La decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de dejar de lado el programa iniciado por su antecesor, Barack Obama, sobre el calentamiento global, constituye un retroceso en los esfuerzos por proteger la calidad de vida de los habitantes del mundo en las próximas décadas.
Afortunadamente, tanto la Unión Europea como China han decidido continuar en la búsqueda de bajar los efectos de los gases que generan el efecto invernadero, lo que permite morigerar en parte los problemas nocivos.
El republicano decidió eliminar el programa de Obama, al firmar el decreto que reactiva la industria del carbón e impulsa la producción de centrales térmicas, en nombre de la creación de empleo. El ex presidente había dispuesto un plan denominado “energía limpia”, que imponía a las centrales térmicas un 32% de reducción de sus emisiones de CO2 para 2030, que hubiera representado el cierre de numerosas centrales de carbón, las más antiguas y a la vez más contaminantes. Esas centrales generan un tercio de la electricidad del país, pero, a su juicio, Trump considera que esa decisión "está matando empleos", aunque la gran mayoría de los expertos duda de que se generen nuevos puestos de trabajo, en razón de que la decadencia del carbón está vinculada al alza de los costos de explotación y al crecimiento de la competencia del gas natural.
La preocupación por el calentamiento global no es nueva y podríamos hacer mención al Protocolo de Montreal de 1987, destinado a proteger la capa de ozono, planteándose la necesidad de establecer medidas más drásticas contra el gas que se utiliza en frigoríficos y aires acondicionados. Se estimaba que con esa medida se podría evitar el nivel de calentamiento en 0,5 grados hasta fines de siglo. En 1997, e impulsados por la ONU, los países suscribieron el Protocolo de Kyoto, cuyo objetivo era reducir los efectos de seis gases. El mismo entró en vigor en 2005 y 187 países suscribieron el acuerdo. Sin embargo, el convenio no fue ratificado ni por China ni por Estados Unidos. El país asiático adujo que consideraba injusto que frenaran su incipiente crecimiento industrial y Estados Unidos respondió por su parte que no aceptaría el protocolo hasta que China hiciera lo propio.
Diez años después se suscribió el Acuerdo de París, estableciéndose medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero “a través de la mitigación y adaptación de los ecosistemas”, acordando que su aplicación se producirá a partir de 2020. La intención es reducir las emisiones de gases en un porcentaje aproximado al 5% en comparación con las emisiones de la década del ’90. La importancia del acuerdo radicaba en el hecho de que tanto China como Estados Unidos, a través de sus presidentes, se comprometieron a respetar el acuerdo alcanzado. Donald Trump no se ha expresado públicamente respecto del Acuerdo de París, pero no quedan dudas de su actitud respecto de la utilización de carbón para la generación de energía.
Afortunadamente los demás países, encabezados nada menos que por China y la Unión Europea, se han posicionado como los abanderados de la lucha contra el cambio climático, “con o sin Estados Unidos”, lo que generó un alivio entre los defensores del medio ambiente, mientras el presidente ruso Vladimir Putin se limitó a señalar que “no juzgaría” a Trump por la actitud asumida.
Es de esperar que la reacción internacional y el posicionamiento adoptado tanto por la Unión Europea como China hagan recapacitar a las autoridades de Estados Unidos y generen el necesario cambio de actitud del presidente Trump, más aún cuando el propio Barack Obama señalara que la decisión del actual presidente representa un “rechazo al futuro”.