Los brazos en alto, el puño derecho apretado agitándose en el aire, la boca llena de gol, el golpe al cartel de un matutino y medio giro para fundirse en un abrazo interminable con Juanfi Garro, Pol Fernández, Leandro Fernández y el capitán Zuqui.
El protagonista de la secuencia es Fabrizio Angileri. Sí, el Turco que puso claridad en un momento de neblina. Porque en la fría tarde mendocina, cuando el cielo estaba totalmente encapotado y el Expreso no le encontraba la vuelta al planteo de Temperley, Gonzalo Díaz jugó con Pol Fernández y el ex Boca abrió el balón hacia la derecha, justo donde estaba el juninense, quien tuvo tiempo para perfilarse y sacar el zurdazo fuerte y chanfleado que Crivelli quiso rechazar con los puños, aunque no hizo más que asegurar el balón que, tras dar en el palo, fue a morir bajo el techo de piolas.
Para el portador de la camiseta número 21 del Expreso fue el bautismo de fuego en la red adversaria en Primera División. Y como si fuera un guiño cómplice del destino, el premio no sólo le llegó en el mejor momento de su carrera, sino que en el banco estaba nada menos que el Gato Oldrá, el hombre que jugó un papel fundamental para que él pudiese jugar en Godoy Cruz.
La historia fue así. Fabrizio Angileri, nacido hace 21 años (el 15 de marzo de 1994) comenzó su camino como futbolista en Escuela Deportiva Junín. Luego, jugó un año en las infantiles de San Martín y después, a pedido de Ramón Maddoni, desembarcó en Boca Juniors, donde alcanzó a jugar desde los 12 a los 14 años. Al llegar a la pre novena del Xeneize quedó libre. Entonces, no le quedó otra que volverse a su Junín natal y desde los 16 años está en Godoy Cruz gracias a la gestión de Daniel Oldrá.
“El Gato fue fundamental para que yo pueda jugar en Godoy Cruz. Con la mano en el corazón, es como si fuera un segundo padre para mi. Me aconseja en forma constante. Siempre le estaré agradecido”, le contó Fabrizio a Más Deportes en una nota tras su debut en Primera División, el 9 de febrero de 2013 en el 1-1 frente a All Boys en Floresta, cuando al bodeguero lo dirigía Martín Palermo.
Fue una época de enorme sacrificio. Para emprender los más de 100 kilómetros que hacía por día, Fabrizio se levantaba todos todos los días a las 6.30 de la mañana. Luego de desayunar, se tomaba el 184 de Empresa Maipú para ir a entrenar. Tras una hora y cuarenta minutos de viaje, se bajaba en la cantera del Tomba y caminaba hasta el Feliciano Gambarte.
Luego del entrenamiento, en la plaza de Godoy Cruz, volvía a tomarse el ómnibus que lo depositaba de regreso en Junín. Almorzaba, dormía una siesta y en época de clases iba al colegio en el turno noche, donde terminó de cursar el último año del polimodal (tercero) en la escuela técnica Amalia Godoy.
La rutina se repetía cada día, salvo cuando el equipo entrenaba en doble turno y el Turco se quedaba en la casa de su hermana Romina, en ciudad, donde vive actualmente. “Por suerte me pude comprar un auto y lo estoy pagando”, cuenta con la sencillez y humildad que lo caracteriza, esa con la que supo dar cada paso de su incipiente trayecto.
En la fecha 12 del torneo Final 2013, el Titán lo puso de titular en el 3-0 frente a Colón. Le tocó reemplazar nada menos que a Joselito Fernández y no sólo lo hizo con naturalidad, sino que además metió una asistencia para el tanto de cabeza de Castellani. En el Inicial 2013, sólo ingresó en 5 encuentros.
Al año siguiente, ya con Jorge Almirón en el banco de suplentes, no tuvo ni siquiera un minuto. Eso sí, la rompió en Reserva y, jugando como atacante, convirtió una parva de goles. Tras el alejamiento de Carlos Mayor y con el Gato en el banco para el tramo final del torneo de Transición, tuvo la oportunidad nuevamente.
Para el proceso de Gabriel Heinze fue clave. Incluso el DT lo reconoció como el futbolista de mayor crecimiento en el plantel. Ayer le dio la razón al Gringo.