Cuando visita las ruinas de la ciudad romana de Pompeya, en Italia, cerca de Nápoles y el volcán Vesubio -que sepultó Pompeya con una erupción en el año 79 de la era cristiana- por momentos el viajero se detiene ante alguna antigua mansión y recuerda que Pompeya era un sitio de veraneo para los romanos más ricos. Así es, el turismo -entendido como un viaje de placer o descanso- ya existía hace más de dos mil años.
La primera guía conocida en Occidente, “Descripción de Grecia”, fue escrita en el siglo II de la era cristiana por el geógrafo y viajero griego Pausanias.
Viajar por razones comerciales o religiosas era habitual en antiguas civilizaciones. Por caso, en Egipto, Persia y China. Cuatro mil años antes de Cristo, en Sumeria -un reino que estaba ubicado entre los ríos Tigris y Éufrates, en Asia Menor-, los buenos caminos hacían posible la costumbre de viajar. Otro testigo es la Ruta de la Seda que unía Constantinopla con Pekín: por ahí circulaban personas, nuevas ideas y tecnologías, como la porcelana y códices de papel que remplazarían a los pergaminos.
La construcción de caminos durante el Imperio Romano facilitó una manera de viajar -con coches de caballos y un sistema de postas y hospedajes- que se haría popular. La red romana tenía 160 mil km de extensión, cubriendo Europa y parte de Oriente Medio. El historiador griego Heródoto contó su deslumbramiento ante los caravanserai -postas típicas del Imperio Persa, en el actual Irán-, donde descansaban las caravanas de comerciantes y viajeros. Allí era posible darse un baño, dormir, comer y comprar las cosas más necesarias.
Tanto en Egipto como en China y Persia se conocían las “letras de cambio”, origen del cheque, para pagar las cuentas sin llevar dinero en efectivo. Los primeros bancos modernos nacieron en Italia en 1402, aunque para las agencias de viaje hubo que esperar a 1841, cuando el inglés Thomas Cook creó el primer paquete de viajes aprovechando el ferrocarril. De él también fue la idea del voucher para pagar anticipadamente las reservas de hoteles y restaurantes.
El Viajero opina que los orígenes del turismo quedan más claros atendiendo a ciertas palabras. Cuando hoy se habla de la hotelería se dice que es “la industria de la hospitalidad”. El primer gremio de hoteleros nació en Florencia (Italia) en 1282, para atender a los peregrinos. Hoy en Acre (Israel) se puede ver el Hospital de los Templarios, que data del siglo XII. Se trataba de un hotel, donde descansaban los monjes guerreros.
En la Europa medieval, los caminos no eran seguros pero los monasterios y las postas de correo funcionaban como hospedajes. Allí nació el concepto de hotel, en sentido moderno. La palabra de origen francés hôtel designa a estos establecimientos desde el siglo XVIII, aunque en Francia aludía al típico palacio aristocrático anterior a 1789 (hôtel particulier) y también al edificio sede de un municipio (hôtel de Ville).
En 1698, los cronistas de la época ya escribían que en París existía “un gran número de hoteles -alojamientos públicos donde uno alquila habitaciones- pero esta palabra se aplica también a las casas de los aristócratas”.
En 1150, el monje benedictino francés Aimery Picaud escribió en latín una guía del Camino de Santiago –“Liber peregrinationis”, incluida en el “Codex Calixtinus”–, una de las primeras guías turísticas europeas. Las guías modernas nacieron con el ferrocarril y la Revolución Industrial del siglo XIX.
En fin, turista es una palabra que deriva del inglés tourist, aplicada desde el siglo XVIII a aquellos viajeros europeos que -para completar su educación- hacían el Grand Tour por Italia para conocer la cultura clásica y renacentista. Desde entonces, primero con los barcos a vela y vapor, luego con el ferrocarril, los autos y aviones, viajar fue cada vez más sencillo. Es que en el turismo, cree el viajero, permanece aquella inquietud original por conocer nuevas tierras y culturas.