Con seguridad no soy el único a quien le parece extraño que la dirigencia republicana pierda la cabeza (con toda razón) por la forma en que el presidente Donald Trump ha traicionado a los kurdos de Siria, pero no haga nada con respecto a la afrenta interna del presidente contra la Constitución estadounidense. Si tan solo Lindsey Graham y sus secuaces saltaran a defender nuestra democracia con la misma presteza que a los kurdos. Pero bueno, ese es otro tema.
Si alguien cree que la orden del presidente Trump de retirar tropas estadounidenses de Siria hará más explosiva la situación en Medio Oriente, está en lo correcto. Claro que la situación va mucho más allá. Esos soldados también ayudaban a bloquear los avances de Irán en la construcción de un puente terrestre entre Teherán y Beirut con el que pretende apretar más el lazo para asfixiar a Israel, así que retirarlos podría contribuir a que estalle la incipiente guerra entre Irán e Israel. Hoy en día, esta es la noticia de verdadera importancia sobre el Medio Oriente.
Veamos cómo llegamos a este punto. En las primeras horas del 14 de septiembre, la fuerza aérea iraní desplegó unos veinte drones y misiles de crucero hacia uno de los campos petroleros e instalaciones de procesamiento más importantes de Arabia Saudita. Los drones y misiles de crucero volaron tan bajo y evadieron la detección con tal éxito, que ni el radar saudita ni el estadounidense registraron su despegue ni el ataque inminente.
Algunos estrategas israelíes argumentan que este ataque sorpresa podría ser el “Pearl Harbor” de Medio Oriente. ¿Acaso exageran? Quizá no. Quienquiera que haya sido la mente maestra de Irán que concibió la idea de este aventurado ataque aéreo, de seguro acaba de recibir un aumento de salario significativo. No podría haber resultado mejor. Ahora, en todas las capitales árabes y en Israel se escucha la misma palabra que nuestros asistentes automáticos de conducción repiten sin cesar cuando el automóvil se desvía de repente de la ruta planeada: “Recalculando, recalculando, recalculando”.
Todos esos países en este momento recalculan su estrategia de seguridad, en especial Israel. No es para menos, en vista de la forma en que Uzi Even, miembro del grupo de científicos que fundaron el reactor nuclear de Dimona en Israel, explicó el ataque iraní: “Se utilizaron en total veinte misiles de crucero y drones en el ataque”, escribió Even en Haaretz el domingo. “Los restos de los drones descubiertos en Arabia Saudita muestran que los iraníes ahora fabrican y operan drones tan avanzados (con motores de jet y capacidades significativas para evitar su detección) que están a la par de Israel en este campo. Diecisiete blancos recibieron un impacto directo en este bombardeo concentrado. Si pensamos que en el lugar del ataque se encontraron restos de 20 proyectiles, estamos hablando de una tasa de éxito del 85%, lo cual indica que las funciones empleadas son muy sofisticadas y la tecnología es muy confiable”.
Even añadió que las fotografías tomadas después del suceso “muestran la precisión lograda en el ataque. Cada uno de los tanques esféricos de gas que aparecen en la fotografía recibió un impacto justo en el centro. La fotografía también muestra que la precisión del ataque fue de un metro. [...] Los iraníes, o sus aliados, demostraron que pueden alcanzar blancos específicos con una enorme precisión y desde una distancia de cientos de kilómetros. Debemos aceptar el hecho de que nos encontramos en una posición vulnerable ante este tipo de ataques”.
Even concluyó lo siguiente: deberían suspenderse las operaciones “en el reactor nuclear de Dimona en Israel. Ha quedado demostrado que es vulnerable, y los daños que podría ocasionar superan por mucho sus beneficios”.
No fue un mal día de trabajo para Irán; peor aún, Israel ni siquiera era el blanco. Ahora analicemos la postura de los árabes. Para los sauditas y los Emiratos Árabes Unidos, el ataque iraní fue un golpe doble. No solo hizo evidente la precisión de Irán, sino que dejó al descubierto que Trump ha decidido aislarse.
De seguro, cuando los sauditas se comunicaron con Washington para dialogar con Estados Unidos acerca de la respuesta estratégica que planeaba, lo que menos esperaban era el balde de agua helada que recibieron al descubrir que el presidente estadounidense estaba muy ocupado buscando el número de teléfono del presidente de Irán, Hassan Rouhani. Le preocupaba saber si podían llegar al mismo acuerdo que concretó con el dictador de Corea del Norte, Kim Jong-un: una foto de nuestro apretón de manos y entonces hablamos.
El mensaje de Trump a los árabes del golfo, traducido al árabe, fue: “Ah, por cierto, se me olvidó decirles. Solo me interesa venderles armas, no usarlas para defenderlos. ¡Pero no olviden hospedarse en mi hotel la siguiente vez que visiten Washington D.C.! Los operadores están en espera”.
Pues bien, tanto los sauditas como los EAU recibieron el mensaje. Decidieron conseguir también el número telefónico del líder iraní y, ya de paso, el del emir proiraní de Catar. Llegó la hora de hacer las paces con los vecinos.
A su vez, esta reacción ha causado una fractura en la coalición tácita entre Estados Unidos y los sunitas y Arabia e Israel para enfrentar a Irán, por lo que Israel ahora está más solo que nunca para lidiar con ese país... y los aliados que tiene en Líbano, Siria e Irak.
Porque el primer ministro israelí Bibi Netanyahu también recibió una cubetada doble que le demostró qué significa en realidad tratar con Trump. Después de los malos resultados de Netanyahu en las elecciones israelíes más recientes, Bibi descubrió cuánto le molestan a Trump los perdedores. Cuando le hicieron una pregunta sobre Bibi después de las elecciones israelíes, Trump dijo con desdén que no había hablado con él y que “nuestra relación es con Israel”. Traducido al hebreo, Trump dijo: “¿Bibi? ¿Bibi? Una vez conocí a un tipo que tenía una tienda en la esquina de Lexington y la 55... Sí, se llamaba Bibi”.
Por si fuera poco, tras el ataque iraní contra Arabia Saudita, en un comentario con respecto a una posible guerra con Irán, Trump declaró: “Claro que nos gustaría evitarla”. Traducido al hebreo, otra vez, el presidente dijo: “Estados Unidos no tiene ningún problema de mantener las sanciones petroleras contra Irán, pero no planea colaborar con Israel y los árabes sunitas para crear un cambio de régimen en la región ni usar su fuerza militar para destruir capacidades de Irán”.
Bibi había malinterpretado por completo las intenciones de Trump, que en realidad pensaba: “Nos sobran petróleo y gas. No vamos a pelear la guerra de nadie más en Medio Oriente”. En cambio los iraníes, que ni siquiera tienen una embajada en Washington, son capaces de leer a Trump a la perfección.
Recalculando, recalculando, recalculando.
Los árabes del golfo pueden encontrar la manera de comprar a los iraníes, y justo eso harán. Israel no tiene esa opción. Israel tiene un verdadero problema con Irán. Cuidado. El régimen de Irán es terrible. Sus dirigentes religiosos han privado por lo menos a dos generaciones de iraníes jóvenes de la libertad y las herramientas necesarias para que desarrollen su potencial al máximo; por esa razón, la fuga de cerebros y las adicciones son tan comunes entre los jóvenes de Irán.
Los ciudadanos de Irán “aspiran a ser como Corea del Sur (y tienen suficiente talento para lograrlo); en contraste, los líderes inflexibles del país prefieren gobernar como en Corea del Norte”, advirtió Karim Sadjadpour, experto en Medio Oriente de la organización Carnegie Endowment.
Así que los revolucionarios islámicos de Irán necesitan estar en conflicto constante con Estados Unidos e Israel para justificar su despiadada represión interna. Sin embargo, Irán es heredero de una gran civilización y, a pesar de la fuga de cerebros, cuenta con un enorme talento científico.
Irán ahora intenta encerrar un poco a Israel entre milicias aliadas como Hezbolá, en Líbano, Siria e Irán Occidental, armadas con misiles de precisión dirigidos. La palabra “precisión” es muy relevante. Durante la guerra de 2006 entre Hezbolá e Israel, el primero, con armamento iraní, tuvo que lanzar muchos cohetes al azar, sin dirección, tierra-tierra y de rango limitado, con la esperanza de dañar en algún momento un blanco israelí, en la mayoría de los casos en la zona norte del país. Lo mismo ocurrió con Hamás en Gaza.
No obstante, desde 2016, Irán ha transferido equipos a Hezbolá para convertir sus cohetes ciegos en misiles de precisión dirigidos, como los que dañaron a la perfección las instalaciones petroleras sauditas. No se sabe a ciencia cierta cuántos tiene Hezbolá en este momento, pero con solo 150 podría acabar con todos los blancos militares y económicos de importancia en Israel, incluidos puertos, aeropuertos, plantas eléctricas, el reactor nuclear, la fábrica de chips de Intel y su red de empresas de software y tecnología. Podría dejar a Israel paralizado.
En vista de todo esto, Israel ha dado dos señales claras a Hezbolá y a Irán. En primer lugar, les ha indicado que, en respuesta a cualquier ataque con misiles, Israel lanzará un bombardeo concentrado en vecindarios del Líbano donde viven las familias de Hezbolá y donde fabrican los misiles, hasta que solo queden escombros, como ocurrió a pequeña escala en 2006. Además, en ese caso la economía libanesa sería un daño colateral.
En segundo lugar, Israel ha dado a entender que organizaría un ataque directo a Teherán, ya sea con misiles de precisión de largo alcance lanzados desde Israel, u otros lanzados desde submarinos en el golfo Pérsico, con el siguiente mensaje: “Cada vez que Tel Aviv sea blanco de sus aliados, atacaremos a Teherán. No podrán esperar con calma a que termine esta guerra. Tampoco harán más locuras que nosotros”.
En conclusión, el Medio Oriente quizá parezca tranquilo por el momento, pero solo se trata de una ilusión. Todos están recalculando: los iraníes están envalentonados; los árabes, asustados; en cuanto a Israel e Irán, bastará un solo movimiento mal calculado para que se suman en una guerra de misiles de precisión que no le conviene a ninguno de ellos.