En la presidencia de Donald Trump, que antepone los intereses de Estados Unidos por sobre cualquier otra cosa, ¿dónde quedan los derechos humanos?
La negativa de Trump a presionar públicamente a Arabia Saudita para que esclarezca lo sucedido con el periodista Jamal Khashoggi renueva viejos interrogantes sobre su política exterior.
En sus tratos con Rusia, con Asia y, esta semana, con el Medio Oriente, Trump a menudo parece más cómodo restando importancia a posibles abusos de los derechos humanos y al liderazgo moral de Estados Unidos en ese terreno. Y sus acciones y sus palabras pueden responder a consideraciones económicas o de seguridad.
En una entrevista, Trump reiteró que la familia real saudita había negado papel alguno en la aparente muerte de Khashoggi y dio a entender que confiaba en su palabra.
"Hablé con el príncipe heredero. Me dijo que él y su padre no sabían nada. Y eso fue muy importante", expresó Trump. Comparó las sospechas de que Khashoggi fue asesinado en el consulado turco en Estambul, como afirman las autoridades turcas, con las denuncias de abuso sexual que recayeron sobre el juez de la Corte Suprema Brett Kavanaugh durante su proceso de confirmación. En ambos casos, planteó, fueron considerados "culpables hasta que demostrasen lo contrario".
No muchos líderes estadounidenses osarían tildar a Arabia Saudita de inocente. Esa nación se involucró en una sangrienta guerra civil en Yemen, en la que han muerto miles de civiles y que exacerbó una hambruna que ya de por sí había causado numerosos decesos. A nivel interno, la monarquía regula estrictamente la libertad de expresión y dispone cómo se debe vestir la gente. Sus servicios de seguridad, por otro lado, han sido acusados de torturas.
Trump no ha mostrado interés alguno en pedir rendición de cuentas al reino sobre Khashoggi, ni en cuestionar al presidente ruso Vladimir Putin en torno a algunos asesinatos o al líder norcoreano Kim Jong Un en relación con los presos políticos.
En situaciones en las que otros presidentes de Estados Unidos, de ambos partidos, promovieron los valores y los ideales del país –por más que sus acciones no los reflejasen–, Trump rara vez aprovechó la ocasión para hacer lo mismo. Por el contrario, dice lo que otros jamás dirían y apoya abiertamente las concesiones que hace en beneficio de los intereses nacionales.
"No vamos a darle la espalda a Arabia Saudita. No quiero hacer eso", declaró esta semana a Fox Business News.
Trump dejó en claro que le da prioridad a la economía del país por sobre consideraciones morales.
"No quiero impedir que enormes cantidades de dinero lleguen a nuestro país", afirmó la semana pasada. "Sé que hablan de distintos tipos de sanciones, pero (los saudíes) están gastando 110.000 millones de dólares en equipo militar y en cosas que generan empleos en este país. No me gusta la idea de frenar una inversión de 110.000 millones de dólares en Estados Unidos".
Puertas adentro
Empleados de la Casa Blanca dicen que Trump a veces se muestra renuente a criticar a ciertos líderes mundiales en público –como cuando no contradijo a Putin en su encuentro en Helsinki–, pero sí está dispuesto a transmitir mensajes más fuertes a puertas cerradas.
Aseguran que eso fue lo que hizo con Kim y con el egipcio Abdel Fattah el-Sisi, dos gobernantes autoritarios que terminaron liberando estadounidenses que estaban presos en sus países.
La política de Trump, no obstante, no le cae bien ni siquiera a algunos de sus aliados republicanos en el Congreso. Su partido promovió por años la noción de que Estados Unidos tenía la obligación de impulsar sus valores y los derechos humanos, e incluso de intervenir cuando esos valores eran cuestionados. Algunos correligionarios exhortan a Trump a que no abandone esa postura.
"Nuestra política exterior debe girar en torno a ciertos valores", afirmó el senador republicano John Kennedy.
Trump niega preferencia alguna por dictadores, pero deja flotando la sensación de que el liderazgo de Estados Unidos no va más allá de sus fronteras.
Las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudita son complejas. Las dos naciones tienen vínculos militares, económicos y en temas de energía e inteligencia. El gobierno de Trump ha buscado con énfasis el apoyo de los sauditas a su política hacia el Medio Oriente de contrarrestar la influencia iraní, combatir el extremismo y tratar de impulsar un acuerdo de paz entre Israel y los palestinos.
El gobierno de Trump da mucha importancia a la estrecha relación que forjaron el yerno del mandatario Jared Kushner y el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman, quienes mantienen contactos frecuentes. A pesar de apoyar una prohibición al ingreso de personas provenientes de países con mayoría musulmana, el primer viaje de Trump al exterior como presidente fue a Arabia Saudí.
Amenaza por la inmigración
La caravana de hondureños hacia Estados Unidos activó nuevamente la retórica del presidente Donald Trump antiinmigración. Ayer, enterado de que son entre 1.500 y 3.000 hondureños los que pretenden ingresar a su país, el mandatario amenazó por Twitter con cerrar la frontera con México.
"Debo, en los más fuertes términos, pedir a México que frene esta embestida y si es incapaz de hacerlo, llamaré al Ejército y cerraré nuestra frontera sur", escribió. Trump amenazó con suspender la firma del nuevo tratado comercial con México y Canadá.