Tristes alegrías

Tristes alegrías

De los relatos de Osvaldo Soriano “El reposo del Centrojás” está entre los que más me gustan. Narra la historia de Obdulio Varela, conocido como el “Negro Jefe”, capitán de la Selección uruguaya que protagonizara la que probablemente sea la hazaña más notable de la historia del fútbol mundial: el Maracanazo, la obtención de la Copa del Mundo en la final contra Brasil.

El texto, basado en una entrevista realizada en 1972, es una muestra de espíritu de liderazgo, superación, integridad pero, sobre todo, de humanidad. Varela rememora sus impresiones al terminar aquel épico partido.

“En Brasil había duelo. Los cajones de cañitas flotaban en el mar. Era una desolación. Esa noche fui con mi masajista a recorrer unos boliches para tomar unos chops y caímos en lo de un amigo. No teníamos un solo cruzeiro y pedimos fiado. Nos fuimos a un rincón a tomar las copas y desde allí mirábamos a la gente. Estaban llorando todos. Parecía mentira: todo el mundo tenía lágrimas en los ojos. De pronto veo entrar a un grandote que parecía desconsolado.

Lloraba como un chico y decía: “Obdulio nos ganó el partido”, y lloraba más. Yo lo miraba y me daba lástima. Ellos habían preparado el carnaval más grande del mundo para esa noche y se lo habíamos arruinado. Según ese tipo, yo se lo había arruinado. Me sentía mal. Me di cuenta de que estaba tan amargado como él. Hubiera sido lindo ver ese carnaval, ver cómo la gente disfrutaba con una cosa tan simple. Nosotros habíamos arruinado todo y no habíamos ganado nada. Teníamos un título, pero ¿qué era eso ante tanta tristeza? Pensé en el Uruguay. Allí la gente estaría feliz. Pero yo estaba ahí, en Río de Janeiro, en medio de tantas personas infelices. Me acordé de mi saña cuando nos hicieron el gol, de mi bronca, que ahora no era mía pero también me dolía.

El dueño del bar se acercó a nosotros con el grandote que lloraba. Le dijo: “¿Sabe quién es ése? Es Obdulio”. Yo pensé que el tipo me iba a matar pero me miró, me dio un abrazo y siguió llorando. Al rato me dijo: “Obdulio ¿se vendría a tomar unas copas con nosotros? Queremos olvidar ¿sabe?” ¡Cómo iba a decirle que no! Estuvimos toda la noche chupando en los boliches. Yo pensé: “Si tengo que morir esta noche, que sea”. Pero acá estoy”.

Varela cae en la cuenta de que su alegría por el triunfo, la de sus compañeros y la del pueblo uruguayo tiene un precio: la enorme tristeza y frustración de todo Brasil. Eso lo apena, le resta brillo y valor a su victoria. No se le ocurre humillar al rival ni burlarse de los vencidos.

Tampoco les pide disculpas, porque el triunfo ha sido logrado en buena ley. Al capitán uruguayo le duele que su alegría tenga las mismas causas que la tristeza brasileña.

El relato de Soriano fue lo primero que me vino a la cabeza cuando concluyó el partido entre San Martín de San Juan y Godoy Cruz Antonio Tomba. La derrota del cuadro mendocino lo dejó sin posibilidades de jugar la final del campeonato de Primera División y obtener ese título por primera vez en su historia.

No soy hincha del Tomba (todo lo contrario) aunque prefería que llegara a la final y la ganara. Pero lo notable del episodio fue la desorbitada euforia del festejo del técnico, los jugadores y los hinchas de San Martín, algo que desbordó la tradicional rivalidad entre los equipos.

Celebraban como locos haber frustrado las esperanzas del rival. La victoria -que también era revancha del partido anterior- pasó a segundo plano. Lo importante era la amargura de los otros. La alegría no la dio el triunfo sino la derrota del rival. El resultado reparte alegrías para unos y tristezas para otros pero, en este caso, es la tristeza de unos la causa de la alegría de los otros.

Todo lo contrario al Negro Jefe, cuya alegría no le impidió respetar la congoja de los vencidos y condolerse con ellos. ¿Quién honra el espíritu del deporte?

También pensé que no es un asunto de equipo chico, porque entre los grandes sucede lo mismo. Después de cada clásico vemos cómo hay gente miserable que pierde miserablemente tiempo, esfuerzo e ingenio en cargadas, “gastadas”, humillaciones y demás burlas al rival.

Tampoco es cosa de rivalidades locales. Me acordé de esto cuando concluyó el partido entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid. No se puede concebir una rivalidad más directa y marcada que la de dos equipos que son de la misma ciudad y se encuentran para disputar la final de la Champions League, el campeonato de clubes más importante del mundo.

El Madrid festejó su triunfo: ni cargadas ni burlas ni tomadas de pelo. ¿Que sucedería si en esas instancias -admitiendo que fuese posible- se encontraran dos tradicionales rivales argentinos?

Una presencia oscura en el alma nacional despunta a través de este regocijo motivado en la contrariedad ajena: ¿envidia, resentimiento, inseguridad, todo junto? Un amigo sostiene que un buen modo de conocer la calidad moral de una persona es observar cómo se comporta en un campo de juego. Esto se le acerca bastante: una vez más, el fútbol nos sirve de espejo para contemplar nuestras mezquindades.

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