Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times © 2016
Me ha llevado algún tiempo conseguir precisar con exactitud qué etiqueta política describe mejor a Donald Trump mientras acaba su campaña presidencial gruñendo y espetando. Creo que por fin la tengo: Donald Trump es un “extranjero legal”.
Es correcto, el hombre que ha pasado el último año despotricando en contra de esos ruines “extranjeros ilegales” que supuestamente están provocando el caos en nuestro país, resulta ser un extranjero legal; alguien que nació en Estados Unidos, pero cuyos valores son completamente extraños a todo lo que ha hecho que este país sea grandioso.
¿A quién conocen que haya denigrado a inmigrantes, discapacitados, musulmanes y mexicanos; que haya despedazado todos nuestros tratados comerciales recientes; que haya organizado una campaña fraudulenta diciendo que nuestro presidente no nació en este país; que haya insultado todo el proceso de la elección presidencial al contender para el cargo más elevado sin mínimamente haberse preparado; que haya alardeado de haberle manoseado los genitales a algunas mujeres; que haya denigrado a nuestros aliados de la OTAN; que haya elogiado al presidente dictatorial de Rusia y lo haya alentado a piratear los correos electrónicos del Partido Demócrata; que haya prometido enjuiciar a su rival de campaña si sale elegido; que haya amenazado con contener a la libertad de prensa; que haya sugerido que los activistas por el derecho a las armas podrían tomar la ley en sus propias manos si gana Hillary Clinton; que haya insultado a los padres de un héroe de guerra caído en Irak; al que 11 mujeres han acusado de acoso sexual o de otros avances físicos desagradables; que haya buscado debilitar al sistema electoral de Estados Unidos al decir, sin ninguna evidencia, que está tan “amañado” que, si perdiera, no puede prometer reconocerlo, y que lo han citado por mentir sobre más cosas, más veces, en más formas, en más días, que cualquier aspirante presidencial en la historia?
Este cóctel de actitudes y comportamientos tóxicos es totalmente extraño a cualquiera que se haya postulado alguna vez para la presidencia; y por buenas razones. Sin embargo, eso es lo que es Trump. La gran interrogante ahora es: ¿quiénes somos los demás?
1) El pueblo estadounidense. ¿Quiénes somos? Con optimismo, una abrumadora mayoría aplastará a Trump en las urnas y enviará el mensaje de que a él es a quien se necesita deportar moralmente, con una vía de retorno a la corriente dominante estadounidense solo si cambia sus costumbres.
Si Trump pierde y decide empezar una compañía de medios -una especie de Trump Ink- para seguir inyectando su veneno conspirativo en las venas de la política estadounidense y aterrorizando a los republicanos moderados, pagará muy caro. Trump Ink oscurecerá a Trump Inc.
Ya hay una miríada de reportes de personas que evitan ir a los hoteles y campos de golf de Trump debido a su comportamiento venenoso. Recientemente, el PGA Tour cambió el torneo que realizaba desde hace mucho en el campo Doral de Trump, en Miami, a uno en ¡México!
2) El Partido Republicano. ¿De quién es este partido? casi todos sus dirigentes han decidido apoyar a Trump porque aman más a su trabajo (y al partido que los sostiene) que a su país. ¿Si pierde Trump, la dirigencia del Partido Republicano tratará de perseguir a esa gran porción de su base que se fue con Trump y convertirse en un partido de la derecha en internet o esta fractura en el Partido Republicano y los conservadores decentes se irán a formar uno nuevo y saludable?
Estados Unidos necesita desesperadamente un partido sano de centro derecha que abrace al arcoiris completo de la sociedad estadounidense; que promueva soluciones basadas en el mercado para el cambio climático, que celebre arriesgarse por la distribución; que impulse tener un gobierno más reducido; que expanda el comercio que beneficia a los más, pero cuida a quienes resultan afectados; que invierta en infraestructura, ofrezca reformas fiscales y se libere de la policía de las ideas derechistas, como Fox News, Rush Limbaugh y Grover Norquist, que han evitado que el Partido Republicano se comprometa y sea el partido gobernante.
3) El Partido Demócrata. ¿De quién es este partido? En verdad, el movimiento de Bernie Sanders fracturó al Partido Demócrata casi tanto como Trump hizo con el Partido Republicano, pero la necesidad predominante de derrotar a Trump ha pegado temporalmente esa fisura.
Si Clinton gana, esa fisura se reabrirá rápidamente y se tendrá que responder a algunas cuestiones básicas: ¿Los demócratas apoyan cualquier expansión del comercio? ¿Los demócratas creen en el uso probo de la fuerza? ¿Creen que quienes se arriesgan a crear empleos en Estados Unidos son un motor para hacer dinero que debe soltarse o que son una amenaza a la que solo hay que regular y gravar? ¿Creen que necesitamos expandir las redes de seguridad para atrapar a quienes se rezagaron en esta era de cambios acelerados pero también de control de beneficios para que sean sostenibles?
¿Cómo procesa el Partido Demócrata el hecho de que si mientras Trump es un extranjero legal sus partidarios no lo son? Son nuestros vecinos. Necesitan que se los escuche y, donde sea posible, que se los ayude. Sin embargo, también es necesario cuestionarlos para que aprendan con mayor rapidez y tomen buenas decisiones porque el mundo no se desacelera para esperarlos.
En resumen: estamos en medio de un cambio tecnológico general. Está cambiando a cada empleo, centro de trabajo y comunidad. El gobierno puede ayudar, pero no hay arreglo rápido, y muchísimo más va a depender de lo que Reid Hoffman, un cofundador de LinkedIn, llama “la empresa emergente de ti”. Cada quien necesita un plan para tener éxito hoy.
Si la centro izquierda y la centro derecha pueden juntarse con programas para ayudar a que cada estadounidense saque el máximo provecho de este mundo y amortigüe lo peor nos irá mucho mejor a todos. Sin embargo, entre más nos dividamos tribalmente, el sueño estadounidense se volverá cada vez más un concepto ajeno a todos nosotros.