El decrépito monasterio de piedra construido dentro del flanco de la colina, yace como un olvidado monumento a un horrible pasado. Lo mismo pasa con la deteriorada iglesia del otro lado de esta comunidad montañesa.
Más lejos, una grieta rebana la tierra, tan profundamente que al asomarse a ella, sólo se puede ver negrura. Obsesionante por su historia, fue ahí que un número no precisado de armenios fueron arrojados a su muerte hace un siglo.
“Los lanzaron a ese hoyo, a todos los hombres”, dijo Vahit Sahin, de 78 años de edad, sentado en un café en el centro de la comunidad, recitando historias que han sido transmitidas a lo largo de generaciones.
Sahin se dio vuelta en su silla y apuntó hacia el monasterio. “Ese lado era armenio”. Giró de nuevo. “Este lado era musulmán. Al principio, en verdad eran amigables entre sí”.
Hace cien años, en medio de la agitación de la I Guerra Mundial, esta aldea e incontables más a lo largo del oriente de Anatolia se convirtieron en campos de muerte, a medida que la desesperada dirigencia del Imperio Otomano, habiendo perdido los Balcanes y ante la perspectiva de perder igualmente sus territorios árabes, vio una amenaza más cerca de casa.
Preocupados de que la población armenia de fe cristiana estuviera planeando alinearse con Rusia, uno de los principales enemigos de los turcos otomanos, algunos funcionarios se embarcaron en lo que historiadores han llamado el primer genocidio del siglo XX: Casi 1.5 millones de armenios fueron muertos, algunos en matanzas como la de este lugar, otros en marchas forzadas al desierto sirio que los dejaron muertos de inanición.
El genocidio fue la mayor atrocidad de la Gran Guerra. Asimismo, sigue siendo el legado más amargamente disputado de ese conflicto, habiendo sido recibido por las autoridades turcas con 100 años de silencio y negación. Para armenios que sobrevivieron y sus descendientes, el genocidio se convirtió en uno de los marcadores centrales de su identidad, las heridas psíquicas transmitidas a lo largo de generaciones.
El centenario se conmemorará el 24 de abril, fecha en que los otomanos rodearon a un grupo de notables armenios en Estambul en 1915 como el primer paso en lo que, ahora coinciden historiadores, fue un mayor plan de aniquilación.
Armenios de Turquía y la diáspora se están preparando para reunirse en la plaza Taksim del centro de Estambul a fin de rendir homenaje a los muertos. Ellos también llevarán a cabo un concierto que presentará a músicos armenios y turcos.
Ceremonias similares serán efectuadas en capitales por todo el mundo, incluyendo Yerevan, la capital de Armenia, la misma que Kim Kardashian, quien es de ascendencia armenia, visitó hace poco con su marido, el rapero Kanye West, para poner de relieve el genocidio.
El gobierno turco reconoce que se cometieron atrocidades, pero afirma que ocurrieron en tiempos de guerra, cuando estuvieron muriendo muchísimas personas más. Oficiales niegan rotundamente la existencia de plan alguno para eliminar sistemáticamente a la población armenia, la definición de genocidio comúnmente aceptada.
Ankara no está participando en una sola de las conmemoraciones, ni parece que esté lista para cubrir las demandas armenias con respecto a una disculpa. Más bien, el mismo día del aniversario del genocidio, las autoridades turcas programaron una conmemoración centenaria de la Batalla de Galípoli, suceso que contribuyó a sentar las bases de la identidad turca de tiempos modernos.
El aniversario llega después de varios años en los que el gobierno turco parecía estar suavizando su posición. Con el florecimiento de nuevas organizaciones de la sociedad civil, el gobierno se volvió más tolerante de perspectivas de la historia que diferían de la versión oficial.
El año pasado, el Presidente Recep Tayyip Erdogan, al ofrecerles condolencias a los armenios, fue más lejos que cualquier líder turco lo había hecho al reconocer la dolorosa historia.
Sin embargo, a medida que el aniversario se ha aproximado, la situación ha recaído a patrones bien establecidos: negación turca, ira armenia y escasas señales de reconciliación.
En un país definido por sus divisiones, entre lo secular y lo religioso, rico y pobre, liberal y conservador, el legado del genocidio armenio es un tema unificador para los turcos.
Un sondeo de opinión conducido en fecha reciente por el Centro de Estudios de Economía y Política Exterior, organizaciones de investigación con base en Estambul, arrojó que solo 9% de los turcos creía que el gobierno debería etiquetar las atrocidades como genocidio y ofrecer disculpas por ello.
La osificada posición de Turquía, tan contraria a la academia histórica, es un legado de cómo se fundó la república turca después de la I Guerra Mundial. Bajo su fundador, Mustafá Kemal Ataturk, la sociedad aquí pasó por un proceso de “turquificación”: una proeza de ingeniería social fundamentada en un borrón del pasado y la negación de una historia multiétnica.
Las matanzas armenias fueron borradas de la historia del país, sólo para surgir para turcos ordinarios en los años 70 tras una campaña terrorista de los armenios en contra de diplomáticos turcos.
Incluso actualmente, libros de texto en Turquía describen a los armenios como traidores, se refieren al genocidio armenio como una mentira y dicen que los turcos otomanos tomaron “medidas necesarias” para contrarrestar el separatismo armenio. Una sala en el Museo Militar de Estambul está dedicada al sufrimiento de musulmanes a manos de los milicianos armenios.
Los hechos también se conocieron en su mayoría a medida que se iban desarrollando. Un titular del New York Times del 18 de agosto de 1915 gritaba: “Armenios Enviados a Perecer en Desierto”. Un encabezado de diciembre rezaba: “Un millón de Armenios Muertos o en el Exilio”.
Pero, incluso en ese momento, los turcos estaban fijando el lenguaje de la negación. Un turco, en una carta al editor publicada en el Times en octubre de 1915, escribió sobre las “mal llamadas” matanzas armenias. Es la misma descripción de la matanza empleada hoy en día por diarios progubernamentales en Turquía.
En el sureste de Turquía mayormente kurdo, una narrativa diferente -que es de reconciliación, disculpa y una evaluación honesta de un doloroso pasado- se está agotando.
Los kurdos, dijo Cengiz Aktar, escritor turco que ha desafiado la versión oficial de los turcos con respecto al tema, “estuvieron muy involucrados en el genocidio”.
Un hombre cincuentón de nombre Behcet Basibuyuk dijo que era de origen armenio y que su abuela había sobrevivido a las matanzas y había sido recibida por una familia local de musulmanes. Basibuyuk dijo sentirse orgulloso de su herencia, aunque a menudo es objeto de comentarios de mal gusto e insultos. “No se debería medir a la persona por sus orígenes o religión, sino por el tipo de persona que es”, dijo. “Sin embargo, aquí no se hace eso”.