De tunas y callejoneadas

Una flor y un porrón para recorrer la ciudad al son de versiones pícaras de famosas canciones.

De tunas y callejoneadas
De tunas y callejoneadas

Cuatro guitarras, nueve bandurrias, un violín, un violoncelo y una pandereta integraban la dotación típica con las que se encaraban las callejoneadas en los tiempos coloniales. A saber, la usanza había llegado obviamente, desde España. Fue por el 1218, año en que se fundó la universidad de Salamanca, cuando los estudiantes formaban cuadrillas o estudiantinas, que recorrían las calles al son de sus instrumentos, para divertirse o juntar dinero.

Volviendo a la historia mexicana, hay que decir que fue durante el período en el que Porfirio Días regía al país, cuando se volvieron populares. Sobrevino la revolución y, tras de 10 años de fuegos cruzados en una guerra fratricida, la tradición pervivió sólo en algunas ciudades. Guanajuato, es una de ellas. Allí, la costumbre ha seguido hasta la actualidad y es uno de los atractivos del patrimonio inmaterial de este destino turístico con todas las letras.

La música guía

"Venir a Guanajuato y no callejonear es como no haber estado nunca aquí", suele escucharse en las esquinas de la ciudad. Así es que, siguiendo esa recomendación, los turistas se apuntan para participar de alguna de ellas durante su estadía.

Vale describirlas como caminatas por los callejones y calles más pintorescas con las estudiantinas. El dato distintivo es que es la música la que guía los recorridos nocturnos mientras se aprecian edificios coloniales. Los jóvenes les aportan a estos paseos sonoros toda su gracia y su desenfreno. Sencillamente son noches de parranda en las que suenan divertidas versiones de canciones populares. El tuno, es el que con su gracia, comanda la fiesta movediza.

Apenas despunta la luna, la cita es en el Teatro Juárez, donde la tuna (nombre que se le da a la estudiantina) aguarda. Munidos ellos de sombreros tradicionales y porrones (ojo que no son de cerveza, sino que en México les dicen así a las botellas tradicionales de vino), y ellas con una flor en la mano, los turistas se integran sin problemas al grupo de estudiantes y se disponen a llegar a plazoletas renombradas e inclusive al archi conocido callejón del beso (ver recuadro).

Una ciudad que vale la pena

Colonial y Patrimonio de la Humanidad según la Unesco, dos descripciones que sirven para tentar a cualquier viajero y que están presentes en la capital del Estado de Guanajuato. Plazas con cafés al aire libre, monumentos históricos, teatros y mercados marcan el talante de su centro histórico, lo mismo que sus callejones empedrados.

Los relatos que han pasado por abuelos, padres e hijos de varias generaciones son muy importantes en este punto mexicano. Tanto es así, que existe un museo que las recrea. La casa de las leyendas deja ver los sitios reproducidos en maquetas a escala donde tuvieron lugar esas historias de tiempos inmemoriales.

Mina de la serpiente, Panteón de las Ánimas y Cuento de los tuzos, algunas de ellas. Por otra parte, la casa natal de Diego Rivera, devenida complejo museístico, es otra de las recomendaciones. Finalmente vale mencionar al de las momias, que exhibe más de 100 que se han sido encontradas en excavaciones y se han conservado en buen estado por las características del suelo.

Se trata de una histórica ciudad minera, y es la Valenciana la más importante. La razón: su riqueza en plata. Durante mucho tiempo el 30% de la producción de ese metal del mundo provenía de allí. Hay visitas turísticas que llevan a su interior.

La nota gastronómica está dada por la cocina regional del Bajío. De viaje por Guanajuato no hay que privarse de probar  las enchiladas mineras (tortillas rellenas de carne, frijoles o queso y cubiertas con una salsa de chile guajillo y chile ancho) y las pacholas guanajuatenses (carne molida con especias).

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