Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Los tres candidatos presidenciales con chances son profundamente intercambiables por personalidad, por estilo, por ideas, por actitudes. Provienen de una misma cultura política que les dio su impronta, la de los 90. Ninguno de los tres fue contestatario al neoliberalismo de moda en ese entonces, sino que desde dentro o fuera del peronismo lo asumieron con todo vigor.
De él aprendieron el ABC de la política, pero luego maduraron durante la era kirchnerista y en ella alcanzaron las más altas cumbres de sus carreras. Y hoy, ninguno de los tres se ofrece como la antípoda o el negador ideológico de esta larga década, sino -cuanto más- como su mejorador. El supuestamente más opositor de los tres, porque nunca peleó dentro del peronismo, Mauricio Macri, hasta jura mantener el clavo multimillonario de Aerolíneas Argentinas. No hay una sola cosa del kirchnerismo que ninguno de los tres prometa cambiar, sólo se ofrecen para mejorar lo existente. Raro.
Tan raro como que doce años y pico de kirchnerismo a la enésima potencia -que además finalizan con una presidenta bastante bien en popularidad- no hayan podido generar ni un solo candidato, por dentro o por fuera, que sostenga convencido los valores ideológicos de la etapa.
Y no sólo que los tres candidatos son de proveniencia noventista, sino que incluso todos los de origen ochentoso con posibilidades (alfonsinistas, renovadores, socialdemócratas, ideológicamente más cercanos a los K que el neoliberalismo) fueron cayendo uno tras otro en la insignificancia electoral: Binner, Sanz, Cobos, De la Sota, Stolbizer, Alfonsín.
Es como que la opinión pública deseara (con absoluta prescindencia de toda ideología o con una ensalada de contradicciones inexplicable) que las políticas populistas estatistas aplicadas por el kirchnerismo fueran continuadas por dirigentes que provienen de la tradición exactamente opuesta.
Quien pueda comprender con alguna precisión esta extraña combinación, quizá sea quien mejor capacitado esté para trazar un mapa razonable de tendencias en esta sociedad argentina tan paradojal. ¿Pero alguien lo está, o todos estamos avanzando más o menos a ciegas hacia un futuro del cual hemos discutido casi nada en estos últimos años? Obsesionados -peronistas y antiperonistas- en seguir luchando por el pasado dentro de un presente que gira y gira sobre sí mismo, en un movimiento continuo que siempre nos mantiene en el mismo lugar.
En este clima tan confuso, no es de extrañar que los candidatos expresen en sí mismos, ampliadas, tales confusiones. O que ellos mismos sean las confusiones, en particular porque ninguno de los tres dirigentes parece tener una personalidad tan decididamente propia que le permita imponerse y conducir las tendencias de época.
No, es exactamente al revés, los tres mamaron en la opinión pública a través de multitudes de asesores que les fueron indicando hacia dónde iba la gente, para que ellos marcharan hacia ese mismo lugar, que en realidad son infinitos lugares porque la “gente” va y viene sin solución de continuidad, posiblemente hacia ninguna parte. Y eso, precisamente eso tan impreciso, es lo que expresan magníficamente bien los tres candidatos que compiten por el premio mayor. De tanto imitar a la gente son los tres políticos más como la gente.
Un discípulo de Menem a cargo de la revolución K. Daniel Scioli hizo una maestría acelerada de política a través de su primer gran maestro, Carlos Menem. A partir de allí sería funcionario de todos los demás gobiernos peronistas. Siempre todo tipo de ideología le fue ajena y jamás se metió en política, por eso avanzó tanto en el peronismo. Hasta que un día cometió un grave error: a principios de la presidencia de Néstor se creyó que era vicepresidente en serio y le dio un par de consejos "neoliberales" a Kirchner. Este le pegó cuatro gritos y desde entonces Scioli jamás dijo nada más que generalidades, bajó la cabeza hasta las rodillas, y sólo se diferenció por gestos, que aún así le costaron maltratos que sólo una personalidad como la de él (que nadie sabe qué tipo de personalidad será) pudo soportar. No obstante, así, con una paciencia infinita, está llegando casi a la cumbre de la gloria.
Nunca desde que se tenga memoria un presidente saliente le puso tantos controles a su probable continuador. La desconfianza de Cristina hacia Daniel es infinita, y no le falta razón, sobre todo cuando su intento es el de lograr lo que nunca nadie logró en el peronismo: que el presidente electo por ese partido no sea el líder, desplazando a la nada más absoluta a su antecesor. Si hasta Cámpora intentó separarse de Perón, y eso que estuvo apenas 45 días en el gobierno y lo echaron a través de un golpe palaciego. Por eso, otra curiosidad de este tiempo histórico es que Cristina pretende librar una lid titánica para cambiar la naturaleza del peronismo y seguir conduciendo ella, poniendo a un chirolita en el gobierno. Pero nadie sabe si Scioli es en serio un chirolita o se hace.
Un empresario en busca de la pureza perdida. Macri vive tironeado por dos (o más) ideas contradictorias que no lo dejan dormir, porque cada asesor le vende una y le rechaza las otras. El pibe Macri dio sus primeros pasos políticos cuando su papá en los inicios de los 80 -para lavarse la cara y la plata frente a la naciente democracia- apoyó a un sector de la renovación peronista conducida por Carlos Grosso (quien hoy, no casualmente, es uno de los grandes asesores de Mauricio), que venía a modernizar al viejo movimiento con las ideas del renacer democrático. Pero hoy Mauricio, esta vez con el asesoramiento del ecuatoriano Durán Barba, pretende mostrarse como la gran esperanza del país blanco (es decir antiperonista) contra el peronismo en todas sus formas. Así, siguiendo a pie juntillas la propuesta de Elisa Carrió, decidió aliarse con los radicales pero no con el peronismo disidente, en la búsqueda de una pureza política que difícilmente un empresario que se viene moviendo en los ambiguos territorios de la política desde los 80 pueda expresar.
Lo cierto es que hoy, con posibilidades de llegar al balotaje, Macri se bambolea, sin saber muy bien qué camino elegir, entre sus iniciales años 80, los 90 que tanto coinciden con su faz empresarial, y el nuevo siglo a cuyo kirchnerismo quiere superar, no se sabe si con las banderas iniciales del peronismo -a las que propone rescatar-, con el antiperonismo -que muchos creen que representa- o con su propuesta de gobierno -que asegura mejorar todas las medidas K pero no rechazar ni cambiar ninguna. Más que un candidato, un popurrí de candidatos.
Un discípulo de Alsogaray a cargo de la renovación peronista. Finalmente está Sergio Massa, otro personaje de época que con osadía singular le ganó una crucial elección al cristinismo pero que luego se durmió en los laureles y pretendió superar a Scioli y Macri diciendo, como ellos dos, las mismas generalidades que no dicen nada pero que tanto éxito les han otorgado como representantes de la ambigüedad de una opinión pública tan confundida como ellos.
Cuando Massa se dio cuenta que ese camino ya estaba colmado, en vez de rendirse demostró fuerte personalidad y ensayó otro: el de prometer cosas concretas, aunque nadie, ni él mismo, sabe cómo las hará. Aun así, él forma parte de la misma indefinición de época: según cómo le vaya en la elección podrá ser, indistintamente, el jefe de un nuevo peronismo o el jefe de una nueva oposición. Por eso sus votos se dividen entre peronistas críticos y opositores al peronismo en general. Con lo cual tampoco nadie sabe, quizá ni él mismo, quién terminará siendo.
En síntesis, tres candidatos dispuestos a decir y hacer lo que sea con tal de llegar a ocupar el rol principal. Tres personajes en busca de un autor que aún no aparece en escena.