Tiene vozarrón de tanguero y una facha que delata su estirpe sensible (sí: se parece bastante a su viejo). Tute es Tute, Juan Matías Loiseau (44), el humorista gráfico que conmueve con sus tiras diarias en La Nación y en las redes sociales; y también es el hijo mayor del gran Caloi, mentor de Clemente y pilar de la historieta nacional. Por estos días, acaba de publicar "Diario de un Hijo" (Sudamericana), un libro entrañable, de gran belleza, que precisamente repasa el vínculo afectivo entre ellos, desde el nacimiento de Tute hasta la muerte de Caloi, en mayo de 2012. Una suerte de duelo dibujado, tan triste como luminoso, nacido de ese amor que juega entre sus manos.
- ¿Cómo fue el camino para hacer este libro? ¿Se puede dibujar desde el dolor?
- A este libro lo imaginé poco después de su partida y hasta llegué a bocetar muchas ideas en las servilletas de un barcito de Santiago de Chile, en un viaje por la Feria del Libro. Pero necesité que pasaran cuatro o cinco año para meterme en esas aguas y hacerlo. El final del duelo fue dibujado.
- ¿Y qué sentís ahora, que ya está publicado?
- Por un lado, la alegría de haber logrado un trabajo que me gusta. Y sentimentalmente es fuertísimo. Fue revivirlo un poco a mi viejo, nuestra historia. Galeano decía algo muy lindo sobre el verbo “recordar”: que etimológicamente quiere decir “volver a pasar por el corazón”. Mientras dibujaba y volvía a esos momentos con él, sentí la sensación física de estar recuperándolo. También es un lindo libro para mi hija Olivia, de seis años, que no conoció a su abuelo y podrá encontrarse con él a través de mi mirada.
- En "Diario de un Hijo" se da un juego narrativo muy simpático entre tres personajes: tu psicoanalista, tu inconsciente y vos. Y este inconsciente se la pasa refutando tus recuerdos.
- ¡Es verdad! El inconsciente aparece como un refutador de leyendas, de esos mitos propios que nos armamos. También es mi ladero y tutor en este camino del recuerdo. Haber encontrado este inconsciente para que me acompañara como una suerte de Virgilio por el infierno del duelo, me sirvió para dar con el tono del libro.
- Tus personajes siempre están dando vueltas en torno de preguntas muy concretas y respuestas existenciales, inasibles... ¿Qué te atrae de ese ejercicio reflexivo que es tan propio de tu estilo?
- El humor es pariente de la filosofía: busca interrogarnos, interrogarse internamente y analizar el mundo. Desde ahí laburo yo. También cuestiona los territorios establecidos por el poder, hace preguntas incómodas y, cada tanto, aporta alguna respuesta provisoria. “La filosofía rasca ahí donde no pica”, escuché alguna vez. El humor también.
- ¿Y esta función cuestionadora aparece siempre, aunque el dibujante no se dedique al humor político?
- El humor “es” político, siempre hay un trasfondo ideológico en lo que hacemos. Preguntarse por la felicidad o por la soledad es una actitud política.
- Es cierto eso... De hecho, Quino, que está muy presente en tu libro, ha dedicado la vida a hacer tiras profundamente políticas sin dedicarse a ese tipo de humor. Varias generaciones aprendimos de qué trataban la democracia y las dictaduras con sus tiras.
- Claro, Quino siempre aborda el tema del poder, aunque no haga un humor ligado a la agenda de los medios y los gobiernos.
- "Diario de un Hijo" también está atravesado por la militancia peronista de Caloi. ¿Es cierto que tu hermana, durante toda su infancia, pensó que el señor del cuadrito de tu casa -Perón- era su abuelo?
- (Se ríe) Mi hermana es de 1978 y creció pensando que su abuelo era Perón. Cuando éramos chicos, mis viejos, mis tíos, mis primos, todos eran peronistas, y eso atraviesa mi vida. Yo nací en mayo del 74, un mes y pico antes de la muerte de Perón, y me llamo Juan Matías por Juan Domingo. Todo está contado en el libro. También nuestro “exilio edípico” (risas otra vez), que no fue en el extranjero, sino en casa de mis abuelas, en Mar del Plata y Buenos Aires.
- ¿Hacés terapia? Se siente en tus tiras la influencia del psicoanálisis.
- Hago análisis desde la adolescencia. Entre el humor, la filosofía, la poesía y el psicoanálisis hay una comunicación permanente. Son disciplinas atravesadas por el valor de la palabra y su peso, lo que dice y esconde la palabra, el doble sentido...
- ¿Le gustó el libro a tu psicoanalista?
- Me felicitó, supongo que le habrá gustado. Y hasta me pidió que se lo dedicara... Fue un momento extraño, es una analista ortodoxa.
- ¿Hacés diván?
Sí, sí.
- ¿Te sentís cómodo?
- No, me siento incómodo (risas). Pero eso es lo bueno: el análisis que incomoda es el que funciona.
- ¿Cómo se conectan tus dibujos con la infancia?
- Con mucha naturalidad porque una de las primeras cosas que hice en la vida fue dibujar. Ahí pegadito con la palabra, todos nos ponemos a dibujar de chiquitos para comunicarnos. Aparte, el humor de autor siempre se produce desde la infancia. Dibujar es seguir jugando.
- ¿De qué está hecho el humor que hacés?
- Si rascás un poco, vas a ver que está hecho de melancolía, heridas, recuerdos. Mucho más de todo eso, que de alegrías. El humor no sólo sirve para hacer reír: es una herramienta para analizarlo todo y transformar la lágrima en otra cosa, como dice un amigo. Me pareció la síntesis perfecta de lo que es el arte.
- ¿Y en qué se transformaron tus lágrimas?
- En este libro, que puede ser un espejo para que otra persona se mire.
- Puede pasar que mirando este "espejo dibujado", alguien se movilice pasando su propio duelo. ¿Tuviste en cuenta eso?
- Sí, me gusta eso, y me aliviana. Me inquietaba quedar expuesto mostrando mi mundo y mi historia íntima. Pero después me dio tranquilidad comprender que la gente no me ve a mí en pelotas: se ve a sí misma. El arte es sanador y liberador de ambos lados del mostrador.
- Hablando de exposición, ¿cómo te llevás con las redes sociales?
- Me encanta subir un dibujo y ver la reacción inmediata. Cuando empecé en La Nación, hace veinte años, no había internet y tenía que ir todos los días a la redacción a entregar mi tira. Me topaba con algún comentario perdido en cartas de lectores o en la Feria del Libro. Todo muy solitario.
- ¿Te genera inconvenientes estar parado ideológicamente en un lugar distinto que el medio para el que trabajás?
- No, no pasa nada. A veces, algunos lectores me dicen cosas por las redes, son las reglas del juego. Hace poco estuve en la presentación del libro de Cristina, subí una foto y eso dividió aguas. Pero, bueno, cada uno tiene su ideología y hay temas que siempre dividen aguas en la sociedad, como la política y la religión.
- En Tutelandia, el programa de entrevistas que hiciste en 2015 para el canal de la UNTREF, les preguntabas a todos por el ego, dios y la muerte. ¿Qué representan para vos?
- El ego es algo que me interesa rastrear en mí mismo. Lo comparo con el colesterol: hay uno bueno y otro malo. El malo es el que te deja en un lugar de egoísmo respecto del mundo. Y el bueno, el que te da ánimo para confiar en vos. A mí, por suerte, me protegen mis dibujos, que son los que van al frente. Yo vengo atrás, más tranquilo.
- Dios...
- Es un tema complejo. De la religión, lo que más me interesa es la fe, y mi fe es poética. Confío en la poesía más que en el dogma. Además, la religión intelectualmente me parece una comodidad: si nos portamos mal, nos castigan; si nos portamos bien, tenemos el paraíso. Y dios es este señor -encima las religiones son machistas- que está esperándonos para que no nos hagamos cargo de nada.
- ¿Y la muerte?
- ¿¡Qué decir!? Como dice el Negro Dolina, la quiero lejos, la desprecio... Hay filosofías y culturas que la entienden de otra manera, pero a mí no me sale eso. Me parece siempre un final de fiesta indeseable.