropellos" o "efectos colaterales".
Nuestros drones matan simultáneamente a combatientes y a sus vecinos. ¿Son una respuesta a las ejecuciones de rehenes que difunden en Internet? Son ellos los que mantienen discursos inflamados, pero, llegado el caso, nosotros estamos dispuestos a pegar fuego a su país. Es difícil demostrar que intervenciones de este tipo ilustran los valores morales que defendemos, y no nuestros intereses.”
Y , a la vez, percibe: “Lo más probable es que, frente a la opresión o a la injusticia, la tendencia natural de la mayoría de nosotros sea someterse y esperar a que pase la tormenta”.
Entonces, ¿hay un cambio posible?
Todorov responde con la trayectoria de estos ocho insurrectos, cosa de visibilizar otros modelos de acción para ayudar a imaginar nuevas sociedades.
Las palabras y las cosas
Hijo de bibliotecarios, nacido en Sofía en 1939, Tzvetan Todorov se educó en la Bulgaria comunista. En 1963 huyó de su tierra natal y se instaló en Francia. Si bien obtuvo la ciudadanía francesa, siempre se definió como "desplazado".
Su figura es la del intelectual europeo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, capaz de adaptarse a nuevos entornos y nuevas lenguas.
Abrigado por Roland Barthes, con el que estudió filosofía del lenguaje, aprendió la precisión en el discurso y la capacidad para desmenuzar analíticamente los fenómenos sociales.
Es en 1982 cuando, distanciándose ya de la demasiado artificiosa línea linguística que lo nutrió en la revista Tel Quel, publica el libro “La conquista de América: el problema del otro”, donde vira hacia temas históricos y, en definitiva, morales. Así empieza: “Quiero hablar del descubrimiento que el yo hace del otro.
El tema es inmenso. Apenas lo formula uno en su generalidad, ve que se subdivide en categorías y direcciones múltiples, infinitas. Uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que no somos una sustancia homogénea, y radicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: yo es otro. Pero los otros también son yos”.
¿Se aprende del pasado? “No existe deber de memoria en sí; la memoria puede ser puesta tanto al servicio del bien como del mal, tanto utilizada para favorecer nuestro interés egoísta como la felicidad de los demás. El recuerdo puede permanecer estéril, extraviarnos incluso. Si se sacraliza el pasado, se impide comprenderlo y obtener de él lecciones que se refieran a otros tiempos y otros lugares, que se apliquen a nuevos protagonistas de la historia. Pero si, por el contrario, se lo banaliza, aplicándolo a nuevas situaciones, si se buscan en él soluciones inmediatas para las dificultades presentes, los daños no son menores: no sólo se disfraza el pasado, se desconoce también el presente y se abre el camino a la injusticia”, planteaba hacia el final de “Memoria del mal, tentación del bien”.
En sus últimos años, alertó sobre las tendencias totalitarias en democracias contemporáneas, incluso mucho antes de Trump. Advirtió el avance de la xenofobia, la falta de pluralismo y la expulsión de los inmigrantes.
“En la sociedad actual estamos exagerando el miedo a los otros. Y ese terror a los que consideramos bárbaros nos convierte en bárbaros a nosotros. Este miedo a los inmigrantes, al otro, a los bárbaros, será nuestro gran primer conflicto en el siglo XXI”, anticipó.
El éxito de una vida entera, para él, se resumía al éxito en las relaciones humanas. El mayor desafío, quizá.