Marcelo Zentil - mzentil@losandes.com.ar
A Francisco Pérez sólo le queda un centenar de horas como gobernador. El jueves, cuando se levante, ya no verá la camioneta con los custodios frente a su casa ni estará el chofer aguardándolo en el lujoso Peugeot 508 en la puerta. No habrá secretaria que le avise de reunión alguna ni las llamadas saturarán su celular. El principal despacho de la Casa de Gobierno ya no será suyo.
Tal vez desde ese momento, y de a poco, empiece a ver lo que otros ven y a sentir lo que perdió. Está claro que el balance es negativo. Para la provincia y para él.
Por ahora, aun en la despedida y sabiendo que su destino lejos de la política está escrito, él se empecina en ver una realidad que la gran mayoría no ve. Casi no existe la autocrítica en su discurso. Lo deja en claro en la entrevista que se publica en la página 4. Acusa al resto y no se hace cargo.
Está claro que no es el único culpable. Fue el peronismo, convertido en una máquina electoral a la que sólo le importa ganar, el que lo puso como candidato pese a su inexperiencia. Como dicen en el campo, “la culpa no es del chancho sino del que le da de comer”.
Tal vez, el mayor impacto para Pérez, una vez que vuelva al llano, será el de los afectos. El grupo que lo apoyó en su tímida postulación allá por enero de 2011 y que lo rodeó en su llegada al poder, ya no está cerca. Han seguido en el Gobierno por lealtad, pero el vínculo con muchos se resintió en los últimos meses, por las rispideces de la derrota y la retirada.
Hay amigos de la vida en ese grupo, como Francisco García Ibáñez, su mano derecha y ministro Legal y Técnico; Pablo Bicego, el subsecretario de Comunicación Pública, y el ministro de Trabajo, Justicia y Gobierno, Rodolfo Lafalla. La lista es larga y muchos están dolidos con el todavía gobernador.
“Al Paco le caben todos los adjetivos”, suele decir en la intimidad uno de los colaboradores que aún sigue cerca. Un intérprete de ese dicho aclara: “Es capaz de los gestos más nobles pero también de los peores”.
Estos días finales encuentran a Pérez acompañado por tres o cuatro funcionarios, no más. Están su asesor Félix González, que tenía la misión de asegurarle un destino nacional; el subsecretario de Trabajo, Mauricio Guzmán, y el presidente del IPV, el ex demócrata Omar Parisi, que debía construir 12 mil casas en cuatro años y no lo logró.
Esta vertiginosa y a la vez fugaz carrera política le deparó separaciones y duelos desde un principio. Ya en la campaña que lo llevó a la gobernación rompió lanzas con los socios del estudio de abogados donde trabajaba. Ellos estaban detrás del proyecto minero San Jorge que, por necesidad electoral, Pérez frenó en la Legislatura.
Sin ese vínculo, con la decisión tomada de volver a su profesión, ahora deberá aventurarse a abrir un estudio propio, al que muchos le auguran una larga sequía de clientes.
Por la política, hasta perdió a su mejor amigo de la vida, Matías Roby, que fue su asesor, su ministro y su candidato a gobernador indisimulado. Durante meses, en las reuniones de gabinete, dijo a todos que era su sucesor pero cuando la interna se puso áspera y corría riesgo su postulación a diputado nacional, lo bajó sin avisarle.
Ese encono, que muchos creyeron ficticio, aún perdura y hay un gesto que lo demuestra: cuando debió operarse una pierna hace algunos meses, el Gobernador eligió al equipo de cirujanos rival de Roby, algo así como el Boca-River de la traumatología.
Hasta en el barrio Miraflores están enojados con Pérez. Las felicitaciones iniciales mutaron en bronca cuando vieron que el vecino famoso y poderoso implicaba protestas en la puerta. Por temor a que un día se desbordaran, la Policía debió poner vallas en el frente y hasta se cambió de lugar el ingreso.
Esas vallas probablemente desaparezcan en algunos días, junto con los custodios y el chofer.
Ser o no ser
Aquel abogado calentón que llegó a la gobernación con una carrera política de apenas cuatro años pagará caro su falta de rodaje. El problema es que Mendoza también deberá cargar con su inexperiencia y sus carencias: nunca demostró tener la templanza, la visión ni el liderazgo necesarios para el cargo que ha ocupado.
Tal vez, todas esas falencias se vieron potenciadas porque nunca analizó y asumió cómo llegó. No hubo en aquel triunfo suyo de 2011 méritos personales. Fueron la decisión de un operador político que ya ni vivía en la provincia y aquel boom electoral de Cristina de Kirchner, las razones.
El PJ mendocino, con tal de no desobedecer, lo aceptó. A fin de cuentas, como ‘Paco’ no era de ningún sector, iba a ser de todos. Ahora, tras el fracaso, volvió a ser de nadie.
Pérez nunca leyó esa realidad. Creyó que “el hábito hace al monje” y que con ser ungido gobernador bastaba para liderar.
Así, de aquel gesto aplaudido de echar, el primer día de su gobierno, al cuestionado superintendente de Irrigación, pasó a este presente oscuro, en el que debe pedir fiado para pagar sueldos y poner la cara por las nueve derrotas consecutivas del PJ este año.
Fue en aquellos primeros tiempos el “mimado” de la Presidenta y hasta era bastante cercano al vice, Amado Boudou, antes de que cayera en desgracia por el caso Ciccone.
Ese empoderamiento por el apoyo nacional lo hizo prescindir de la interna local. Pero también, por la certeza de la finitud de la era K, lo hizo soñar en grande. Sí, en algún momento se imaginó como el sucesor de Cristina. ¿Por qué no pensarlo si casi sin proponérselo había llegado a gobernador?
Después, los golpes de la realidad lo hicieron bajar pero se ilusionó con ser el vice de Daniel Scioli y luego, con un ministerio nacional. El voto popular le dijo que no a su última oportunidad: ser parlamentario del Mercosur. Fue el menos votado de los candidatos del FpV y Scioli perdió.
Aquel Pérez de hace cuatro años soñaba con quedar en la historia y tal vez lo haya logrado, pero no precisamente como lo imaginó. Los sueños hay que sostenerlos con acciones y nunca supo cómo hacerlo.
Él igual está convencido de que no falló. Lo demuestra el libro, con grandes fotos, muy buen papel y algunos datos que hizo imprimir para mostrar su legado. Hasta había imaginado una campaña publicitaria de despedida. El papelón hubiera sido mayúsculo si se lo mostraban como un prócer al mismo tiempo que los estatales reclamaban que les pagaran sus sueldos.
Este final caótico llevó a uno de sus cercanos a aconsejarle que se tomara un año sabático lejos de la provincia, junto a su familia. Algo así como un autoexilio, para enfriar los ánimos.
Los rojos de Paco
Detrás de su partida, queda una Mendoza que se parece mucho a aquella de 2011 en áreas clave como seguridad, educación y salud. El estancamiento, cuando se extiende tanto, en definitiva es un retroceso.
La economía provincial está claramente peor por las erráticas políticas nacionales, pero él nunca le encontró la vuelta.
Lo que marca su final es la crisis financiera y fiscal que, en parte, heredó de Celso Jaque y que no reconoce antecedentes ni aún en lo peor de aquel aciago verano 2001/2002.
Es cierto, ha seguido poniendo la cara casi solo. Su vice, Carlos Ciurca, que desde el mismo inicio del mandato buscó disputarle el poder y el protagonismo, se ha refugiado en el ostracismo, golpeado por su derrota en Las Heras y la de Scioli en la Nación, sin otra ambición que pasar desapercibido.
¿Qué le quedará a Pérez? El cuadro en el Salón de los Gobernadores de la Legislatura, los recuerdos de sus viajes (hizo tres en un año a China), la foto con el Papa y los “tesoros” que guarda en la cava bajo su cocina: vinos, jamones y otros obsequios que le hicieron, en estos años, visitantes y empresarios.
Si Mendoza no explotó en la última semana, con un nuevo atraso de los sueldos estatales, mucho tiene que ver la inminencia del final de este gobierno. Faltan tres días para que el Gobernador deje de serlo y eso parece ser una noticia esperanzadora para muchos. Duro destino para quien se imaginaba como un estadista.