A la manera de lo que hiciera Richard Nixon en 1972, visitando la República Popular China, entonces gobernada por Mao Zedong, Donald Trump dio unos pasos pequeños pero de una importancia histórica monumental, en Corea del Norte.
Se trata del primer presidente estadounidense en reunirse con un mandatario norcoreano en territorio de aquel país. Que aún está técnicamente en conflicto desde 1950, ya que la Guerra de Corea nunca terminó.
Se firmó un armisticio en 1953 entre Corea del Sur y su vecino del norte, una paz frágil que cada cierto tiempo amenazaba con romperse.
Una de las últimas ocasiones fue al comienzo del mandato de Trump, donde éste, con su particular estilo, lanzó continuos ataques vía Twitter contra su ahora amigo, Kim Jong Um.
El desarrollo nuclear norcoreano preocupa a toda la región, incluso a China, que prefiere no tener un factor desestabilizador, inestable e impredecible en su “patio trasero”.
Haciendo un poco de historia, Nixon, gracias a las acciones de su Consejero de Seguridad Nacional Henry Kissinger, estableció relaciones diplomáticas con China en 1972.
Aprovechándose de la ruptura de las relaciones sino-soviéticas durante los años sesenta, Nixon ganó para los Estados Unidos un nuevo aliado en el marco de la Guerra Fría, paradójicamente, un Estado comunista.
Nixon además se reunió con el por entonces Primer Ministro chino, Zhou Enlai, manteniendo varias reuniones y visitando lugares emblemáticos del país.
Las consecuencias inmediatas de la visita fueron el establecimiento de relaciones diplomáticas, aceptando el postulado oficial de Una sola China.
Si bien, el gobierno estadounidense siguió reconociendo a Taiwan hasta 1979, cuatro años después de la muerte de Chiang Kai-Shek, aliado norteamericano y líder histórico de la oposición al Partido Comunista chino, este hecho fue considerado por muchos como el puntapié inicial a la apertura china al mundo.
Luego vendría la muerte de Mao y los años de Deng Xiaoping, quien avanzó hacía una reforma de capitalismo controlado por el Estado obteniendo un éxito monumental. Su tan repetido axioma sobre la importancia de que el gato cace ratones sin importar su color, sirve para comenzar a entender a China.
Lo que en los años de la Guerra Fría debía hacerse con meses o incluso años de trabajo diplomático en las sombras, y que necesitaba de la habilidad de una muñeca política como la de Kissinger, hoy puede concretarse mediante un tweet presidencial.
Parece haberse forjado una relación particular entre Trump y Kim desde aquellos tweets del neoyorquino donde trataba al coreano de “hombre cohete” o lo acusaba de “demente”. Pasaron a regalarse elogios mutuos y a charlas privadas de casi una hora, lo cual no es poco ni nada desdeñable en los niveles de la alta política. Kim habló de una “gran amistad” y se mostró sorprendido por la visita de su homólogo.
En el contexto de la Guerra Comercial entre China y Estados Unidos, el presidente del gigante asiático, Xi Xinping, ha aprovechado para pedirle a Trump que alivie las sanciones económicas contra Corea del Norte. Pidiendo además aprovechar “las circunstancias favorables” para avanzar hacía un desarme nuclear.
Paradójicamente, un éxito del gobierno estadounidense en Corea también podría anotarse como una victoria para China. Le aportaría una estabilidad mayor a la región, y sería un problema menos del cuál Xi debería ocuparse mientras intenta aumentar influencia sobre el resto del globo.
Quienes conocen al presidente norcoreano aseguran que es fanático de Hollywood y un ávido consumidor de la cultura pop occidental. Su amistad con el excéntrico basquetbolista Denis Rodman fue objeto de sátiras en los Estados Unidos y el resto de occidente durante mucho tiempo.
En un giro casi surrealista, nadie podía suponer que podía llegar a ser el paso previo a entablar una relación con Trump que podría cambiar el futuro de la región para siempre.
En su discurso del estado de la Unión de comienzos de este año, Trump dijo que terminará de una vez con las “guerras sin fin”.
Se espera que salgan medidas concretas ya que en su penúltimo encuentro, en Singapur, solo hubo vagas alusiones a la desnuclearización de la península coreana. Luego, en Hanoi, tampoco hubo avances concretos y ambos hablaron de “contratiempos” a pesar de que Kim había declarado que se encuentran a las puertas de una “situación extraordinaria”.
La administración de Trump tiene como uno de sus objetivos principales ponerle fin a la guerra de Corea.
Una de sus exigencias fue que Kim Jong-un diera por finalizado su tan publicitado programa nuclear.
Otra, que comience una agenda de reformas económicas similar a las de países también gobernados por un régimen de Partido Comunista único como Vietnam o la misma China. Sus pares asiáticos experimentaron desde hace varias décadas una apertura económica sin precedentes. Trump les ha prometido que podría acercarlos al éxito de su par del sur.
El presidente de Corea del Sur, Moon Jae-In, se reunió con Trump previo a la cumbre de este con Kim. Se ha mostrado entusiasmado y declaró a la prensa que el encuentro entre ambos supone que los dos países declararon “el final de las relaciones hostiles y el inicio de una era de paz”.
El norteamericano merece crédito por ser el primer presidente desde Dwight Eisenhower en tener posibilidades reales de terminar con la guerra.
Este podría ser el logro más importante de su mandato en materia de política internacional. Sólo comparable en magnitud con aquella visita de Nixon a China en el 72.